Flores

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Nunca me acerqué a esas flores, hasta que fueron la única manera de tenerte.

Me levanté como cada mañana, en esa vieja cabaña. No sabía qué le había ocurrido a mi predecesor, pero supuse que le ocurrió lo que a todos los que están lo suficientemente cerca de ese lugar.

Mi habilidad con las plantas no era un secreto en la aldea. ¿Envidia? Seguro ¿Debería haberme sentido afortunada? No sabría decirlo.

Cuando Madre Miranda, en su infinita bondad, me encomendó un trabajo, no pude, ni quise negarme. Nadie necesitaba mis habilidades como jardinera, a nadie parecía interesarle. A nadie, excepto a Donna Beneviento.

Al parecer el hueco que dejó el hombre al que sustituí fue demasiado grande. Un terreno grande, un jardín grande que una sola mujer era incapaz de mantener.

Sí, el trabajo tenía sus ventajas: una casa para mí sola, todo el tiempo libre que quería y una buena paga. Me pregunté por qué las personas tenían tanto miedo a la dama Beneviento.

Bueno, en realidad no sabría decir si me daba miedo o no. Apenas la veía.

De vez en cuando, se paseaba junto a su muñeca por el jardín, supuse que para comprobar que yo trabajaba, que le servía para algo. Procura parecer útil, (Y/N), ese fue en consejo que me dio mi padre antes de que me fuera. Eso y ten cuidado con las flores. Por suerte, se me daba bien mi trabajo, y... Bueno, no podía quejarme.

–¡Eh! Tú –grité, señalando a un conejo travieso que amenazaba con comerse unas plantas.

Estaba acostumbrada a que las alimañas me dificultaran el trabajo, pero ese animal en especial llevaba un tiempo molestando. No podía simplemente acabar con él, pero al menos podría alejarle del jardín.

–¡Te tengo! –grité, lanzándome a por él, cayendo en la nieve con las manos vacías. El maldito conejo escapó otra vez y yo gruñí furiosa. –¡Ya verás cuando...!

No pude continuar hablando, ya que delante mi cara, estaban justo esas extraña flores amarillas, las flores de las que la propia Donna Beneviento me advirtió.

–Oh... –suspiré derrotada, sabiendo que ya era inevitable inhalar ese polen, en ese momento la pregunta era: ¿Qué me iba a pasar ahora?

Como una estúpida me quedé mirando la extrañeza de esas flores. Podría haber sido mi final, que el veneno hubiera carcomido mis pulmones y empezaría a convulsionar de un momento a otro. Pero eso no sucedió.

–Cielo, ¿te has hecho daño? –una voz extraña, una que nunca más pensé que volvería a oír hizo que me despertara de aquellas divagaciones acerca de mi posible muerte. La reconocí de inmediato, pero no podía creerlo.

–Mamá –suspiré mientras me ayudaba a levantarme.

Ahí estaba, la mujer que me dio la vida, mi madre, delante de mí, en ese terreno siniestro, mirándome con esa sonrisa, con esa ternura. Ojalá pudiera decir que estaba feliz. Pero no, ella simplemente no podía estar ahí.

–(Y/N), qué guapa estás... Has crecido mucho –susurró con esa voz, con esa misma voz. Yo negué con la cabeza ante la imposibilidad de lo que estaba viendo.

No, mi madre no podía estar ahí, hablándome. Ella murió, murió hacía ya años.

–No, no es posible –murmuré despacio, alargando mi mano para tocar la suya. No era un espejismo, fuera lo que fuera, era físico, tangible. Pude sentir el mismo tacto rugoso del vestido que siempre llevaba, su sutil perfume a las galletas que siempre nos preparaba. No podía ser una impostora, era ella, era mi madre.

Donna Beneviento Tumblr Oneshots (x lectora femenina)Where stories live. Discover now