CAPÍTULO 16 - PARTE 1 - HAGALL: Laia, tormento de Hagall

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Hagall observaba el fuego crepitar en la inmensa chimenea de piedra de su castillo, sentado en un gran sillón, perfecto para un ser como Drácula, como él mismo. Mediaba el mes de noviembre, y con él el frío más tímido, aquel que despertaba a la niebla de su letargo estival y se ocultaba del sol en las noches más largas.

Él, como todos los vampiros, no sentía el frío, como tampoco el calor, pero siempre lo había reconfortado la calidez y el sonido del fuego, su forma de bailar, pero sobre todo su capacidad de consumirlo absolutamente todo, lento e implacable, tiñéndolo de sangre naranja y amarilla, a veces azul y verde, para acabar siendo ceniza blanca y negra, la misma que podía alimentar la tierra para dar vida de nuevo.

Podía pasarse las horas mirando el fuego sin darse cuenta del paso del tiempo, cuando a veces deseaba que hiciera lo mismo con el paso de los siglos. Observar las llamas lo sumía en una especie de letargo cercano a ese sueño que tenía prohibida su raza. Le daba paz, reposo, sosiego, evadiéndolo del mundo y sus responsabilidades, sus preocupaciones. O así era antes.

Hacía casi tres mil años que no se había permitido descanso alguno, cuando comenzara su obsesiva búsqueda de iguales, su lucha contra la implacable soledad, la incertidumbre y el miedo. Cuando logró su objetivo de encontrarlos a todos, unirlos a todos, a su raza, a su exiguo número, sintió una inmensa satisfacción; un orgullo personal que lo aupó a lo más alto de ese pequeño grupo de seres extraordinarios, únicos, inmortales, poderosos y temibles.

Había encontrado a sus semejantes, a quienes, como él, habían pasado casi dos milenios vagando en la oscuridad del dolor, de la sed insaciable, de la persecución constante y el paso del tiempo sin solución. Por aquel entonces conoció algo parecido a lo que los humanos denominaban felicidad.

Por un tiempo se sintió henchido de ella aun a pesar de no encontrar entre ellos a una compañera, su reflejo, pero no había sido el único, por lo que todos asumieron que debía ser así. La sola certeza de no saberse solos y perdidos, de conocer a quienes como ellos habían sufrido y ya habían hallado una especie de familia, era suficiente consuelo, no importaba que todos encontraran una pareja o no.

Pero esa felicidad fue pasajera... una amante caprichosa que lo abandonó en cuanto supo de la exigencia que él se había autoimpuesto al aceptar liderarlos. Desde entonces, después del primer encuentro de su especie, comenzó su largo, largo y eterno camino de control, de autocontrol, de guía, de gobierno, de responsabilidades. Todos se acomodaron, al principio, a su papel, dejándolo a él hacer y deshacer en busca del equilibrio y la supervivencia secreta de los vampiros.

La vida de todos, en sus respectivos lugares de residencia y con las ocupaciones que eligieran desempeñar, comenzó a mejorar, mientras sobre sus hombros crecía y crecía el peso del gobierno, de las decisiones, de las responsabilidades.

No tardaron en surgir las voces disidentes, disconformes y desafortunadas, pero no le costó hacerse oír por encima de esos susurros y mantenerse en el poder. Se sentía con la responsabilidad vital de desempeñar su papel, aun a costa de su propio disfrute. Durante siglos nada en el mundo de los vampiros tembló gracias a su empeño y su desempeño, salvo las historias que alimentaban el folklore popular, la mitología y las supersticiones humanas, y que nacían en muchas ocasiones de la existencia y los actos de su propia raza, a veces incontrolable. Nada que no pudiera solucionar siempre.

Pero, conforme pasaban los siglos y el ser humano adquiría mayores conocimientos y mejoraba sus herramientas, más pequeño se hacía el cerco sobre ellos, ahogándolos, obligándolos a una adaptación siempre forzosa y muchas veces difícil. Pues eso era el vampiro que él concebía, el que era capaz de adaptarse a su entorno en busca de la supervivencia, y de una vida cómoda y sin complicaciones, aunque ésta fuera anónima. La adaptación al medio era la única posibilidad de supervivencia, así lo había demostrado la naturaleza en sus millones de vidas.

Negra Sangre II: Nueva Naturaleza (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora