Capítulo 8 "Demora"

35 1 0
                                    

—Quiero la lista de invitados —exigió Anthony.

Lucille miró con preocupación a Rosemund. Está había logrado con éxito convencer a la tía Charlotte para que le ayudara a hacer la fiesta que quería. Les quedaban cinco días para terminar de organizar todo.

—Claro. Mi madre te la hará llegar hoy en la tarde —respondió ella.

Al verla salir tan ligera y sonriente, Anthony posó la vista detenidamente en su esposa.

—¿Qué está ocurriendo aquí?

—¿Por qué crees que está pasando algo?

El aire distraído de ella no lo convenció.

—Nunca la había notado tan entusiasmada por un baile.

—Por favor, querido, tenle paciencia.

Antes de que pudiera adivinar que le estaba ocultando algo, Lucille fingió que tenía que hacerse cargo de las lecciones de Helen y entonces abandonó la estancia.
   Con tanto escándalo a causa de los niños, Anthony estaba harto y sin motivación para hacer una fiesta; pero en el fondo podía percibir en su hija una sonrisa inusual que le hacía sentir que pronto elegiría a su futuro esposo. Ella nunca era tan encantadora y feliz como cuando se le cumplían los caprichos.
    Mientras meditaba en ello, se dirigió a su despacho tratando de encontrar una respuesta lógica. Pero en vez de eso, su mente lo llevó hasta los días de su juventud, cuando la vida era una aventura sin límites. Entonces, lo invadió un sentimiento de nostalgia por la libertad que había disfrutado en el pasado.
   Ahora, como padre de familia, se veía forzado por las responsabilidades que conllevaba el cuidado de sus pequeños. No podía dar un paso fuera de su residencia sin ser seguido por alguno de sus retoños. Y no solo debía llevarlos consigo a todos los lugares que visitaba, sino que también debía explicarles, una y otra vez, las reglas y normas de conducta que esperaba de ellos.
    A John, su primer hijo varón, lo podía calificar como un joven obediente y sumiso, que siempre buscaba complacerlo. Alexander, por otro lado, era un diablillo que corría de un lado a otro, sin parar quieto un momento. Harry, pobre chico, era un poco torpe y siempre estaba tropezando con algo. Noah, su hijo más reservado, se sentía abrumado en lugares concurridos y prefería mayormente mantenerse al margen. Y Helen, la más pequeña, apenas   estaba aprendiendo a moverse y ya era un manojo de energía y curiosidad a pesar de sus limitaciones.
    A veces se preguntaba cómo le hacía Lucille para comunicarse con ellos y lograr que se callaran cuando daba una instrucción. Era un logro que ni con todas sus habilidades esperaba superar en ella. 
    De pronto, sus pensamientos lo obligaron a volver a salir del despacho.
    Estaba inquieto, su cuerpo sudaba de una forma exagerada y su garganta se sentía seca. No quería abrumar más a Lucille con quejas sobre su salud, y a decir verdad, llevaba días sintiéndose más cansado de lo normal. Su pecho no aguantaba grandes caminatas y tampoco sus piernas. Y aunque no se consideraba un viejo, los últimos veinte días parecían haberlo arrollado como si el peso de los años le hubieran caído de repente.
    En ese momento, la única persona en la que pensó para poder desahogarse, fue su cuñada. Lottie y él siempre se habían tratado con respeto, manteniéndose al margen en cuanto a las decisiones de sus propias familias.
    Pero en aquella ocasión, mientras se dirigía a la cocina, Anthony se sintió inquieto no por su salud, sino por su hija. Sólo ella podía darle información exacta sobre lo que presentía y, por primera vez, se sintió inclinado a pedir un consejo. Aunque estaba orgulloso de sus hijos, la realidad era que anhelaba conseguir de ellos algo más que solo su respeto.

—¿Cómo van los preparativos?  —preguntó al entrar a la cocina.

Lottie enmudeció. Al mirarlo, no supo reaccionar y solo se limitó a extender los brazos para que pudiera observar los platillos que estaban degustando.

"Si tan solo quieres, ámame"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora