Capítulo 4 "Caprichosa"

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A la mañana siguiente, Rose despertó con energía renovada.
Luego de hacer todo lo apropiado, a medio día dio pie a una lista mental de aquellos en quienes podría confiar para llevar a cabo el plan que había elaborado en la madrugada: su madre, no. Sus hermanos menores, no. Su padre, imposible.
   ¿Los duques de Monfort? Tal vez.
   Rose tenía mucho tiempo que no veía a sus tíos. Sus hijas gemelas habían sido presentadas al mismo tiempo que ella, pero estás se encontraban de nuevo en su residencia de campo y no habían mostrado mucha prisa por volver a los bailes.
  «¿Será que el tío Arthur conoce también a lord Callaghan? » se preguntó. 
  Ante la posibilidad de tener éxito, salió disparada en dirección al salón privado de su madre, en donde esta pasaba algunos minutos del día para alejarse de todo mundo y tener al menos un tiempo para ella solo entre los libros, sus escritos y sus pensamientos.

—Madre, ¿exactamente cuando viene el tío Arthur a la ciudad?

Lucille escondió la mirada irritada bajo la pasta de su libro. No le gustaba ser interrumpida.

—La próxima reunión del parlamento es en cinco días.

Rose abrió la boca, pero pronto apretó los labios tratando de contenerse.

—¿Por qué no hacemos un baile? ¡Un recibimiento!

La mención entusiasta del plan, llamó la atención de Lucille.

—¿Quieres hacer un baile, después de que has renegado de andar en ellos durante este tiempo?

—Si no deseas fatigarte demás, podemos pedirle ayuda a la tía Lottie.

Lucille conocía a su descendencia. Rose era hábil para conseguir sus caprichos y lo había aprendido bastante bien, ya que su padre se lo consintió por años, hasta que se dio cuenta de que había criado a su propio enemigo. 

—Sé lo que estás planeando —advirtió —, y la respuesta es no. No voy a encubrir en un baile tus intenciones.

Rose se quedó quieta ante el comentario de su madre. 

—¿Cuáles intenciones?

Lucille puso cara seria, pero Rose se encorvó y juntó las palmas de sus manos para suplicarle.

—Madre, por favor. Es el único caballero que de verdad ha llamado mi atención, ¿por qué te niegas? 

La respuesta a esa pregunta no era del todo fácil. Sabía lo que su hija estaba sintiendo y su rebeldía no era algo nuevo con lo que lidiar, de echo, le recordaba su propia juventud.
  Rose tenía la misma edad que ella cuando conoció a Anthony, y sabía que no podía juzgarla. Ella ya había vivido la pasión desmedida que es capaz de provocar los actos más impensables solo por tener una soberbia fuera de la realidad.
  Pero después de tantos años, ya era más consciente de que aquel espíritu independiente no florecía con facilidad en mujeres como ellas, que se debían a la reputación y el estatus social.

—Lord Callaghan tiene un pasado difícil. Y además, no lo conoces lo suficiente. 

—Tampoco a los otros.

—No me hagas decirle de esto a tu padre.

—¡No, no!

—Sabes muy bien que si se entera de lo que sucedió, es capaz de encerrarte en el armario más viejo de la casa.

—Pero no tiene por qué saberlo. Hacemos la velada y todo parecerá una casualidad —resolvió.

—Parece que no conoces a tu padre.

Rose suspiró resignada.

—Existen muchos jóvenes con reputación más adecuada. Jóvenes que te van a tratar con el respeto que se exige —animó.

—¿Por qué lord Callaghan no haría lo mismo?

—Porque es un hombre con demasiados años a comparación de los tuyos.

—Mi padre es diez años mayor que tú —recordó —, y además era un libertino cuya reputación no era tampoco muy recomendable. 

Lucille guardó silencio ante el reproche. Su estómago se encendió y pronto una revoltura le provocó náuseas.

—Sufrimos muchísimo a causa de todo eso. Por eso sé de lo que hablo —se puso de pie para tratar de calmar el dolor que le estaba invadiendo. 

—¿No crees que podría irme diferente a mí?

—Si sigues insistiendo, le diré de este asunto a tu padre. Ya te di mi punto de vista. Ahora fuera de mi salón —respondió molesta. 

Rose aceptó las palabras de su madre y, sin más por decir, salió.
  Cuando Lucille se quedó sola, volvió a la tranquilidad de su lectura, pero luego de casi media hora avanzada, suspiró y cerró el libro.
  De alguna manera quería encontrar la forma de hablar con su hija sin que está se pusiera a la defensiva, pero ya tenía mucho tiempo que la comunicación con ella se había vuelto insostenible y lo peor de la situación era que se sentía sola en la batalla. 
  Después de casi veinte años no se arrepentía de casarse, pero cuando se trataba de Rose, no había forma de hablar con su esposo sin que la conversación terminara en una lucha.
  Años previos a su debut, estaba casi convencida de que Anthony iba a demorar la preparación de Rose hasta que tuviera una edad más madura. Lo que terminó por sorprenderle fue cuando esté le comunicó que había cambiado de opinión y que ahora eran apremiantes las clases de su hija.
  Cuando le cuestionó sobre aquello, él se limitó a decirle que tenían una seria responsabilidad como familia ante la sociedad. Y por su honor, lo haría. Ella entendió eso, pero también fue capaz de predecir con gran exactitud que no sería tan fácil como su esposo había imaginado.
  Lucille tenía ya cuarenta y cuatro años y, después de seis hijos, era lógico que se exigiera ser una mujer distinta con el paso del tiempo. Pero lo que la decepcionaba enormemente era ver que su esposo seguía siendo el mismo hombre autoritario y orgulloso de siempre.
  Anthony era insufrible cuando se trataba de sus hijos. Los custodiaba a cada minuto como un guardián y pocas veces era cariñoso. Ella ya hasta había perdido la cuenta de las veces que había intentado calmarlo para que pudiera hablar con ellos sin ser inflexible, pero no lo había logrado aún. Se preguntaba quién más podría ayudarle en ese sentido para poder acceder a la parte racional de su hija, ya que era el mayor problema que tenían en ese momento.
  «John » pensó de repente.
  Justo el muchacho, mientras su madre pensaba en él estando en el salón, había estado paseando por los jardines tratando de encontrar un ángulo hermoso e ideal para su próxima galería de arte. Había heredado el talento para pintar de parte de Anthony y durante muchos años fue un discípulo constante y meticuloso. Su alma artística emanaba de su sensible corazón y era fácil contagiarse de la alegría que sentía por los detalles que era capaz de ver en cada sitio que se paraba. 
  Tenía diecinueve años y pronto se iría de Londres para completar sus estudios, lo cual lo tenía en cierta forma entusiasmado y preocupado. Aún no quería irse sin antes ver a su hermana casándose con alguien que de verdad amara.
  Mientras dibujaba las lilas del jardín, fue abordado por Anthony.
  Después de haber sido cuestionado sobre todos los detalles de la fiesta la noche anterior, John se dirigió a toda prisa hasta la habitación de su hermana.
  Cuando ella abrió y lo vio agitado, se sorprendió.

—Nuestro padre está investigando lo que hiciste la otra noche.

Ella giró los ojos hacia el techo y volvió a tirarse sobre las almohadas de la cama.

—¿Crees que alguien más notara a lord Callaghan en la terraza conmigo?

—Te recomiendo que hables con mi madre para que se desaparezcan un tiempo de los bailes. Si él se entera de esto no me quiero ni imaginar lo que hará.

—No hicimos nada, por Dios. Solo intercambiamos unas palabras.

—¿Me estás diciendo que con unas cuantas frases logró que estés dispuesta a mandarle cartas?

Rose se sorprendió de la agilidad de su hermano.

—Así fue.

—Rosemund —solía decirle así cada vez que buscaba sinceridad en sus palabras —¿Solo tuvieron una conversación?

—Si.

John la miró sorprendido. No le podía creer ni por un segundo.
Lord Callaghan iba al mismo club que él y algunos jóvenes. No tenía buena fama. Era un caballero, sí, pero también tenía una lista interminable de mujeres que pasaban por sus sábanas y que al día siguiente eran olvidadas. Nadie le acusaba nada porque de alguna forma entendían que se trataba de un hombre traicionado. Las mujeres que se sentían atraídas por él también eran aquellas que ya no tenían nada que perder.
  Desde ningún ángulo, Anthony estaría dispuesto a aceptar que un caballero como aquel se acercara a su hija mayor.

—Yo tampoco estoy de acuerdo en que te relaciones con el.

—¿Por qué estás tan extraño?

—Porque te conduces con la inexperiencia de una niña. Eso te hace vulnerable.

Rose lo miró directo a los ojos.

—Te ruego que me reveles la verdad sin rodeos, ¿cuál es el motivo por el que todos parecen sentir un temor reverencial hacia lord Callaghan?

—No es temor. Yo lo he visto, Rose. Sé cómo se comporta con las mujeres y no es respetable.

—Conmigo lo fue. Hasta rechazó mi invitación a almorzar frente a mi madre solo por consideración.

—Cualquiera puede fingir un acto bondadoso.

Aquella frase encendió su carácter.

—Basta ya. Si aquí no hay nadie que me quiera escuchar entonces me veré obligada a buscar ayuda en otro lugar.

John salió de la habitación después de aquel ultimátum.
  Rose sabía lo que podía hacer, y sin más, se dedicó a escribir una carta para su tía con el compromiso de la fiesta sobre su espalda.

“Querida tía, Lottie.
Mamá estará encantada de recibirlos en Londres. Yo no puedo esperar a tenerlos en casa para organizar el baile de bienvenida a los tan esperados duques de Monfort.
Con amor, Rose. “

Cuando la carta llegó a su destino, su prima Isabelle, estalló de entusiasmo.

—¡Iremos a Londres!

La expresión de euforia en su rostro, contagió a su madre.

—Pensé que no querías regresar en un tiempo más —respondió Lottie.

—Al comienzo me resultaba sumamente molesto, sobretodo por las quejas de Ady, parece que siempre encuentra algo de qué lamentarse.

—Me causó un profundo pesar no poder unirme a ustedes en ese momento. 

Lottie acostumbraba hacer uso de sus costuras en las tardes de té. Aquel día estaba a punto de terminar el próximo traje para Oliver, su bebé de dos años.

—Papá se esforzó mucho, pero ya sabes que no puede durar más de dos horas en un salón —dijo decepcionada.

Lottie sonrió. A sus cincuenta y un años, Arthur seguía con el hábito de retirarse pronto de todos los eventos sociales. No podía tolerar, desde que era joven, estar rodeado de tantas personas buscando su atención todo el tiempo.  En parte su esposa entendía el sacrificio que había representado para él haber acompañado a sus gemelas durante ese primer año.

—Ya es tiempo de volver, mi amor. Estoy segura de que tendrán mucho de qué hablar cuando se presenten de nuevo.

La manera dulce en la que se lo dijo, provocó que la muchacha se encogiera de hombros.
  Adelaide e Isabelle James tenían ojos azules, cabellos rubios y eran más altas que la mayoría de jovencitas. Ambas eran amables y mesuradas, pero Ady, la mayor, tenía el carácter apacible de su padre y no disfrutaba mucho de los bailes. Hasta había expresado en voz alta que no estaba desesperada por casarse y que ni siquiera era algo que trajera todo el tiempo en la mente. A diferencia de Belle que soñaba con encontrar a un caballero audaz del cual enamorarse.

—Pero ahora quiero ir contigo, mamá. Que Ady se quede en el campo.

—Iremos todos. Tu padre tiene reunión en el Parlamento, no podemos quedarnos aquí solos.

—¿Te refieres a todos?

"Si tan solo quieres, ámame"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora