XI. Paraíso Perdido

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No había ningún sonido, no había ningún temor, solo una tranquila oscuridad. Abrió los ojos y solo notó una suave luz como la del atardecer. Estaba en una habitación, cálida, serena y nada lujosa. Era solo una construcción de fresca madera o bambú. Se incorporó, estaba en una cama simple, solo una colchoneta de plumas en una estructura de madera apenas levantada sobre el suelo. Había una ventana con una fina persiana de láminas de bambú. Orihime vio en aquella alcoba un simple tablón con una tranca, se miró con su ropa de animadora. Se sentía sin tristeza, ligera como una pluma, pero notó qué no había muebles ni adornos. Abrió la puerta lentamente, fue cegada por la tenue iluminación de un tono rosado. Justo ahí estaba de pie el demonio, con sus grandes alas, agitando su larga cola.

- ¡Bienvenida mujer! - exclamó el de cabello blanco

- ¡He! ¿Pequeño Ulquiorra? Al menos eso creo... Tus ojos me dicen que eres mi pequeña mascota... - dijo algo melancólica la estudiante

- Soy el mismo murciélago qué salvaste. Técnicamente tú me diste ese nombre... por lo que sí... Soy Ulquiorra Ciffer... - dijo el caballero

- Ya veo. Entonces es verdad que ¿eres un demonio? - dijo aún confundida la doncella

- Sí. Lo soy... ¿Acaso me tienes miedo? - preguntó el ojiverde extendiendo su mano hacia ella

- No. No te temo... Solo estoy un poco... - dijo la chica tomando la mano del extraño

- Confundida. Es normal. Pero, no te preocupes, en este lugar puedes ir y venir cuando quieras, por donde quieras... - dijo el alado mirando entre la espesa selva

El de pálida piel agitó la cola dando una señal a sus subordinados entre los arbustos. Allí usando sus largas y finas colas, evitaban el contacto físico entre los pecadores, desde una advertencia con el simple sonido de un latigazo hasta sujetarlos y arrastrarlos.

- ¿En qué está pensando el señor al traer a esa alma a este lugar? - dijo Gilga azotando a un condenado

- ¡Haaa! El problema es que no está pensando... Nos tiene trabajando horas extra... tratando de redimir a estos inútiles pervertidos... Mientras él está embelesado con una simple humana... - dijo el de cabello azul levantado a un insistente pecador

- Y no una cualquiera Grimillow, una muy rara, un alma pura... Es una virgen... en un lugar como este... Es como un faro para estúpidos como estos lujuriosos... Además está prohibido que este aquí... Va a causar problemas con los ángeles luego de todo lo que pasó... - contestó el alto arrastrando a otro individuo

- Ni lo menciones, esos malditos hipócritas... Ni siquiera el puede contra el arcángel Rafael... Aún me da escalofríos recordar... - dijo el ojiceleste lanzando al sujeto a una caída de agua helada

- Más les vale estar limpios para el señor Asmodeo, soberano de estas tierras estúpidos pecadores... - dijo el pelinegro después continuó agitando su cola contra otro pecador

- Perdimos a muchas almas y a decenas de nuestros hermanos... Incluyendo a nuestra madre, la primera esposa de Adán... Lilit... la amante de nuestro padre... Nunca se recuperó por completo de eso... Supongo que ella le recuerda a la primera bruja... - dijo el más alto

- Tienes razón Noitra. Probablemente le recuerde a nuestra madre... después de todo... De ella nacimos todos los íncubos y los súcubos... Aunque estamos en extinción... todo por culpa del exterminio del arcángel Rafael... a las ciudades donde la lujuria se desbordaba... Había sido la última vez nuestro señor estaba en el mundo humano... - dijo con un suspiro el de piel apiñonada

Entonces llegó otra hermosa mujer, que por sus alas y larga cola como látigo, evidenciaba que era un demonio, una súcubo. Tenía un largo cabello verde turquesa, con grandes ojos café, una cautivadora y sensual silueta, una marca en el rostro y una dulce sonrisa.

El vampiro en mi pecho Donde viven las historias. Descúbrelo ahora