No soy suya

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–Aquí tienen su té –dijiste amablemente, sirviendo cuidadosamente el agua casi hirviendo en las dos tazas que había encima de la mesa.

–Gracias, (Y/N) –susurró la dama del castillo, tu señora, Alcina Dimitrescu.

Llevabas tanto tiempo trabajando en el castillo que empezabas a no saber en qué día vivías. No era una tortura, o el final de tu vida, como comentaban los aldeanos. Estabas... Bien. Tus habilidades en la servidumbre habían conseguido que tuvieras una especie de posición privilegiada entre las demás. La propia Alcina, te había nombrado su doncella personal. Todo un honor, o eso decían.

Era una tarde cualquiera, una tarde de visitas. La más joven de las jerarcas, Donna Beneviento, había ido al castillo a tomar el té con su hermana. Algo que pasaba cada vez más a menudo.

–Gracias... –suspiró la dama de negro, cogiendo con cuidado su taza y desviando ligeramente su mirada hacia la tuya. Tú, sonreíste amablemente y te retiraste a un rincón, aguardando pacientemente a que la dama de blanco quisiera algo más de ti. Desde luego, no te importaba quedarte allí.

–Estoy muy contenta de que por fin hayas decidido salir de esa oscura casa y vengas a verme de vez en cuando, Donna. –dijo Alcina, mirándote de reojo.

La mujer de negro simplemente asintió. Nunca fue una comunicadora nata.

–En fin, Madre Miranda me llamó el otro día para hablarme de un asunto que la preocupa...

La dama Dimitrescu empezó a hablar con la elegancia que la caracterizaba. Donna escuchaba, o eso parecía. Giraste un poco la cabeza para coincidir con lo que supuestamente era su mirada, oculta como siempre, en ese velo negro. Una mirada breve, pero que te provocó un nudo en el estómago y un levantamiento sutil de tus comisuras.

Tus manos, fijas delante de tu cuerpo en una postura formal, jugaban entre ellas, delatando así tu incipiente nerviosismo.

–Donna, querida... ¿Me estás escuchando? –preguntó Alcina, llamando la atención de la fabricante de muñecas, que movió bruscamente la cabeza hacia ella, apartándose de tu mirada.

–Sí, sí, claro –dijo aclarándose la garganta, con la voz ronca de no usarla habitualmente. Tus mejillas se sonrojaron un poco.

Alcina esbozó una media sonrisa y se cruzó de piernas, apoyando la espalda en el sofá.

–Oh, ya sé lo que pasa aquí... –susurró la dama del castillo, estudiando los gestos de su hermana.

Todo tu cuerpo se tensó de inmediato y tu respiración se agitó de repente. Al menos estabas lo suficientemente lejos como paran que Alcina no se diera cuenta.

–¿Qué? Yo no... –murmuró Donna, imaginabas que con el mismo nerviosismo.

–Estás preocupada por Angie, ¿no es cierto? –afirmó Dimitrescu.

Tu respiración se relajó, incluso tuviste que reprimir un suspiro.

–Yo... Eh, sí –dijo la dama de negro, asintiendo, tal vez demasiado deprisa. Pobre Donna, no sabía disimular.

–No te preocupes por tu marioneta, querida... Las chicas no le van a hacer daño. Sabes que os aprecian lo suficiente como para no hacerlo –dijo Alcina divertida.

–Sí, lo sé –susurró Donna, también jugando nerviosa con sus manos. –Esto... Yo... Me estaba preguntando sí...

–¿Sí?

–He oído que ya tienes lista una nueva cosecha –dijo la dama de negro, casi en un susurro.

–De las mejores que he tenido. Últimamente el tiempo no está dando una tregua –mencionó Alcina, sorbiendo un poco de su taza de té.

Donna Beneviento Tumblr Oneshots (x lectora femenina)Where stories live. Discover now