CAPÍTULO 10 - PARTE 3 - LAIA: Los acertijos de la maga

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Los dos días siguientes fueron exactamente iguales al primero. Horas y horas de caminata por paisajes increíbles, pero de exigentes desniveles y terrenos. El río siempre a su lado, susurrándoles. Iban en completo silencio, como creían que se debía ir en la naturaleza. En silencio era como se hablaba con ella, era la única forma de escucharla. Coven siempre estaba ahí, acechante y expectante, poniendo todos sus sentidos en el entorno, para disfrutarlo, pero también para tratar de percibir si Zhoui estaba cerca, observándolos y esperando a aparecer, o tal vez ni estaba.

Al cuarto día, que Laia desconocía por completo cuál podría ser en el calendario occidental, Coven calculó que ya estarían cerca del corazón del parque protegido, el límite que él se había puesto para avanzar; más lejos de eso no irían. Coven comenzaba a estar algo más inquieto, ella lo veía en su mirada; todo lo contaba su expresión. Aunque tratara de tranquilizarla y demostrarle que estaba sereno, lo cierto era que se estaba cansando de hacerla andar y esperar que apareciera la misteriosa vampira.

Debía de ser medio día cuando decidió que se quedarían ya allí, en un claro rodeados de exuberante vegetación. Laia se sentó en el suelo, sobre la mochila, dispuesta a esperar, mientras aprovechaba para entrenar sus nuevos sentidos con los sonidos del bosque, tratando de adivinarlos. Cerca de tres horas después, Coven, que no se había ni sentado y vagaba de aquí para allá, se puso repentinamente tenso. Zhoui debía estar cerca, o algo o alguien. Laia se puso de pie y esperó junto a Coven, que la tomó de la mano.

—¿Es ella? —le preguntó con un susurro. Él asintió.

Segundos después, como una aparición fantasmagórica, salió una mujer de la oscuridad del bosque, con paso firme y lento. Su apariencia y rasgos físicos eran los de una mujer del sur de la India, de piel muy morena, cabello largo y abundante de color negro, cayendo en una larga trenza por el lado derecho de su rostro, de barbilla corta y frente amplia, boca perfecta, nariz pequeña, grandes cejas negras y ojos brillantes. Su cuello era largo sobre hombros cortos y ligeramente caídos.

Su belleza no era impresionante ni perfecta, como en otros vampiros. La suya era una belleza serena y equilibrada. No era muy alta, y sí bastante delgada, nada voluptuosa; casi el cuerpo de una adolescente se escondía bajo unos ropajes típicamente indios, de colores verdes oscuro y naranjas, que empleaba para cubrirse también y ligeramente la cabeza. A pesar de los ropajes algo llamativos, no desentonaba con el entorno, pues parecían elegidos para no ser vista entre la maleza.

Se acercó a ellos. Coven estaba tenso, y no se movió, ni la soltó.

—Hola Coven —saludó ella con brillante y amplia sonrisa. Parecía una mujer serena, jovial y cercana, por lo que Laia no entendía el reparo de su vampiro.

—Hola Zhoui —contestó frío.

—No estés tenso —dijo agarrándolo con suavidad del brazo.

—Venimos por...

—Sé por qué vienes Coven —le cortó suavemente Zhoui—. No te preocupes por lo que me pueda haber dicho Hagall; sé que la curiosidad te vence. Me pidió hace poco que la viera y le diera mi opinión.

La vampira se acercó entonces a Laia, que le sostuvo tranquila la mirada. Fue entonces cuando apreció lo más espectacular y hermoso de esa criatura. Poseía los ojos más bonitos que jamás hubiera visto. Eran de un amarillo verdoso intenso, iridiscentes, más vivos que los de ningún otro vampiro que hubiera conocido, en combinación perfecta con sus ropas, su entorno y su propia naturaleza. Quedaban, además, muy contrastados en ese rostro moreno, con largas pestañas negras que los enmarcaba. Eran absolutamente hipnóticos, intensos y poderosos. Todo el universo, y por ende el conocimiento, parecía guardado en ellos.

Negra Sangre II: Nueva Naturaleza (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora