🪻22🪻

6 2 0
                                    

♬ Tom Odell - Heal

Quedaban exactamente tres días para el cumpleaños de Aidam, decir que Rain estaba al borde del llanto, no sería alardear.

Alicia había mantenido constantes visitas a la joyería, y aunque Rain estuviese estallando en curiosidad, prefería mantenerse al margen, tal como Aidam le había pedido en medio de besos y sutiles caricias que lo hiciera.

Manipulación, claro está. Una muy dulce especial manipulación de la cual no podía quejarse.

Y bueno, ya que se entraba en detalle, sería un gran menester mencionar que la cercanía e intimidad de estos dos parecía aumentar. El cuarto de Rain permanecía vacío, y ahora la cama de Aidam procuraba entregar calor a los dos cuerpos que la ocupaban en plena madrugada.

Pero más allá de ello, aún seguía existiendo la gran brecha que Ling Aidam imponía, y oh, Rain tan solo quería más, mucho más de él, mucho más de aquellos tontos límites, pero no podía acercarse, no cuando todo estaba tan caótico y parecía a punto de rebullir.

Llegada la media noche, la cama vacía no se hizo esperar. Rain se levantó agitado, sintiendo el corazón pesarle, y justo cuando giró ligeramente su cabeza hacia la parte izquierda de aquellos esponjosos edredones revueltos, los ojos se le cristalizaron en agua salina sin darle tiempo a reaccionar.

Estaba solo.

Completamente solo... de nuevo.

Esa noche lloro hasta que sus ojitos grandes y brillosos se tornaron rojizos e hincharon por el llanto que no había podido contener.

Esa noche cayó rendido en un profundo sueño mientras se aferraba a las sabanas que aún desprendían el ligero aroma de Ling Aidam.

Esa noche el hombre que lloraba gemas por primera vez en siglos se veía incrédulo al no haber podido producir ni una sola de aquellas piedras preciosas.

Y esa noche, por primera vez en mucho, mucho tiempo, el creador pareció compadecerse del alma descarriada que imploraba por salvación.

Ling Aidam lloro. Él se encontraba encerrado en la habitación de las gemas mientras su garganta era pagadera de los desgarrados gritos que salían en busca de liberación.

A la mañana siguiente, un Rain con el cabello revuelto y con las puntas de un azul cenizo, se dirigió hacia la planta baja, no gustándole en absoluto despertar solo, y mucho menos no poder ver a Ling Aidam, apenas lo hacía. Quince minutos después de buscar por doquier, solo le quedó ir a esa habitación... a la cual solo había podido entrar una vez, y con miedo latente en cada pedazo de su piel, se había negado a volver a establecer contacto alguno con dicha área. No le quedó de otra, la habitación se encontraba medio abierta, y Rain en su desespero, pareció encontrar nombre a tan repetitivo déjà vu que le atormentaba.

Una Serendipia; el hallazgo afortunado e inesperado que se produce al encontrar por casualidad algo que no se buscaba.

Ling Aidam... aquel malhumorado ser, de temperamento fuerte y de labios dulces.

Aidam... aquel que le abrazaba al dormir mientras le quitaba el aire por besos húmedos que luego de un tiempo dejaba a medias porque el sueño le vencía.

Dam... simplemente Dam, aquel que se encontraba mirándole con los ojos húmedos y una de las sonrisas más grandes que Rain alguna vez le había visto lucir.

Los dos cuerpos se reconocieron tal como dos pequeños imanes, Aidam le apretujaba en brazos mientras Rain se quejaba por lo bajo, reclamando indignado el haber pasado una mala noche al no tenerle cerca.

Y sí, mientras recibía uno que otro golpe en su pecho, Ling Aidam se permitió reír por lo alto, se permitió sentir alivio y felicidad, cosa que se le había negado, cosa que se supone estaba rotundamente prohibida para un monstruo como él.

El Hombre Que Lloraba Gemas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora