Los días posteriores al concierto clandestino transcurrieron en una tensa calma. Pablo, Marcos, Sara y Gabriel se reunían con más frecuencia, no solo para ensayar, sino también para compartir sus miedos y esperanzas, y para fortalecer los lazos de amistad que los unían. La experiencia del concierto los había transformado, les había dado un sentido de propósito y les había mostrado el poder de la música para unir a las personas en medio de la adversidad.
Sin embargo, la amenaza del régimen se cernía sobre ellos como una nube oscura. Las noticias sobre arrestos y persecuciones a cristianos se hacían cada vez más frecuentes, y los cuatro amigos sabían que no podían bajar la guardia.
Una tarde, mientras caminaban por el campus universitario, Pablo y Sara se cruzaron con un grupo de Guardianes de la Revolución que revisaban las identificaciones de los estudiantes. Un escalofrío recorrió la espalda de Pablo, y sintió que el corazón le latía con fuerza.
— No te preocupes —susurró Sara, tomándolo de la mano—. Solo mantén la calma y no les des motivos para sospechar.
Pablo asintió, tratando de controlar sus nervios. Al llegar a la altura de los Guardianes, les mostraron sus identificaciones con manos temblorosas. Los Guardianes los observaron con desconfianza, escudriñando sus rostros en busca de algún signo de rebeldía.
— ¿Qué estudian? —preguntó uno de los Guardianes, con voz seca.
— Música —respondió Pablo, con la voz apenas un susurro.
— ¿Música? —repitió el Guardián, con una mueca de desprecio—. ¿Y para qué sirve la música en estos tiempos tan difíciles?
— La música nos da esperanza —respondió Sara, con valentía—. Nos ayuda a soportar las dificultades.
El Guardián la miró con furia. — La música occidental es una corrupción para nuestra juventud —dijo, con voz amenazante—. No permitan que los desvíe del camino de Dios.
Pablo y Sara asintieron en silencio, sintiendo el peso de la mirada del Guardián sobre ellos. Finalmente, los Guardianes les devolvieron sus identificaciones y los dejaron pasar.
—Eso estuvo cerca —dijo Sara, con un suspiro de alivio, una vez que se alejaron de los Guardianes. —No me gusta nada esta situación. Cada vez hay más controles, más vigilancia...
—Lo sé —dijo Pablo, con preocupación—. Temo que descubran lo del concierto.
—Debemos ser más cuidadosos —dijo Sara—. No podemos arriesgarnos a que nos atrapen.
—Tienes razón —dijo Pablo—. Pero no podemos dejar de cantar. Nuestra música es demasiado importante.
—Lo sé —dijo Sara—. Pero debemos encontrar la forma de hacerlo sin ponernos en peligro.
Caminaron en silencio durante un rato, pensando en las palabras de los Guardianes y en la creciente tensión que se vivía en el país. La amenaza del régimen se sentía cada vez más cercana, más real.
—Tal vez deberíamos dejar de ensayar por un tiempo —dijo Pablo, con resignación—. Al menos hasta que las cosas se calmen un poco.
—No —dijo Sara, con firmeza—. No podemos dejar que el miedo nos venza. Nuestra música es una forma de resistencia, y no podemos renunciar a ella.
—Pero no quiero que nos pase nada —dijo Pablo, con preocupación—. No quiero que te pase nada.
Sara lo miró con ternura y le tomó la mano. —No te preocupes, Pablo. Estaremos bien. Confiemos en Dios. Él nos protegerá.
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Do-Re-Mi Libertad
General FictionEn un Irán bajo el yugo opresivo de un régimen totalitario, la fe es un crimen y la música es el arma secreta de unos valientes jóvenes dispuestos a desafiarlo todo. Pablo, un talentoso cantante universitario, descubre un mundo clandestino de creyen...