Capítulo 15

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Mark había insistido en preparar algo de comer que servirían en cuanto él saliera de tomar una ducha.

Dalia terminó de echar un vistazo a la pizza que reposaba en el horno, y pasó sus manos por el delantal en un gesto de nerviosismo y absurda culpabilidad.

A pesar del suceso de la mañana y de los altibajos de sus propias emociones, de verdad había disfrutado mucho del día, de Sam y la compañía de Mark. Sentía que no tenía derecho a sentirse tranquila y feliz.

No se reconocía. Lo que había sucedido generó en ella un cambio por completo que la abrumaba. De repente, su casa llena de modernidad ya no era tan importante para ella, y ni siquiera pensaba en su trabajo en la editorial, ese que amaba con tanta pasión. Se sentía aterrorizada por retomar su vida y sobre todo, de tener que hacerlo sola.

No tenía información de su padre. Estaba tan desinformada que había perdido la noción del tiempo que había transcurrido desde la última vez que lo vio y mucho más desde la última vez que había interactuando con él. Su madre, estaba muerta, y sus compañeros de trabajo, la detestaban y ella lo sabía. La respetaban y le temían a partes iguales y ahora, después de que Ronny la había reducido a la nada, podía darse cuenta de ello; podía ver claramente.

Su forma de imponer respeto siempre había sido excesivamente autoritaria y severa. En la editorial se hacía exactamente lo que Dalia dictaba y era inflexible ante las debilidades de su equipo. No por nada su trabajo tenía tanta fama de ser impecable.
Pero ahora no lo veía de ese modo. Había entendido que la vida era demasiado efímera como para hacérsela más difícil a los demás, y se arrepentía de ello. Se arrepentía de haber sido una esnob.

Sus sesiones con Brielle le habían ayudado a comprender el origen de su comportamiento rígido, el cual era solo un espejo de lo que sus padres habían sido con ella. Irónicamente, había terminado convirtiéndose en lo que tanto había odiado en su infancia y adolescencia.

—Estoy casi seguro de que Sam está al borde de tener un resfriado.

La voz de Mark resonó a sus espaldas, esta vez sin sobresaltarla. Escuchó sus pasos a la lejanía, y el ambiente se había impregnado de su aroma. Dalia se giró.

—¿Cómo puedes saberlo?

—No lo sé. Además de que no quiera comer su comida favorita, es algo parecido a un instinto paternal. Puedo sentirlo. Pero no me sorprende. Han sido cambios drásticos de temperatura y mi niña es una muñequita delicada —explicó abriendo la puerta del horno y aspirando el aroma a orégano, queso, y salsa napolitana.

—Siendo así, tiene sentido que el pequeño terremoto haya dormido todo el día —argumentó Dalia, sacando los platos para pizza de la alacena y extendiéndolos en dirección a Mark, quien sonrió ante su comentario.

—Por favor, toma asiento y déjame atenderte que ya has hecho mucho hoy —exclamó en tono gentil, uno al cual Dalia vaciló en negarse. Finalmente no pudo y obedeció.

Inconscientemente, Dalia comenzó a detallarlo. No lo había hecho ni siquiera una vez desde que lo había conocido. Contuvo el aire en sus pulmones. De no ser por su actitud bondadosa y amable, el porte de Mark podría resultar intimidante.

Vestía un pantalón de algodón gris claro que se ceñía a sus caderas estrechas, glúteos definidos, y piernas esculpidas. Dalia se preguntó si había guardado algo de su ropa antes del viaje en la mañana. Su torso, se percató Dalia, era enorme, al igual que sus brazos, y su espalda, ancha. Todo ese conjunto de músculos era expuesto por la camisilla blanca que vestía. De repente, Dalia comenzó a sentir que le sudaban las palmas de las manos y que el calor se aglomeraba en sus mejillas. Terminó de sentirse aún mas intimidada cuando reparó en su estatura. «Gigante».

El martirio de DaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora