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Había llegado más temprano a la universidad de lo habitual, la emoción no lo había dejado dormir correctamente y lo impaciente que se encontraba lo tenía haciendo todo con prisa; apenas y había masticado el desayuno, casi atragantándose y se había tropezado con las personas de camino al establecimiento, pero nada de eso lo detuvo al final.

Sonriendo caminó por los pasillos vacíos con pequeños saltitos, dirigiéndose hasta el aula de profesores, con la esperanza de hallar allí al castaño. Antes de asomarse se detuvo en el marco, acomodándose el cabello y viendo que tuviera su ropa bien arreglada; hoy creyó que sería adecuado vestir lindo, usando una campera negra encima de una musculosa de color blanco que ceñía su ejercitado cuerpo y un jean que combinaba con el resto.

No podía negarlo, se sentía más nervioso de lo que se sintió durante sus veinte años, pero culpaba al ojiverde por causarle tantas cosas durante estos últimos meses.

—Buenos días, profesor Carrera —saludó de forma tranquila mientras se asomaba, viendo al mayor sentado en su sitio, siempre llegaba antes que los demás profesores y por eso se había asegurado de llegar antes también.

—Joven Arbillaga —devolvió sacándose sus lentes y pausando lo que hacía—. No espere que llegara tan temprano hoy.

Tomás entró a la sala, acercándose a él, con esa sonrisa volviéndose más brillante y dulce en cada paso.

—Es que, de tanto soñarlo ya quería verlo en persona, para asegurarme de que esto no es una ilusión —murmuró inclinándose frente al rostro del mayor después de girar su asiento, teniéndolo de frente y tan cerca que sentía el perfume combinado con el olor a shampoo y jabón.

—Eso… ya ves que no es una ilusión —miró hacia la puerta, asegurándose estar solos, y también evitando verlo directamente, porque seguía avergonzado de lo que pasó ayer; tanto por revelar sus sentimientos como el regaño de la mesera por todo el escándalo de ambos.

Todavía no podía creer que aceptó intentarlo, estaba loco y siquiera quería saber qué dirán los demás si se enteraban de que se estaba relacionando con uno de sus alumnos.

—Lo sé —acunó con cuidado la mejilla de su profesor y le alzó el rostro, inclinándose para dejarle un beso corto—. Y me hace feliz.

El sonrojo que cubrió las mejillas del castaño se podía comparar con las frutillas maduras, haciéndolo lucir adorable a los ojos del otro y siendo difícil no volver a juntar sus labios en un beso más profundo, pero suave y lento en un impulso.

Podía sentir el amargo sabor del café en los labios delgados del mayor, aún tibios por esa misma bebida que le daba un toque cálido al beso. Se movió de un labio al otro, besando ambos con cariño, succionando y mordiendo sin mucha fuerza, sintiendo que Rodrigo con nervios le seguía el ritmo. A pesar de que tan solo pasaron unas horas desde que lo beso, había anhelado con desespero toda la noche volver a hacerlo, volver a sentir su boca.

Mierda, sería tan difícil controlarse.

—¿Queres que almorcemos juntos hoy? —le dejó un beso en la punta de su nariz cuando liberó sus labios, tomando distancia.

—Sería muy evidente —carraspeó Ezequiel, sintiendo sus labios cosquillear con el sabor a menta de la boca de Tomás—. Y tampoco creo que sea correcto.

El pelicafé abultó los labios decepcionado.

—Sí, tenes razón…

Rodrigo creyó que verlo hacer un puchero es la cosa más adorable del mundo, realizando un mar de emociones intensas en su pecho y corazón que lo llevaron a complacerlo con tal de volver a verlo sonreír.

—Pero… podríamos ir a cenar luego.

PIROPOS   𝑓𝑡.  rodrimásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora