Paticas para que las quiero

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No doy crédito a lo que ven mis ojos ¿se me subió el azúcar o se me bajó la sangre? Pero esto no puede ser real

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No doy crédito a lo que ven mis ojos ¿se me subió el azúcar o se me bajó la sangre? Pero esto no puede ser real. El bicho, ente o lo que sea, negro, raspa los calderos del arroz con una cuchara y un tenedor. Tal vez si no me muevo no me vea, tal vez si me pellizco despierte de esta horrible pesadilla, esto es culpa de Daniela, hablándome de muertos antes de dormir.

Con la olla en mano se gira hacia donde estoy. Sus ¿ojos? Rojos se posan en mí, y un escalofrío me recorre el cuerpo.

—Estás tacaña, ni una salsa ni nada, arroz solo y por poco ni me dejas

Okey, paticas para que las quiero.

Con los ojos cerrados y gritando para desaparecer de la realidad corro escaleras arriba, —que "eso" no me siga, que no me siga. —Entreabro los ojos para divisar la puerta y un golpe en el pie lo único que me divisa es el borde de un escalón acercándose a mi cabeza.

Abro los ojos de a poco, mi frente duele, pero al menos estoy viva. Intento levantarme, mi mano se mueve a la herida de mi cabeza y las yemas de mis dedos se tiñen de rojo. — ¿Qué ha pasado? —El bicho ese, la cosa negra de ojos rojos. Seguro fue un sueño, seguro estaba sonámbula y soñando ¿Tiene que ser eso verdad?

Con cuidado bajo a la cocina — ¿Y si sigue ahí? —Veo el bate en el suelo y lo levanto. Con cuidado asomo la cabeza y me preparo para entrar por el arco divisorio — ¡Ajá! —No hay nada, mi grito triunfal fue para nada. Bueno, es un alivio. Las cazuelas siguen en el mismo lugar donde las dejé anoche, —Señal de que estás loca Cecilia, que alguien llame a mazorra para que te mediquen —Escucho la alarma de mi teléfono sonar desde las escaleras, debió caerse en mi fuga.

¡La universidad!, mierda llego tarde. Recojo con rapidez mi celular y continúo mi avance a tomar par de cosas en la habitación. Menos mal que solo veré a los mismos veinte zopencos de siempre, y ya perdí la vergüenza como para arreglarme para ellos.

Pongo un pedazo de pan en mi boca y la mochila en mi espalda y salgo como alma que lleva el diablo a ver si encuentro algo que me lleve sin esperar dos horas.

(...)

Regreso del estresante día donde dormí el treinta por ciento del tiempo de clases porque la verdad, no pueden ser más aburridas. Solo una me mantuvo despierta y solo porque fue más vida personal del profesor que clase. Todos solo podíamos quejarnos por el grupo de watsap mientras rogábamos que el último profesor de la última clase no apareciera. Y para nuestra buena suerte, apareció, para hacernos dormir otros noventa minutos.

Sin embargo no he podido sacar de mi cabeza esa imagen, esa sombra negra de ojos rojos en mi cocina, con mis cubiertos. La piel se me eriza de solo pensarlo. Solo fue un mal sueño, una alucinación provocada por el estrés y un puré de tomate fermentado, sí, eso debió ser.

Mi celular vibra en mi mano, un mensaje de Daniela —"Beach mi novio me va a llevar a casa"—Bien, abandonada por mi mejor amiga, me toca regresar sola a mi raro hogar.

Llego a la parada, donde la cola de espera se extiende tres cuadras más adelante y el inspector compañero azulito encargado de detener los carros está más concentrado en jugar con el celular que en realizar su trabajo. Si quiero llegar hoy a mi casa mejor camino, total, ¿Qué son siete kilómetros bajo el sol? Haciendo una posición que debe estar fichada en algún libro de yoga, consigo sacar mi plegable sombrilla de la mochila junto con mis enredados audífonos que traen enganchados en sí varias cosas.

Luego desenmarañar el nido, digo, el nudo, de mis audífonos, abro con delicadeza la sombrilla para intentar no romper otra de sus delicadas varillas y me dispongo caminar. La guagüita de San Fernando (un ratico a pie y otro caminando) es una buena opción mientras la carga del celular dure lo suficiente para que mis pies no sientan el cansancio.

Al fin llego a mi hogar, dulce hogar. Camino directo hacia el refrigerador que golpea con su frio aliento mi sudado rostro, tomo un pomo de agua congelada que casi quema mis manos antes de dejar caer mis nalgas sobre la dura madera de las sillas. Dejar de caminar hace que mis pies empiecen a latir dentro de los zapatos como dos pelotas ansiosas de rebotar por el suelo, estoy agotada. El agua fría ni siquiera baja por mi garganta, necesito agua, agua en todo el cuerpo, que entre por cada uno de mis poros.

Así de motivada camino hacia el baño, la toalla me espera en el tubo de la cortina de la ducha así que no tengo que pensarlo dos veces antes de desperdigar mi ropa y dejar que caiga donde le plazca caer, las personas desordenadas son las más inteligentes, no se quien lo dijo pero le agradezco darme una excusa para el caos al mi alrededor.

Abro la llave de la ducha hasta que llega a su tope máximo ¡Esta fría! —¿Es lo que querías no?— Si pero no de golpe para que mi espalda se retuerza como gusano en anzuelo. La suerte es que poco a poco mi cuerpo se acostumbra a la sensación, supongo que a todo uno se acostumbra hasta el punto de sentirlo placentero.

Las gotas poco a poco vuelven mi pelo pesado para que caiga pegándose a mi piel , subo mis manos por mi frente para apartar el pelo de mi rostro, siento como brisa fría cruza mi piel, lo cual es extraño porque dejé cerrada la puerta. Saco la cabeza y si, la puerta está cerrada. Basta con las alucinaciones, haz tenido suficiente. De pronto la cortina se mueve un poco, pero un poco de mucho

—Fue el viento

Odio recordármelo pero no hay viento que pueda hacer eso.

— ¿Entonces que fue?

Cuando busco una respuesta lógica a las preguntas que se formulan en mi propia cabeza cuando, —Esto no puede estar pasando —En la pared seca debajo del toallero unas letras dibujadas con agua empiezan a aparecer.

H —No te espantes

O —Tragaste shampoo

L —El jabón no se come

A —No hiperventiles, no corras, no gri...

Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah —que mi alma se la lleve al diablo, no mejor que no se la lleve. Mis pies mojados patinan en las losas del baño, una de mis manos se sostiene en el lavamanos pero ya es tarde, aquí viene el suelo, again.

Mi muerto no paga alquilerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora