Capítulo 10

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Mark había tomado un desvío por el bosque. Era lo suficientemente astuto como para saber que Ronny, ese ser despreciable, haría lo que fuera por seguirle el rastro a Dalia, y no podía arriesgarla así, ni a su hija, ni a él mismo.
Volteó por enésima vez su cabeza para observar a Dalia cuyo rostro parecía estar sumergido en agua. Bien sabía Mark que ella estaba conteniéndose. Sin vacilar, aparcó en una orilla bien escondida y aseguró el vehículo y las puertas.

—Dalia, cariño, está todo bien. Mírame, por favor.

Le suplicó deshaciéndose de su cinturón y aunque había prometido mantenerse alejado de ella, no pudo. Le tomó una mano apretándola con fuerza. Le sorprendió la fuerza con que Dalia apretó la suya, tres veces más de la fuerza que él estaba ejerciendo. Dalia estaba histérica.

—Vamos, déjalo salir... no voy a juzgarte, te entiendo y estoy para ti...

Y pasados dos minutos, la camioneta comenzó a llenarse de sollozos. Acto seguido, Dalia recogió sus pies en el asiento como haciéndose un ovillo y siguió llorando, esta vez dejando más en evidencia la agonía de la que estaba siendo presa. El corazón de Mark se fragmentó una vez más, reconsiderando por algunos segundos devolverse y acabar con ese maldito.

—T-tengo que i-irme de tu c-casa —la escuchó hipear—. T-tú estar-rás en r-riesgo, y S-Sam tamb-bién.

—Oh no, Dalia. De eso nada, ahora más que nunca necesitas protección.

«Yo necesito saber que estarás bien y protegerte».

Dalia siguió sollozando y Mark no supo cuánto tiempo pasó. Sabía que ella estaba rememorando todo lo que había vivido con él, y aunque ella aún no se había animado a contarle, Mark se hacía una idea. Vacilando, colocó una mano en su espalda y comenzó a sobarla, de arriba abajo como lo hacía su madre con él cuando era niño. Eso siempre lograba calmarlo.

Un sonido de un auto a mucha velocidad captó su atención, y observando por la ventana de vidrios tintados alcanzó a ver un Chevrolet Camaro que metros más adelante presionó la bocina con ímpetu. Sabía que ese vehículo era de Ronny, y también sabía que eso había sido una advertencia.

Una parte de él se alegró porque justo unos metros atrás en esa carretera había una cámara de seguridad. Tendría el número de placa, o más bien, informaría lo sucedido porque había renunciado al caso.

Dalia pareció calmarse y como si tuviera miedo, Mark la vio alzar lentamente la cabeza en dirección a él.

—¿Qué es esto? —no dudó en preguntar cuando vio dos marcas como de uñas en sus mejillas. Apretó sus dientes con fuerza y frunció su ceño. No preguntó más—. Vamos a casa... —murmuró quitándole con delicadeza las lágrimas de sus sonrosadas mejillas.

Dalia era consciente de la velocidad de la camioneta a medida que Mark avanzaba, como si quisiera llegar rápido a casa, y aunque ella siempre había sido una conductora muy prudente, en esa ocasión la velocidad no le importó porque lo único que quería era desaparecer.

Le parecía absurdo que justo en el momento en que estaba decidiendo arriesgarse a ser independiente una vez más, apareciera Ronny. Una lágrima silenciosa se resbaló nuevamente por su mejilla. Sentía que todo jugaba en su contra, y por si fuera poco, estaba muy abrumada por la forma en la que Mark acababa de tratarla, tan cálida. Y ella nunca se había sentido así y lo que le parecía aún peor, era que no le desagradaba en absoluto.

Sintió el auto detenerse. Casi conocía ya de memoria la inclinación y textura del suelo donde Mark estacionaba la camioneta.
Despavorida, se apresuró a bajar del auto y solo cuando puso sus pies en el piso con torpeza, fue consciente del escozor en sus rodillas y muslos donde el café la había quemado. Dalia sentía que sus emociones eran tantas que lo único que podía calmarla en ese momento era apagarlas.
Se asustó del curso que estaban tomando sus pensamientos.

El martirio de DaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora