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♬  SYML - Where's My Love

Las ramas de los grandes árboles desnudos se movían con parsimonia, los copos de nieve caían delicadamente, y la luna reposaba en lo más alto del cielo; una hermosa luna llena tintada de carmín.

—Por favor, le suplico... Dios mío.

Respiraciones agitadas se escuchaban, el sonido de pasos fuertemente marcados en la gélida nieve empezaba a ser acto de presencia, y una mujer que se sostenía el pecho herido, clamaba piedad al cielo en busca de ayuda. Un grito roto se escuchó por lo alto, a la misma vez que un hacha con el filo tan minuciosamente cuidado, casi pareciendo nuevo, atravesó y se clavó justo en su espalda.

Su cuerpo tendido boca abajo en el suelo fue volteado, escuchando como voces en un idioma el cual no entendía por completo, le zumbaba en los oídos. Sus manos fueron hacia la cabellera contraria, y jalando de esta misma, intento quitarse el cuerpo que se le subía encima aplastándola.

No pudo.

No tuvo las fuerzas necesarias para hacerlo, quedando en un inútil intento al tan solo poder acariciar aquellos rubios cabellos que se cubrían de un rojo oscuro gracias a sus manos teñidas con la sangre que desprendía del cuerpo.

Su cuello fue aprisionado por las gruesas manos contrarias, su respirar ya siendo demasiado deficiente, y sus ojos tan empañados que deliraba con estar en un sueño.

—Oh, por favor, rey celestial, perdona todo mi mal y has de mi muerte un país de tus maravillas —la voz le salió rasposa, sumamente baja. Sus ojos tan rojos como su misma sangre; llenos de agua salina que no dejaba de descender por sus pómulos amoratados. Y finalmente sus uñas rasguñando sobre la ropa, aquellos brazos que no la dejaban libre.

La oscuridad y su densa neblina que envolvía toda la aldea Venus culmino junto con la noche, y por primera vez en mucho tiempo, en ese mismo lugar; los gritos en busca de ayuda no fueron solo por parte de Ling Aidam.

El sol salió; fue naciente y tan cálido como en ningún otro día de ese año había podido ser.

La aglomeración se hizo justo debajo de un gran árbol, con las ramas retorcidas ya casi negras por el frío. Era único en todo su entorno, y también, lo que más relucía de este mismo, era la bella mujer que alguna vez debió ser, la cual justo ahora se encontraba colgada de una de sus ramas; con su cuerpo casi por completo congelado, sus uñas rotas y teñidas de negro, con finos cabellos rubios entre ellas.

Las aves volaban redondeando en el gran y despejado cielo, mientras que las personas murmuraban por lo bajo las mil y una maneras por las cuales la joven mujer pudo terminar de esa forma.

Aidam sostenía un cesto lleno de bayas silvestres, sus manos cubiertas por unos gruesos guantes color rojo temblaban, la confusión recorría todo su sistema mientras que con pasos lentos se iba haciendo campo entre la multitud hasta quedar al frente de todos ellos.

El cesto cayó al suelo, las bayas desparramándose por sus pies, la imagen de la joven reluciendo ante él. Y con la expresión más acongojada que se le había visto poner en décadas, Aidam corrió hacia aquel árbol, importando poco los murmullos que cada vez se iban elevando más.

Vanesa.

Sin meditarlo o llegarlo a procesar por completo, ya se encontraba estirándose para cortar aquella cuerda que sostenía del cuello a Vanesa. Rebusco con apremio en sus bolsillos traseros; las manos temblándole sin cesar, con la navaja en sus manos ardiendo, y su cabeza dándole vueltas sin siquiera permitirle respirar del todo bien.

La joven mujer fue bajada con ayuda de Aidam junto con uno que otro aldeano que se encontraba entre el tumulto de gente y se había acercado a ayudar.

No había pulso alguno, y el rastro de la muerte era innegable.

Las sirenas de la patrulla sonaron terminando por aturdir a todos los habitantes que aún se encontraban estupefactos por tal atrocidad.

— ¿Por qué? —la voz de Aidam salió bajita, solo siendo oída por el mismo mientras se aferraba al cuerpo de la joven que yacía completamente desgonzada en sus brazos.

Los gritos histéricos de una mujer pronto fueron llegando, al igual que el sonido de la ambulancia.

Los brazos de Rain rodearon el cuerpo de Aidam por detrás, pidiéndole con la voz más suave que se pusiera de pie y le diera el cuerpo de Vanesa a su madre, la cual se encontraba golpeando la nieve una y otra vez mientras lloraba sin reparo.

El día que aparentaba sin lugar a dudas que sería el mejor de la temporada para la aldea, termino por ser el comienzo de los fatídicos acontecimientos que se irían desatando con el principio ya iniciado.

Esa misma noche, mientras Aidam y Rain esperaban que la luna se posicionase en lo alto, el último mencionado quien había estado mucho más apegado a Aidam desde la mañana luego de presenciar lo sucedido cuando recién regresaban de comprar bayas en la plaza, se atrevió a preguntar con la voz más baja que encontró en sus cuerdas vocales:

— ¿Tampoco puede sentir dolor, señor Dam?

— ¿Qué?

—Por lo de Vanesa, ella...

—Rain... —la voz de Aidam se oía cansada y casi arruinada por lo entrecortada que salía—. No puedo llorar. No cuando lo quiero como cualquier otra persona normal.

—Eso, eso no es justo —le dijo con sus ojos cristalizados.

—Ya lo creo, pero, ¿desde cuándo has visto que la vida lo sea? —cuestiono poniéndose de pie mientras se acercaba a la gran ventana y cerraba sus ojos, empezando a sentir el tan conocido dolor que le invadía cada vez que la luna brillaba en todo su esplendor.

Las lágrimas empezaron a fluir, la oscuridad rodeaba la gran sala, tan solo siendo visible las acciones de cada individuo allí dentro por el alumbrar de la luna centellante que se encontraba ya posicionada en lo más alto.

Aidam tenía el labio inferior aprensado por sus dientes intentando contener cualquier sollozo o grito, sus piernas perdieron la fuerza y chocaron sin cuidado alguno contra el suelo, dejándolo en una posición de rendición; completamente arrodillado, sin siquiera tener la fuerza suficiente de alzar su cabeza.

Y Rain en definitiva no pudo contenerse. Sabía que Dam lo detestaba, que no le gustaba el que alguien más lo mirara en tal estado tan vulnerable, pero no podía permitirse así mismo seguir observando sin hacer nada al respecto.

Sus brazos rodearon el cuerpo de Aidam por atrás mientras lo apretujaba hacia sí, su frente cayendo justo sobre la nuca contraria mientras le siseaba bajito.

El alba llegó con la mayor de las armonías. Rain se encontraba sentado en el suelo con su espalda descansando en el sofá, sus brazos sostenían a un Aidam el cual aún sentía ligeros temblores recorrerle el cuerpo, con los labios rotos por sus dientes y escasa sangre la cual era limpiada gracias a su relamer en los mismos.

Una última lágrima descendió por su pómulo, siendo limpiada sin mayor premura por Rain, quien rio al ver que apenas y pudo tocar aquel líquido antes de que se endureciera y trasformara en gema.

—No es gracioso —susurro Aidam encontrando su mirada con la contraria.

—No, no lo es —le dijo Rain mientras se acercaba y dejaba un beso en su cien.

Y Ling Aidam solo pudo removerse en sus brazos, ocultándose justo en su cuello sin decir mayor palabra.

Luego de siglos lidiando con la soledad, creyó por fin poder encontrar amparo, esperando, desde lo más profundo de su moribundo ser, no estar equivocado al estar confiando en aquella criatura de ojos brillantes. 


El Hombre Que Lloraba Gemas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora