Capítulo 18

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Mark echó un vistazo al retrovisor, dedicándole una sonrisa a Sam.

—Cariño, ¿cómo te sientes? —cuestionó, posando de nuevo su vista en el frente, pensativo, asegurándose de que las ventanas estuviesen perfectamente cerradas y la calefacción en el punto exacto.

—Me duele un poquito la garganta, papi. Pero ya no tengo frío; quiero comer pastel donde tía Brielle. ¿No ha quedado pizza de la que preparaste con Dalia? —Mark se carcajeó de inmediato.

Observó a su hija, quien portaba ese adorable gorro térmico de unicornio con una bufanda a juego color rosa, que había comprado antes de salir de Toronto por precaución. Los vidrios de su camioneta le permitieron ser testigo de la puesta del sol, que estaba dejando a su paso un manto de nubes de colores cálidos. Toda una obra de arte.

Tuvieron que quedarse en Toronto en la residencia de Dalia una noche más para dar tiempo a que la gripe de su hija perdiera agresividad. Dalia fue gentil como siempre, y no tuvo ningún inconveniente. Claramente, no estaba dispuesto a que ocurrieran complicaciones, y con mucho pesar, se vió en la obligación de llamar a su cuñada a medio día para informarle que no podría asistir a la fiesta de cumpleaños de su hijo. Brille se entristeció, pero comprendió al instante, animada por el hecho de saber que Dalia sí había viajado.

Por lo que sabía Mark, la fiesta había ido sobre ruedas, y más importante aún, Dalia llegó a salvo y pasó la noche en casa de Brielle. Le aterraba la idea de estar sola. No tuvo más información acerca de ella desde entonces.

Recordaba, con una inquietante sensación, las últimas palabras que había cruzado con Dalia antes, esas que lo dejaron con un sabor de boca amargo.

Salvo aquello, todo iba bien, incluida la salud de Sam, quien daba evidencias de su mejoría al tener apetito nuevamente.

Todo iría bien.

—Me alegra mucho escuchar lo que me dices hija. Sí, podrás comer pastel, pero solo un poco. Tía Brielle ha guardado unas cuantas porciones para nosotros. Pizza no ha quedado, pero prometo hacerte una pronto —respondió, echándole un vistazo más a la niña, quien asintió pensativa.

—¿Y Dalia papá? ¿Se ha molestado? —cuestionó.

—¿Pero de dónde se te ocurre eso?

—Es que he estado en su casa y no le he ayudado a limpiar. Tampoco pude estar en la piscina, y es una pena porque había planeado una noche de chicas —contestó con seriedad y solemnidad.

—¿Y Dalia sabía que tenías una noche de chicas preparada? —cuestionó, sintiendo el pecho henchido de ternura. La niña negó—. Pues bien, no creo que Dalia se haya molestado. Te quiere mucho...

—¿Eso crees papi? —cuestionó llevando sus manitas a su rostro en un gesto expectante. El corazón se le encogió.

—Estoy seguro, cielo —afirmó, estacionando su camioneta justo frente a la casa de Brielle. Habían llegado y apenas si quedaban vestigios de la claridad del día y el lienzo en el cielo. Su pequeña lo miraba con atención—. Creo que en algún momento, podrás volver a su hogar y jugar con ella en la piscina.

—¿Y vendrás con nosotras? —preguntó curiosa conteniendo su emoción mientras le sujetaba la mano. Mark se agachó a su altura, asegurando su pequeña bufanda.

—Es lo más seguro Sam, y cuando eso suceda, vamos a divertirnos mucho. —Concluyó, plantándole un beso en la coronilla.

Mark tocó el timbre frente a la puerta de color menta, sin tener que esperar demasiado para recibir respuesta. La melena de su cuñada, de ese color exótico idéntica a la de Elisa, lo recibió con una amplia sonrisa.

El martirio de DaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora