La flecha se ha detenido sobre la palabra NO del tablero, estoy acojonada pero no puedo quitar las manos ni apartarme. Porque encima no me toca un muerto normal, me toca uno sarcástico. Esto quizás es bueno, tranquila Cecilia, quiere decir que se cree gracioso. Espero que gracioso de risa y no gracioso de: me hace gracia matarte.
Trago en seco.
—¿Qué es lo que quieres? —pregunto mientras muevo la flecha sobre las letras del tablero.
Creo que eso ha sonado demasiado agresivo, espero y no lo enoje y sea lo último que cuente.
—J —mis dedos se mueven solos y yo los dejo porque no soy capaz de reaccionar —A —debería soltarlo y salir corriendo —M —el orégano quemado empieza a hacer efecto —A. ¿Jama?
Pues mejor cómeme porque estas embarcado. Ni siquiera soy creyente de dejarle monedas a los santos, menos me voy a poner a cocinar para un muerto.
¡El muerto!
—Lo siento, muertos de hambre nos quedamos los dos —suelto al aire esperando que sea capaz de oírme y mis dedos vuelven a desplazarse solos por el tablero.
—Arrancá —se deletrea sobre este.
Arrancada, palabra designada para decirme pobretona o jodida. Porque encima de gracioso mal hablado. ¿Quién se cree este pidiendo limosna con escopeta?
¿Qué hago ahora? ¿Qué digo? Hasta ahora no parece tener otras intenciones que no sean insultarme con mi escaso nivel adquisitivo. ¿Le respondo? ¿Me voy a dormir? Aparto las manos del tablero, con suerte haya cortado la comunicación espectral de esa manera.
Okey, no pasa nada; hay un espíritu en tu casa pero no es tan raro. Mejor ve a dormir, descansa, mañana no tienes clases así podrás pasarte todo el día adelantando la tesis. ¿Pero si voy a dormir ESO no seguirá aquí? ¿Me puede observar mientras duermo? Una sensación de asco y acoso me sobrecogen.
Dejo el tablero en el mismo lugar, ni siquiera quiero tocarlo. Tomo el pomo de sal y me marcho a mi habitación. Riego sal en el marco de la puerta y el de la ventana, como si estuviera tan barata. Debo haber gastado ya cien pesos de sal en esta gracia..
¿Igual podrá verme?
Busco un mosquitero que tenía guardado en el closet, especialmente reservado para las épocas del auge del dengue y lo armo sobre la cama para que termine pareciendo una especie de tienda de campaña cuadrada.
Bueno, al menor así estaré más protegida hasta que amanezca, y nada de dejar el pie fuera de la colcha.
Me acomodo en mi pequeño refugio en el mismo momento que veo que Kiro busca la manera de meterse dentro. Mejor lo ayudo antes de que rompa el delicado encaje, dicen que los gatos alejan malos espíritus, así que agradezco que duerma conmigo.
Intento cerrar los ojos pero solo puedo pensar en que hay algo que puede observarme, que no se si puede tocarme o hacerme daño. Pero solo la idea de que puede estar en el marco de la puerta o junto a mi cama es espeluznante.
Gracias a esa idea no puedo dormir, me entretengo gastando mis megas en Facebook hasta que empiezan a salir los primeros rayos de sol y mis ojos ya no pueden más.
(...)
Abro los ojos, duele abrirlos, aún tengo sueño y duele querer despertar pero que tus ojos pesen tanto. Mi cabeza da latidos exasperantes molesta por los rayos de sol que entran por la ventana y con ganas de poder controlarme y llevarme de vuelta al colchón. Pongo la cafetera a colar y el olor al chícharo quemado que me han vendido por café no es capaz de reconfortarme. No voy a aguantar esto, no puedo vivir así. No es que tenga algo en contra de los espíritus pero no puedo vivir sin dormir, gastando sal y con miedo a ducharme.
La cafetera a duras penas ha terminado de colar ese líquido negro que casi tupe sus poros. Lo tomo y aunque no sabe ni cerca como el café de verdad ya estoy demasiado adaptada creyendo que posee algo de cafeína con que movilizar mis sentidos.
No puedo vivir así, no puedo.
Aun en el piyama busco las chancletas y con la taza en la mano salgo por la puerta, con los pelos que parecen un rollo de alambre de púas; cruzo tres cuadras hasta que veo esa casa pequeña donde hable por primera vez con ella.
Aprieto el timbre, y al no notar respuesta lo mantengo presionado mientras escucho como su ruido se repite una y otra vez en su interior.
—¡Ya va! —me grita una mujer y suelto el pequeño botón para que pare de sonar.
Escucho como el seguro es quitado y la puerta se abre. La señora de la casa me mira con un rostro entre el disgusto por mi insistencia y la felicidad al reconocerme.
—Aah Cecilia, eres tú. —dice con una sonrisa en su arrugada cara por los años. Aunque eso sí, no aparenta los años que tiene, por algo dirán que las personas negras envejecen mejor. Su pelo perfectamente blanco y recogido le da una apariencia hermosa.
Como mismo yo la miro, ella me observa, mi aspecto descuidado, mi pelo de alambre, con las marcadas ojera y la taza de café en la mano.
—¿Cómo estas mi niña? —pregunta invitándome a pasar.
Su amabilidad me quitan las ganas de matarla por no decirme que la casa estaba poseída.
—¿Y usted como cree que estoy? —le digo señalando mis ojos —Míreme.
—Sin dudas no te ves muy bien —dice con cierta lastima y a la vez extrañeza.
—¿No se le ocurrió que no decir que su alquiler venia embrujado podía afectar la salud mental de las personas? —le reclamo sin tragarme una sola de mis emociones.
Puedo ver en su rostro que sabe de lo que hablo.
—¿Segura que estas bien chiquilla? ¿Quizás necesites un médico? —sé que debo verme como una loca pero no lo soy.
—Lo que necesito es un exorcista, y lo siento pero prefiero comer la comida de la beca de la universidad que estar pagando tres mil pesos por un alquiler embrujado. Y créame que voy a hacerle saber a toda Cuba de que esa cosa está embrujada.
Cuando vio que metí el tema dinero y redes sociales su cara cambió a una más aprensiva.
—Creo que podemos llegar a un acuerdo —dice sin dar más rodeos. —La cosa está dura, yo necesito ese ingreso y tú necesitas donde quedarte, y sé que no tienes muchos recursos, lleguemos a un acuerdo. Tú ignoras a ese molesto inquilino y yo te dejo el alquiler en dos mil.
—¿Inquilino? ¿Usted de que se cree que le hablo? ¿De una iguana? Estamos hablando de un espíritu o un demonio, ni siquiera sé que es. Y usted no fue capaz de advertirme tan siquiera, y lo sabía.
—Sé que no es nada de peligro, solo mueve cosas y eso.
—¿Nada de peligro? He estado al borde de infartarme dos veces en lo que llevo viviendo ahí. También quiero de regreso lo que le pagué este mes, pero yo me largo.
Me levanto de su asiento, tengo aun la taza en la mano que tiembla. Dentro de un rato veo llegando al SIUM para que me lleven a internar, pero cuando estoy dispuesta a irme su voz me paraliza.
—Mil pesos.
Mil pesos un alquiler, mi moral lucha con mi sanidad mental y mi escases de billetes. No, es una locura quedarte ahí, pero solo serían mil pesos. No puedes ponerle precio a tu estabilidad emocional, pero tampoco cagas oro así que...
Ya buscaré la manera de hacer las paces con ese muerto.
—¿Qué dices mi niña? ¿Trato hecho?
Joder, odio ser una mujer empoderada, independiente y que mi bolsillo no se haya entrado de ello.
—Hecho
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Mi muerto no paga alquiler
ParanormalCecilia, la mulata más codiciada de Cuba, siguiendo su sueño de independizarse aún siendo universitaria, se muda a un alquiler cerca de su Universidad y se encuentra con un inquilino que: ¡ Ave María.! 🔥Apagones 🪄Mosquitos 🍪 El pan de la bodega...