La Ira del Régimen

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La mansión de la familia de Darya era un remanso de paz y lujo, un mundo apartado del caos y la opresión que reinaban en las calles de Teherán. Sin embargo, esa noche, la tranquilidad del hogar se vio interrumpida por la llegada inesperada del padre de Darya, el Sr. Kamran, un hombre poderoso e influyente en el régimen.

Su rostro reflejaba una mezcla de furia y preocupación mientras entraba en la sala de estar, donde Darya se encontraba sentada junto a la chimenea, leyendo un libro.

— Darya —dijo el Sr. Kamran, con voz grave y autoritaria—, necesito hablar contigo.

Darya levantó la vista de su libro, con el corazón latiéndole con fuerza. Sabía que algo no iba bien. La expresión de su padre era inusualmente severa, y un mal presagio la invadió.

— Sí, padre —respondió Darya, con voz temblorosa.

— He recibido una noticia muy desagradable —dijo el Sr. Kamran, con la mirada fija en su hija—. Parece que has estado involucrada en actividades subversivas.

Darya sintió que la sangre se le helaba en las venas. Su padre lo sabía. Sabía de su colaboración con "Do-Re-Mi Libertad". ¿Cómo lo había descubierto?

— No sé de qué me hablas, padre —dijo Darya, tratando de mantener la calma, aunque su voz la traicionaba.

— No te hagas la inocente —dijo el Sr. Kamran, con un tono acusador—. Sé que has estado ayudando a esa banda de rebeldes, a "Do-Re-Mi Libertad".

Darya bajó la mirada, sin saber qué decir. No podía negar la evidencia. Su padre tenía pruebas de su participación en la resistencia.

— ¿Cómo... cómo lo has sabido? —preguntó Darya, con voz débil.

— No importa cómo lo sé —dijo el Sr. Kamran—. Lo importante es que has traicionado a tu familia, a tu país. Te has unido a un grupo de criminales que quieren destruir todo lo que creemos.

Darya levantó la vista y miró a su padre con desafío.

— No son criminales —dijo Darya—. Son jóvenes valientes que luchan por la libertad, por un futuro mejor para nuestro país.

— La libertad es una ilusión —dijo el Sr. Kamran, con desdén—. Solo existe el orden y la obediencia. Y tú has violado ese orden.

— No puedo quedarme callada, padre —dijo Darya, con la voz firme a pesar del temblor en sus manos—. No puedo ignorar la injusticia que se comete en este país. No puedo hacer como si nada pasara mientras personas inocentes son perseguidas y oprimidas.

El Sr. Kamran la miró con una mezcla de decepción y furia. No podía creer que su propia hija se hubiera vuelto en su contra, que hubiera abrazado las ideas de aquellos rebeldes que él consideraba enemigos del Estado.

— Estás ciega, Darya —dijo el Sr. Kamran, con la voz cargada de amargura—. Esos jóvenes son unos traidores, unos ingratos que quieren destruir todo lo que hemos construido. No entienden lo que es bueno para este país.

— Ellos luchan por la libertad, padre —dijo Darya—. Por un futuro donde todos podamos expresarnos sin miedo, donde la fe y la música no sean perseguidas. ¿Eso está mal?

— La libertad sin orden es caos —dijo el Sr. Kamran—. Esos jóvenes solo quieren sembrar el desorden y la destrucción. Y tú, al ayudarlos, te conviertes en su cómplice.

— No soy una cómplice —dijo Darya—. Soy una aliada de la libertad. Y no me arrepiento de nada.

El Sr. Kamran sintió que la ira lo cegaba. No podía tolerar la rebeldía de su hija. Había intentado criarla con los valores del régimen, con la obediencia y el respeto a la autoridad. Pero había fracasado. Darya había elegido el camino de la rebeldía, el camino de la traición.

Do-Re-Mi LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora