Capítulo 3 "El Barón"

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—¿Lord Callaghan? ¿No hay temor alguno de que te estés precipitando en está decisión?

John se recargó en la ventana de la habitación y meneó la cabeza. Al llevarse solo un año de diferencia, ambos habían aprendido a guardarse los secretos desde niños y, en cierta forma era un pasatiempo divertido, pero lo que estaba escuchando en esa ocasión no le pareció ni gracioso ni adecuado.

—Querido, mi destino está unido al del señor Callaghan, estoy segura de ello.

John sintió náuseas.

—Quiero que vayas a su residencia y le entregues esta nota de mi parte. 

—¿Cómo puedo presentarme de está manera, sin el decoro y el respeto que se espera de alguien como yo?

—Encuentra un pretexto.

Rose se sentó frente al escritorio que solía usar para escribir sus respectivas cartas.

—¿Sabes algo de él que me pueda servir?

—Es un caballero de cierta edad —destacó —que ya fue rechazado por una dama. No alcanzo a comprender cómo encuentras en él algo redimible.

—El señor Callaghan podrá ser un hombre maduro, pero conserva bastante bien sus modales y me desafía de forma divertida.

—¿Estás segura? —insistió.

Realmente no sonaba como una mujer enamorada, ni siquiera como una idealista. Le parecía más bien un capricho absurdo para poder exhibirse.

—No tengo dudas de que ahora el matrimonio es el futuro que deseo para mí. 

John abrió la boca en una expresión de sorpresa.

—¿Desde cuando?

Rose se rió.

—Desde que soy debutante.

Al verla tan entusiasmada, la desconoció. Su hermana no era el modelo de obediencia ni modestia que la sociedad esperaba de una señorita casadera, aunque ella se esforzara por tratar de parecerlo. La conocía mejor que nadie en su ambiente natural y el matrimonio era lo último que hubiera imaginado para ella.

—No estoy convencido.

—Querido, John, no necesito persuadirte de absolutamente nada.

—¿Y cómo es que ahora anhelas un matrimonio cuando rechazaste todas tus propuestas en la temporada pasada, y solo hace tres días antes dijiste no querer? —le recordó. 

Tan solo en sus primeras siete semanas había recibido seis cortejos y cuatro solicitudes de matrimonio. Por supuesto que John no le creía ahora su repentino interés y prisa por casarse.

—Mi padre se ha encargado de responder por mí —Rose sabía que si su padre no hubiera presionado, su debut se habría pospuesto un año más. 

—¿Así que te dejaste vencer rápido el año pasado y ahora quieres encarar a mi padre con la peor de tus opciones?

Rose no contestó. Tomó asiento frente a la ventana dándole la espalda a su hermano.

—Dije que estaba resignada a casarme, pero no a que me impusiera un pretendiente.

—Mi padre te ha contagiado tanto su insatisfacción por cada caballero, que dudo mucho que realmente sepas lo que quieres.

—¿Qué respuesta buscas de mi parte? —confrontó.

—¿De verdad quieres casarte con lord Callaghan? —volvió a preguntar. 

En los siguientes minutos no salió un solo sonido de su boca.
  La mente de Rose se detuvo a reflexionar, y de pronto pudo recordar con exactitud el momento en el que comenzó a preocuparle el matrimonio.
  Rogó hasta perder la esperanza para que le dieran más tiempo, pero Anthony argumentó que, para alguien como él, era de suma importancia que su primogénita debutará lo más rápido posible.
  En respuesta a sus expectativas, Rose decidió mostrarse indiferente como castigo al orgullo de su padre. Lo que no tomó en cuenta fue el peso social que le vendría a ella como consecuencia de su desinterés. Una dama no podía declinar tantas propuestas sin pasar por el calificativo de soberbia o presuntuosa, cualidades que no se esperaban de una señorita y que, sin duda, le restaba opciones futuras.
  Fue después de haber rechazado a su tercer pretendiente cuando Anthony le aseguró que respetaría su decisión en cuanto al hombre que eligiera, siempre y cuando esté cumpliera con los requisitos que exigía una mujer de su clase.
   Era la hija de un conde, con una dote descomunal, además de ser una señorita bien criada y con las habilidades necesarias para ser una buena esposa. Su deber era encontrar al hombre capaz de sostener el legado familiar sobre sus hombros, sin manchar su reputación ni su cuna. Lo ideal era alguien con título, de manera que pudiera tener una idea de la responsabilidad que conlleva mantener una vida lejos de escándalos y con la aprobación de sus padres.
  Tras aquella conversación, le quedó claro: no podía seguir siendo negligente y juguetona con su futuro. Debía casarse.

"Si tan solo quieres, ámame"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora