Aqui nunca vamos a estar en paz

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La Universidad de Teherán, con sus antiguas fachadas y sus patios ajardinados, alguna vez fue un símbolo de esperanza y progreso. Sin embargo, en los últimos años, se había convertido en un lugar de represión y miedo constante. Las paredes, que alguna vez resonaron con risas y debates animados, ahora estaban cubiertas de carteles propagandísticos del régimen, recordando a todos los estudiantes la omnipresencia del control gubernamental.

Pablo, con su mochila colgada al hombro, caminaba por los pasillos llenos de sombras. Sentía la mirada fría de las cámaras de seguridad en cada esquina, sus lentes negros girando mecánicamente para capturar cada movimiento. Sus pasos resonaban en el mármol frío, mientras los otros estudiantes se movían rápidamente, con la cabeza baja, evitando cualquier contacto visual que pudiera llamar la atención.

En cada entrada, guardias uniformados con semblantes impenetrables revisaban las identificaciones y pertenencias de los estudiantes. Los escáneres de metal eran inevitables, y cada pitido del detector era seguido por registros minuciosos. Pablo había aprendido a mantener su rostro neutral, su corazón acelerado controlado solo por la fuerza de su voluntad. Cualquier muestra de nerviosismo podría ser interpretada como un signo de culpabilidad.

Las aulas, que antes eran santuarios de aprendizaje, ahora estaban dominadas por un estricto currículum diseñado para adoctrinar a los jóvenes en la ideología del régimen. Profesores una vez apasionados por la enseñanza, ahora repetían mecánicamente las lecciones aprobadas por el gobierno, sus propios temores reflejados en los ojos apagados de sus alumnos.

Pablo se sentó en una de las sillas de plástico duro, sacando su cuaderno mientras el profesor iniciaba la clase con una plegaria al líder supremo. Las ventanas estaban cubiertas con gruesas cortinas que bloqueaban la luz natural, creando una atmósfera sofocante. Sentía que cada palabra que escribía estaba siendo observada, cada pensamiento controlado. Pero su mente, rebelde y ferviente, se aferraba a la esperanza y la fe que su música le otorgaba.

Durante el recreo, se dirigió al pequeño jardín trasero, un lugar que había descubierto por casualidad y que se había convertido en su refugio secreto. El jardín, rodeado de muros altos, estaba descuidado, pero aún conservaba un encanto rústico con sus flores silvestres y un viejo banco de madera. Aquí, lejos de las miradas vigilantes, Pablo podía respirar un poco más libremente, aunque siempre con un oído atento a cualquier ruido sospechoso.

Mientras se sentaba en el banco, recordó los días en que la música llenaba su vida sin temor. Pero ahora, no estaba solo en su lucha. Había encontrado a Marcos, el talentoso pianista, Gabriel, el apasionado estudiante de Teología, y Sara, la ingeniosa estudiante que sabía hacer beatbox. Juntos, formaban un grupo clandestino, unidos por su fe y su amor por la música cristiana.

En ese pequeño jardín, Pablo encontró un breve respiro del ambiente opresivo de la universidad, un lugar donde podía soñar con un futuro en el que su voz pudiera ser escuchada sin miedo. Sabía que ese futuro solo sería posible si continuaba trabajando con sus amigos, compartiendo su fe y su valentía, dispuestos a luchar juntos por la libertad de expresar su amor por Dios a través de la música.

La tarde comenzaba a caer sobre la Universidad de Teherán, pero la opresiva atmósfera no disminuía con el descenso del sol. Las sombras alargadas de los edificios caían sobre los patios y corredores, creando un juego de luces y oscuridades que se sentía más como una prisión que como un centro educativo. Las sirenas de la policía religiosa resonaban ocasionalmente, recordándole a todos la constante vigilancia.

Pablo se dirigía a su próxima clase, su mente aún absorta en los pensamientos de su encuentro en el jardín. Mientras caminaba, pasó por el gran auditorio, un lugar que alguna vez había sido un hervidero de actividades culturales y artísticas. Ahora, sus puertas estaban cerradas y las ventanas, cubiertas por persianas de metal. Recordaba las veces que había soñado con cantar en ese escenario, pero esos sueños parecían más distantes que nunca.

Do-Re-Mi LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora