Amarrando un santo

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—Estoy muerta —Daniela se lanza sobre mi cama con el ventilador directo a su cara

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—Estoy muerta —Daniela se lanza sobre mi cama con el ventilador directo a su cara. –Entre la limpieza y el paseíto no puedo más.

La verdad es que yo tampoco.

—Levanta, que estas toda churrosa para acostarte en mis sábanas. —la regaño halándola por una pata para sacarla de mi cama pero ella se aguanta del borde del colchón.

—¡Déjame un ratico!

Como sé que no seré capaz de sacarla me acuesto a su lado.

—La paletica de helados, el polvorón, el cabezote —sentimos la voz de algún vendedor ambulante gritar. —La paletica de helados, el polvorón, el cabezote.

—Cilia, ¡vamos a comprar helados! —dice Daniela pegando un brinco en la cama capaz de zafarme algún muelle.

—¿El duro frío ese? —le reclamo y ahora es ella quien me hala el pie. —Daniela eso es hielo con sabor.

—Dale, me lo debes. Yo quiero. —si niña de cuatro años.

—Está bien, tú ve llamando al tipo ese en lo que yo busco el dinero.

Daniela sale disparada corriendo para alcanzar al vendedor mientras yo intento recordar donde pude haber dejado el monedero.
Busco mi mochila y la viro al revés pero no sale de ella. ¿Dónde dejé eso? No está debajo de las almohadas, ni en el comedor, ni en la cocina ¿Qué donde está?

—Cucurru que la tienes tu –canto.

Enfócate Cecilia.

Deja ver si la metí en el refrigerador o lo dejé en el baño.

—Cilia, ¿Por qué te demoras tanto? —Daniela entra para apurarme —él tipo ese está impaciente. Mueve esas nalgas

—Te esperas, que no encuentro el monedero.

—¿Dónde lo dejaste?

—Si lo supiera no lo estaría buscando. —este no es momento para preguntas tontas Daniela.

La desesperación empieza a recorrerme cuando la dichosa cartera sigue sin aparecer.

—Ay mi madre, donde habré dejado eso.

—¿Y si la botaste en el camino? —no, eso no puede ser —¿Traías mucho dinero adentro?

—¿Qué dinero ni dinero? Si como mucho tendría los trescientos para el guanajo aquel. El dinero no es lo importante, el carnet, las tarjetas sí. Lo que no pienso pasarme un mes de cola en cola para sacar todo de nuevo.

Piensa Cecilia piensa. Eso tiene que aparecer.


—¡Oiga doña! ¿Van a querer las paleticas por fin? —se oye el eco de la voz del vendedor ambulante recorrer toda la casa.

Hace falta que salga el muerto y le responda.

—¡Un momento! —grita Daniela y se gira hacia mí contagiada con mi desesperación —Sé de algo que puede funcionarte, hazlo en lo que yo voy y pago las paleticas.

—Como me salgas con alguna de tus brujerías Daniela, te juro que no respondo —que hoy no tengo el horno para palomitas.

—Pero si es algo muy sencillo ...

Ya sabía yo. A esta cuando se le sube sus raíces, que parece más negra que yo.

—¿No te parece que ya hemos tenido suficiente paranormalidad en un día?

Dani pone una cara de "tú sabrás" y hace un gesto para irse a buscar las paleticas.

—Espera... —las cosas que uno hace por desesperación —Suelta la sopa.

—¿No que no estabas para mis brujerías? —como le gusta hacerse rogar.

—Para conseguir de vuelta mis papeles no va haber brujería en este mundo posible, así que estoy dispuesta a cualquier cosa.

—¡Se me descongelan las paleticas! —vuelve a gritar el tipo.

—¡Ya vamos! —gritamos ambas al unísono —Es fácil —empieza a explicarme Daniela —Coge un hilo o una soga y amárrala a la pata de una silla, y mientras haces el nudo dices tres veces: "San Antonio de Padua hasta que no aparezca mi cartera no te suelto"

—¿Solo eso?

—Si, solo eso. Dale muévete para que vayas a coger tu duro frio con forma de paleta.

Inhalo, exhalo, exhalo e inhalo. ¿Cuándo acabaran mis desgracias? Sé que esto es por gusto, pero la desesperación hace creyente a cualquiera.

¿Ahora de donde saco un hilo?

Le quito uno de los cordones a uno de mis tenis y voy hasta el comedor para amarrarlo a la pata de la silla. Por mi bien espero que esto funcione.

"San Antonio de Padua hasta que no aparezca mi cartera no te suelto"

"San Antonio de Padua hasta que no aparezca mi cartera no te suelto"

"San Antonio de Padua hasta que no aparezca mi cartera no te suelto"

Aprieto bien el nudo, para que sepa que se ahorque el santo si es necesario.

—¡Cecilia! —grita Daniela —¡Coge!

Llego hasta el portal para que Daniela me pase mi paletica de chocolate y el tipo se vaya empujando su carrito como Pablo el heladero, lo que este no es un pingüino, ni se ve feliz o bonito; al igual que la paleta.

—¿Treinta pesos este pedazo de hielo? —le digo a Daniela.

—Tenia antojo —me responde ella.

—Eso se quita a los nueve meses.

—Eso es lo que vas a demorar tú en volver a sacar los documentos si el Padua no te ayuda —humor basado en mi dolor, ja-ja-ja —¿Lo hiciste al final?

—Si. Acuérdate que cuando truena todos le rezan a Santa Bárbara.

—Ay, mi flaco me dedico un poema. —es que no puede ser más baboso el guanajo ese —Santa Bárbara bendita, hija de la oscuridad, los ojos de esa chica, me dan electricidad" —suspira.

—Ay si, que romántico. —Pongo mi voz cínica mientras entramos otra vez a la casa.

Estamos caminado por la sala cuando el muerto se nos aparece casi haciendo que nos asustemos, pero es él quien trae cara de espanto.

—¿Quién es el tipo ese que está en la cocina? —protesta —Les advierto que no pienso compartir mis dulces con nadie.

¿Sus dulces? Hay cosas más importantes Cecilia.

¿Se habrá metido alguien en la casa? ¿Otro ladrón? Lo dudo o el muerto lo habría espantado.

Seguimos a nuestro compañero flotante hacia la cocina y no vemos nada.

—Aquí no hay nadie. —le decimos. De pronto la silla que tiene el hilo se mueve y ambas pegamos un salto.

Mi muerto no paga alquilerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora