No te romperé el corazón

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La aldea era un lugar horrible, tenebroso. A pesar de que habías nacido allí, nunca te sentiste cómoda. No importaba la pobreza, el estilo de vida humilde que allí se vivía. No, ese no era el problema. El problema tenía nombre propio: Madre Miranda.

La sacerdotisa gobernaba el lugar con mano dura, haciendo que vosotros, los aldeanos, fuerais un simple rebaño que seguía sus pasos. Nunca estuviste de acuerdo con eso, pero sabías que tu vida dependía de ello, literalmente.

–¿Quería verme, Madre Miranda? –preguntaste con respeto, con las manos temblorosas por tener a esa mujer tan cerca.

–Sí... –Suspiró, sin apenas mirarte a la cara. – (Y/N), ¿verdad?

–Sí, Madre Miranda –respondiste con la cabeza gacha, fijando tu mirada lo más lejos posible de ella.

–¿Cuántos años tienes? –preguntó. Por supuesto, una persona como ella podría hacer ese tipo de preguntas sin miedo a parecer descortés. Tampoco era una mujer a la que le gustaba perder el tiempo.

–25, Madre Miranda –dijiste con voz quebrada por el miedo.

–Mm –murmuró, sin apenas prestarte atención. Ciertamente lo preferías así. –No estás casada, ¿verdad?

A pesar de lo extraña que te pareció la pregunta, sabías que responder era la única forma de salir de esa iglesia lo antes posible.

–No, Madre Miranda.

La sacerdotisa levantó la cabeza. Esa máscara dorada ocultaba casi todo su rostro, pero sus ojos helados aún eran capaces de atravesar tus entrañas.

–¿Eso a qué se debe? ¿No encuentras al hombre adecuado? –preguntó con un suspiro, caminando en círculos a tu alrededor, como si fuera uno de los cientos de cuervos que volaban sobre la aldea constantemente.

–No, no es eso, Madre Miranda... Yo... –Te detuviste justo antes de que las palabras salieran de tu boca. No, ella no tenía por qué saber el verdadero motivo de tu falta de interés en el sexo masculino. Es verdad que las preferencias sexuales de los aldeanos carecían de interés para ella, pero quién sabe.

–No pretendo juzgarte. Simplemente me aseguro de que estás disponible para un pequeño favor...

Ser la doncella de una de los jerarcas. Eso era lo que quería de ti.

Nunca te habías planteado servir a ninguno de ellos. Habías oído cosas horribles de las doncellas del castillo. Pero tampoco es que pudieras negarte.

Afortunadamente, el castillo no fue tu destino. Al parecer Miranda quería que sirvieras a la jerarca más joven, a la solitaria y casi desconocida, Donna Beneviento.

Aunque en un principio la mujer de negro se negó, no te hizo falta más que decir que eran órdenes de Madre Miranda para que aceptara tus servicios a regañadientes. Habías oído cosas horribles acerca de esa mujer: que estaba loca, que podría hacer que tú misma te quitaras la vida, que ella te hacía experimentar el auténtico miedo... Nada de eso ocurrió, a no ser que tu mayor temor sea la sensación de vacío y de soledad.

–Buenos días, mi señora, ¿ha descansado bien? –preguntaste educadamente como cada mañana y, como cada mañana, un leve asentimiento de la dama de negro fue su única respuesta.

Ni siquiera el misterio que ocultaba ese velo negro hacía que los días pasaran más deprisa. Limpia, cocina, haz la colada. Tus tareas eran aburridas y vacías, al menos si la muñeca Angie no tenía ganas de molestarte.

Y de nuevo el silencio. Un silencio sepulcral que pesaba sobre tus hombros. No eras una chica precisamente habladora, o que disfrutara del contacto con otras personas, pero sí que hubieras agradecido algo de comunicación por parte de la dama de negro.

Donna Beneviento Tumblr Oneshots (x lectora femenina)Where stories live. Discover now