Punto de vista de la lectora
El dolor es casi insoportable. Mis manos son incapaces de contener la sangre que brota por mi herida. Grito, lloro, pero nadie me escucha, no hay nadie en este lugar oscuro. Pensar que sería el día de mi muerte no me asusta, yo fui la que se dirigió a ese lugar, fui yo la que elegí el día de mi muerte, y no ella. Con un esfuerzo agotador, consigo darme la vuelta, y contemplar la luna llena a través de los escombros de la catedral subterránea.
–Una vista magnífica –digo cerrando los ojos, respirando dolorida por los pinchazos de mi pecho al hacerlo. Mis vendajes están rotos y mi alma está condenada. ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Por qué mi vida tenía que acabar así?
Preguntas sin sentido cuando tengo la oscuridad tan cerca. Una vez escuché a alguien que decía que cuando estabas a punto de morir, podrías ser capaz de ver tu vida pasar ante tus ojos. Ciertamente no es algo que me apetezca hacer. Si tengo que morir, que sea recordándote a ti, mi amor, a la única luz que me hizo conservar la esperanza. Pero sí que siento la necesidad de volver atrás, a cuando todo esto comenzó...
Hace 20 años...
–Y entonces encontré una cueva con un montón de árboles extraños –dije, contando ese pequeño paseo por los alrededores de la aldea.
–¿Una cueva? –preguntó mi amiga, Donna, escuchándome curiosa mientras jugábamos a tomar el té con su muñeca.
–Sí, sí, una cueva enorme y muy profunda –reafirmé, fingiendo dar un sorbo de mi copa vacía.
Era una tarde como muchas otras, en casa de mi amiga, de mi única amiga, Donna Beneviento.
Mi padre, o mejor dicho, el hombre que se hacía llamar mi padre, trabajaba para su familia como jardinero. Vivíamos aislados en los terrenos de la hacienda Beneviento, casi desde que tengo memoria. Al parecer, fui adoptada al poco tiempo de nacer.
Tampoco me importaba mucho mi origen, ni siquiera que ese hombre, Josef, no se molestara en fingir que me quería. Sólo había algo que me gustaba hacer, y eso era pasar las tardes con Donna.
Ella era cuatro años mayor que yo, tenía 12 años, yo 8. A pesar de esa diferencia, nada nos impedía jugar con las muñecas, hablar, o reír, como niñas, como amigas de verdad. No podía culparla por buscar refugio en mi amistad. Ella misma tenía sus propios problemas. Según mi padre, era una niña aislada, solitaria y extraña, que nunca salía de los terrenos, que nunca hablaba con nadie.
Tal vez sería por la falta de su ojo derecho, que dejó una vistosa cicatriz en su rostro, o tal vez sería porque ella simplemente no estaba interesada en el ser humano. Fuera como fuera, Donna y yo éramos amigas. Ella me necesitaba, y yo a ella.
–¿Y qué te pasó? –preguntó Donna, bueno, más bien Angie, la muñeca que le hizo su padre a Donna para que no se sintiera tan terriblemente sola. Ella era una más, aunque sólo fuera imaginación.
–Pues que me tropecé, me caí sobre una roca y me desmayé –dije, llevándome la mano a la zona del pecho que aún me ardía.
–¿Te desmayaste? –preguntó la morena, tumbándose en el suelo con las manos en la barbilla, escuchando atentamente mi historia.
Yo asentí, tumbándome también.
–Quedé inconsciente durante horas, hasta que me desperté, ya fuera de la cueva.
–¡Eso es mentira! –chilló Angie, a lo que yo me enfadé, claramente.
–No es mentira –protesté de manera, claro, de manera infantil.
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Donna Beneviento Tumblr Oneshots (x lectora femenina)
Roman d'amourRecopilación de las historias cortas provenientes de mi Tumblr (@thisgirlnamedblusy), peticiones incluídas, en español. Espero que os gusten :)