Misión Rescate

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La noche era oscura, sin estrellas, y una fina lluvia caía sobre Teherán, creando un ambiente sombrío y misterioso. A las afueras de la ciudad, cerca de la prisión donde Pablo estaba recluido, un pequeño grupo de jóvenes se preparaba para llevar a cabo un audaz plan de rescate.

Marcos y Amir, con las manos enlodados y la respiración agitada, terminaban de remover las últimas piedras que bloqueaban la entrada del túnel. La lluvia caía sobre ellos, mezclándose con el sudor de sus frentes.

— Ya casi está —dijo Amir, con un gruñido de esfuerzo.

— Un poco más —dijo Marcos, haciendo palanca con el pico.

De pronto, un sonido metálico les indicó que habían logrado mover la última piedra. La entrada del túnel quedó libre.

— ¡Lo logramos! —exclamó Amir, con una sonrisa de triunfo.

— Ahora hay que entrar —dijo Marcos, con un toque de aprensión en la voz.

Se miraron un instante, y luego, sin mediar palabra, se adentraron en la oscuridad del túnel.

Mientras tanto, Sara y Gabriel se preparaban para el concierto frente a la prisión. Habían colocado los instrumentos en un pequeño claro del bosque, a una distancia prudente de la entrada principal. La lluvia había dejado de caer, y una luna pálida se asomaba entre las nubes, iluminando la escena con una luz espectral.

— ¿Crees que funcionará? —preguntó Sara, con nerviosismo.

— Tenemos que confiar en Anahita —dijo Gabriel—. Y en nuestra música.

— Nuestra música siempre nos ha dado fuerza —dijo Sara—. Espero que esta vez no sea la excepción.

— No lo será —dijo Gabriel, con convicción—. Esta noche, nuestra música será un arma de libertad.

Tomaron sus instrumentos y comenzaron a tocar. Las notas de "Ecos de Libertad" resonaron en la noche, llevando un mensaje de esperanza y rebeldía. La música se elevó sobre los muros de la prisión, llegando a los oídos de los guardias y los prisioneros.

Un haz de luz iluminó el rostro de Anahita, quien sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Su corazón latía con fuerza, y su mente trabajaba a toda velocidad para encontrar una salida a aquella situación. No podía permitir que los descubrieran, no ahora que estaban tan cerca de rescatar a Pablo.

— ¡Quieta! ¿Quién anda ahí? — la voz del guardia resonó en la noche, cortando el silencio del bosque.

Anahita levantó las manos lentamente, mostrando que no era una amenaza. — Soy solo una mujer que se ha perdido —dijo con voz temblorosa, intentando aparentar vulnerabilidad.

El guardia se acercó con cautela, apuntándola con su rifle. — ¿Qué hace aquí a estas horas? —preguntó con sospecha.

— Estaba visitando a un familiar en el hospital —mintió Anahita—, y al salir me desorienté. No encuentro el camino de regreso a la ciudad.

El guardia la observó con detenimiento, escudriñando su rostro en busca de alguna señal de mentira. Anahita sostuvo su mirada con firmeza, rezando para que su actuación fuera convincente.

— Muéstreme su identificación —ordenó el guardia.

Anahita buscó en su bolsillo y sacó la identificación falsa que había preparado para la ocasión. Se la entregó al guardia, quien la examinó bajo la luz de su linterna.

— Anahita Kazemi —leyó el guardia en voz alta—. ¿Vive usted en Teherán?

— Sí —respondió Anahita, con voz tranquila.

Do-Re-Mi LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora