XX. Ceder al pecado

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En ese momento entró completamente agotado Ciffer, con moretones, heridas y golpes por todo el cuerpo. Solo vestía un pantalón desgarrado, estaba totalmente descalzo, el ojiverde escuchó las voces en la casa, lo que le irritó bastante, no estaba de humor para lidiar con cosas ridículas.

- Merlín es un poco menor que mis hijos, por eso son tan irrespetuosos con su tío... Soy viudo... Mejor dicho era viudo, mi primera esposa murió hace tiempo... Tengo varios hijos mayores... Stark, Halibell, Noitra, Grimillow, Szayel y Lilinette... Mis tres pequeños... Ninny, Balgo y Noel... Ella es su madre, por el solo hecho de ser mi esposa, la señora... y la deben tratar como tal... - dijo el ojiverde

Orihime puso algunas cosas en la mesa, cargó a su hija y corrió hacia su amado qué no tenía buena cara. Puso su mano gentil en su mejilla pálida con raspones.

- Cariño, ¿estás bien? No me gusta verte así... - dijo sollozando la de casa

- No es tan malo como se ve... - dijo el amable demonio que abrazó a su esposa y su hija

- No, es peor... - dijo molesto el mago

- ¡Merlín! - exclamó el de pálida piel

- Solo quiero algo de cenar y dejó de dar explicaciones a unos plebeyos... - dijo el rubio

Eso hizo suspirar pesadamente al pecado de la lujuria.

- Mi mujer no es sirvienta. En ese caso Grimillow y Noitra deberían de servir la mesa... - comentó el recién llegado

- ¡Ha! ¿Por qué nosotros? - se quejó el ojiceleste

- ¡Porque es tu (iba a decir madrastra, pero si quería que los intrusos aceptarán la farsa debía ser su madre de todos como iguales) mamá! ¡Así de fácil Grimillow! Y ya que aquí todos creen que son iguales y no entienden su posición...! ¡Merlín! Ellos son amigos de mi esposa tu tía, así que respetalos como invitados, como tu hermano mayor te pido que les lleves a una habitación... - dijo la lujuria

- Hmp. No sé por que alguien como yo tendría que hablar con alguien que ni siquiera es digno de mi nombre... - dijo el rubio molesto

- Merlín, no estás en medio Evo en el castillo de Inglaterra... Se más amable... en cuanto a ustedes dos... Váyanse... Es mi día libre, ustedes tienen trabajo... yo me ocuparé de los invitados... - dijo el de pálida piel

- Dejaré listas las habitaciones antes de irme a dormir... Lo más lejos de posible de ti... Ulquiorra... - dijo el mago

- De acuerdo. Nos vamos... - dijo el par de íncubos

No salieron por la puerta principal, sino que tomaron a sus hermanos menores y volvieron a la alcoba para niños, los recostaron, una vez que se durmieron, se esfumaron. El hechicero no era ingenuo, la sola presencia de Asmodeo provocaba el clamor de la pasión. Por eso mismo había alejado a sus hijos mayores, llevaba semanas sin poder acostarse con su esposa, algo que les causaba ansiedad.

- Gracias señor... - dijo algo tensa Tatsuki

- Ulquiorra Ciffer... Les mandaré su cena a la alcoba... Siganme... - dijo el ojiverde

- Sí, claro... Gracias... - dijo la capitana

Las mujeres estaban completamente anonadadas. Sentían un escalofrío eléctrico por el cuerpo. Un calor casi incontrolable, ese instinto del placer y el sexo. A través de la casa, un laberinto de pasillos, puertas y ventanas los guío el de alas negras, en cada entrada estaba un letrero con sus nombres, no estaban lejos los
disfrutaba de salir al bosque. Con un chasquido de dedos unos pequeños diablillos aparecieron.

- Lleven a los humanos algo ligero para cenar... - ordenó el pelinegro antes de encerrarse en su habitación

- Sí señor Asmodeo... - dijo un grupo de extraños niños de ojos negros

El vampiro en mi pecho Donde viven las historias. Descúbrelo ahora