Tu torpe amor

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"Pensándolo mejor, tal vez sí que necesite una doncella..."

Esa frase pasaba por tu cabeza un y otra vez desde hacía un tiempo. La suavidad de su voz baja y ronca era algo que no te podías quitar de la cabeza.

Tú, una chica cualquiera de la aldea, criada y educada para servir, tuviste suerte.

Podrías haber terminado como tantas de tus amigas, en el castillo Dimitrescu, tal vez en la presa o en esa horrible fábrica, pero no. Tus habilidades eran normales, nada extraordinarias, nada por lo que los jerarcas se murieran por tener. La Señora Dimitrescu tenía más doncellas de las que podía manejar, Lord Moreau no tenía doncellas, sino experimentos y Heisenberg, bueno, era mejor no pensar qué estaba haciendo en ese lugar horrible.

Sólo te quedaron dos opciones: resignarte y esperar tu turno en el castillo, o intentar algo que parecía imposible: adentrarte en las profundidades del bosque, en los terrenos de la jerarca más misteriosa de todas, la fabricante de muñecas, Donna Beneviento.

Nadie en la aldea era capaz de decirte cómo era ella exactamente. Habías oído leyendas, habías visto esas muñecas de porcelana en las casas de mucha gente, pero nadie que se hubiera acercado a Donna, había sido capaz de regresar. Siempre fuiste temeraria.

Un monstruo, una muñeca gigante y malvada, las peores visiones de tu pasado... Lo que te esperabas encontrar al llegar a esa cascada no tenía nada que ver con lo que había realmente. Una mujer, una aparentemente normal, pero con cierto misterio, y una muñeca viviente.

No era un monstruo, ni un pez, ni un loco, ni una vampira. Era sólo una mujer completamente vestida de negro, con el rostro cubierto por un velo y muy pocas ganas de tener compañía.

Loca, desquiciada, peligrosa... Los adjetivos que los aldeanos ponían a la jerarca debería ser más que suficiente como para temer por tu vida, pero no lo hiciste. Tal vez Madre Miranda estaba cuidando de ti, o tal vez no. La cuestión es que no te hizo falta insistir mucho para que Donna te contratara como su doncella, su única doncella.

Si pudieras resumir tus primeras semanas en la hacienda, sólo una palabra estaba en tu cabeza: Silencio.

Algunas veces tenías la sensación de estar limpiando una casa vacía, de cocinar para un fantasma, un espíritu errante que pasaba a tu lado de vez en cuando, sin decir una palabra, sin dirigirte la mirada.

Al menos no eras un experimento de Moreau.

Ese pequeño consuelo te acompañaba todas las noches a la hora de meterte en la cama y reflexionar sobre la situación en la que te encontrabas. Donna no se quejaba, no te hablaba. Para ella, era casi como si no existieras. La muñeca Angie sólo servía como recordatorio de que no habías perdido la razón, de que no habías desaparecido. No, estabas allí, eras una doncella, su doncella.

Con el tiempo, ver a ese fantasma enlutado se convirtió en un pasatiempo para ti. Conocías sus rutinas, sus horarios. Sin darte cuenta, te empezaste a volver adicta a su forma de caminar, al aire que levantaba su vestido cuando pasaba a tu lado. Tal vez fueran las flores, o tal vez fuera el aburrimiento. No lo sabías y tampoco querías saberlo.

Pero todo cambió la noche que tu señora sufrió una terrible crisis nerviosa. De acuerdo, los aldeanos no mentían. Su mente estaba perturbada y herida, pero, al menos, ya no estaba sola. Pensar que tú, sólo tú, eras la única persona que podría ayudarla a tranquilizarse empezó a hacerte sentir importante, indispensable.

Palabras tranquilizadoras, canciones suaves y un baño caliente. Esa fue tu manera de actuar ante la pérdida de conexión de Donna con el mundo real. El velo de su rostro desapareció en ese momento y tú, que ya habías imaginado a esa mujer del retrato como un monstruo horrible, tuviste que morderte la lengua. No, ella no era un monstruo, ella era hermosa y te morías de ganas por decírselo.

Donna Beneviento Tumblr Oneshots (x lectora femenina)Where stories live. Discover now