Maratón noctambulo

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—A ver —dirijo mi pelotón como toda una general

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—A ver —dirijo mi pelotón como toda una general.

Daniela y el muerto están parados frente a mí, firmes como piedras porque les dije que iba a esconder los chocolates si no me ayudaban en mi misión.

—Nos queda solo esta noche para terminar mi tesis, mañana debo presentar la pre-versión final. Y con todo el revolú que ustedes dos han armado, y que alguien rompió mi laptop y me hizo perder todo mi avance, esta noche será la noche definitiva. La batalla más larga y desgastante a la que nos habremos enfrentado, y ustedes serán mis soldados de lealtad incondicional dispuestos a caer en el frente de batalla.

—¿En serio es necesario todo este drama Cecilia? —pregunta Daniela arruinando mi discurso motivacional a mis tropas.

—Si quieres tu chocolate sí. —parece ser respuesta suficiente —Te recuerdo que esta es posiblemente la primera vez que alguien será capaz de hacer toda una tesis en una noche.

—¿Lo anoto en el libro de Records Winess? —ella le sigue buscando la cuarta pata al gato.

—¿A que le doy tu merienda al muerto? Se comporta mejor que tú.

—Yo estoy de acuerdo con esa propuesta —añade el otro.

—Dale Cecilia, deja el drama, que esto lo hacen más del ochenta por ciento de los universitarios. Acaba de decirnos que vamos a hacer.

Aguafiestas.

—Bien, tú te encargaras del capítulo uno que son los conceptos. Yo me encargaré del capítulo dos y tres.

—¿Y yo? —pregunta el muerto.

—Tú no sabes usar la tecnología, pero tu función es muy importante. —se le infla el pecho de orgullo —Hacernos café y no dejar que nos durmamos —se desinfla el globo —Es muy importante, llegará un punto que tendremos tanto sueño que no podremos controlarlo y tú debes hacerlo.

—No está a mi nivel la tarea, pero voy a cumplirla.

Entonces a trabajar.

Ellos se ponen manos a la obra, Daniela con Google en mano y yo con su laptop, mientras el muerto prepara la cafetera.

El olor del café colándose es para nuestras narices lo que música para nuestros oídos.

El muerto viene hacia nosotras intentando no derramar el líquido de las tazas y nos las deposita con cuidado sobre la mesa.

¡Ah!, el calor de la taza se siente muy bien en mi mano, me la llevo lentamente a la boca y...

—¡Agh! —escupir no ayuda. El mal sabor que tengo en la boca es horrible —Agua, ¡necesito agua! —corro directo hasta el fregadero para pegar mi boca a la llave —Ahhh, que alivio.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Daniela impactada.

—¡No te tomes el café! —le grito para evitar que sufra el mismo mal que yo.

Mi muerto no paga alquilerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora