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♬ Novo Amor & Ed Tullett - Ontario

Estaba demente.

Definitivamente, el hombre de cabello azulado frente a él, estaba demente.

Ling Aidam se mordisqueaba una de sus uñas, mientras observaba como la pequeña criatura de ojos brillantes le miraba con una sonrisa que portaba hoyuelos y sus dos manos —que, aunque no pudiesen verse del todo, por la gran campera que llevaba—, se extendían hacia adelante, ofreciéndole tomar alguna de sus regordetas manos, tal vez... hasta las dos.

— ¿Cómo es que pudiste entrar? —reclamo Aidam nervioso y apresuradamente una vez pudo retomar el control sobre sí mismo.

Rain le sonrió casi imperceptiblemente, causando que en sus ojos se formaran diminutas arrugas, las cuales le otorgaban un aspecto pueril y desenfadado.

—Claro, verá, señor. Me escapé de casa; si es que puedo llamarle así a ese infierno podrido, usted entenderá. Yo necesito cruzar esa reja —su dedo índice señalo hacia la puerta que daba a la salida mientras declaraba—: para no regresar a Venus jamás.

Aidam le miro extrañado.

¿Cómo era que este individuo entraba en su casa, le veía llorar de aquella forma, y lo primero que hacía era abrazarle? Hasta podía añadir que no había dicho nada respecto a las benditas gemas, y es más... Sus botas llenas de barro estaban pisando la mayoría de ellas, como si no importaran, como si realmente nunca lo hubiesen hecho.

«¿Era real esta persona? ¿O la soledad ya le estaba afectando?»

—Tú... ¿Quieres escapar?

—Así es, señor.

— ¡Deja de decirme señor! —le señalo con un dedo, su voz sonando molesta.

Por los santos, ¿qué carajo le ocurría?

—Pero, si no sé su nombre, ¿cómo quiere que le diga? —Los hombros de Rain se levantaron con desinterés, y una sonrisa cínica asomo en sus labios—. ¿Le gustaría que en su lugar fuese señorito, señor?

La pregunta pícara del joven causo que Aidam se atragantase con su propia saliva, haciéndole pensar que iba a morir, con su cara tornándose de un color rojizo y sus ojos llenos de pequeñas lágrimas que aún no se atrevían a salir. Sintió una mano dando golpes en su espalda, causando que al levantar ligeramente su mirada; ojos brillantes, azul profundo, y una sonrisa que mostraba unos suaves hoyuelos, le estuviesen esperando.

«Voy a morir. Definitivamente, voy a morir», pensó Ling Aidam.

No tuvo tiempo de meditarlo demasiado, oh, claro que no, pues la criatura de ojos brillantes se quejó por lo bajo, y cuando Aidam le miro, lo último que alcanzo a percibir fue una ligera sonrisa antes de que aquel ser cayera inconsciente sobre el frío suelo.

Las horas siguientes fueron demasiado extrañas, a decir verdad, y para que algo se considerara de esa forma para el mismísimo Ling Aidam, definitivamente tenía que ser... algo grande. Muy grande.

El cuerpo de Rain descansaba sobre una cómoda cama, mientras que un curioso Aidam miraba sobre el hombro del doctor de la aldea Venus.

— ¿Seguro que sí va a estar bien?

Era la décima vez que el pobre hombre oía esa pregunta. Soltó un suspiro y volteo su rostro para encarar el tan innombrable personaje frente a él, diciendo con voz calma:

—Señor Ling, él estará bien. Su desmayo sucedió porque no ha tenido una buena alimentación, y el rasguño en su muslo le hizo perder mucha más sangre de lo que se pensaría. Sólo necesita descansar, ¿de acuerdo? —aclaro mientras se ponía de pie y empezaba a empacar todo en su gran maleta de cuero, extendiendo al final un tarro pequeño con hierba medicinal—. Por favor dele esto y cuide de él... no soy de meterme en la vida de los demás, pero, señor, perdone mi imprudencia, es algo casi inhumano el estar con una persona que ni siquiera ha tenido una buena atención antes.

Aidam le miro intrigado mientras recibía la medicina... «¿Qué estaba diciendo ese hombre? ¿Acaso estaba insinuando algo?»

Realmente no entendía.

Pero, vaya... sus preguntas fueron rápidamente aclaradas, o algo así, cuando el hombre noto que no alcanzaba a coger aún su trapito al sol.

—Solo digo que... el joven no se ve muy bien, y si ustedes los dos tienen acercamiento de esa forma, realmente no va a mejorar —dijo rápido con sus cachetes rojos y las gafas un poco fuera de lugar, hizo una rápida venia con su cabeza, más por respeto que por cualquier otra cosa, y salió disparado hacia la puerta luego de tomar el gran sobre de dinero que se le había dejado con anterioridad.

No es gran menester hacer mención de que Ling Aidam siguió sin entender.

El amanecer fue calmo, sin mayor dolor. Aidam se preguntó si eso tendría que ver con la llegada de aquel ser a su casa.

El tiempo trascurrió ágil y rápido, se obtuvieron buenas compras, y nuestro joyero decidió intentar sembrar una nueva combinación de flores... ya vería después si al final daba resultado.

La noche llego y con ella la tortuosa bruma. La luna brilló en su punto máximo y la copa de vino que sostenía Aidam en su mano, cayó estrepitosamente al suelo.

Aquí iban de nuevo.

La cálida chimenea estratégicamente acomodada al frente del sofá en el cual un Aidam se encontraba encorvado tapando su rostro, dejo de ser tan cálida, para detener sus llamas, apagándose por completo.

La oscuridad rodeó el lugar, la gran ventana por donde se veía la luna relucir, abrió sus puertas de cristal y el frío seguido de copos afilados de nieve empezaron a entrar.

Unos cuantos metros más allá, un pequeño y enfurruñado Rain despertaba luego de largas horas durmiendo. Se sentía acogido y agradecido. «¿Era así un hogar» Definitivamente ya no recordaba mucho sobre el cómo era tener uno?

Movió su cabeza hacia los lados, intentando despejar esos malos pensamientos, puso sus pies, los cuales tenían unas calcetas color marrón que atrapaban cada uno de sus finos deditos, en el suelo... «¿Uh? ¿Habría sido Aidam?»

Una sonrisa boba se le dibujó en los labios al imaginar a aquel hombre tomando sus pies y vistiéndolos con sumo cuidado. Una vez erguido empezó a caminar hacia el largo pasillo que le esperaba al salir de la habitación.

¿Cómo se podrían definir ese tipo de situaciones? Rain realmente no sabía, pero estaba bien... él encontraría alguna manera de llamarle.

Sus pasos se hicieron presurosos, y aunque no tenía la mejor movilidad gracias a la venda en su pierna, lo primero que hizo al escuchar nuevamente aquellos gritos que le hacían pesado su corazón; fue correr. Rain corrió hacia ellos con desespero.

Al llegar a la gran sala, fue inevitable.

Sus ojos volvieron a empañarse, y su cuerpo actuó por sí solo, tal como la primera vez.

—No se preocupe, señor —le pedía bajito a un Aidam que se removía en el suelo, mientras él caminaba rápidamente con dificultad hacia la gran ventana.

Tenía que cerrarla... tenía que parar aquel remolino de ventisca y nieve que envolvía a Aidam.

«No se preocupe, va a estar bien...» quiso decirle, pero fue demasiado tarde porque casi parecía irónico que Ling Aidam acabara desucumbir ante el frío y se perdiese en una profunda oscuridad, su cabeza golpeando con fuerza el suelo y el gimoteo de Rain resonando en la sala al no haber podido llegar a tiempo hacia él. 

El Hombre Que Lloraba Gemas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora