“He vuelto de un viaje. Estoy ansiosa por verle y escuchar las palabras que tiene para mi. La persona que le entregue esta nota también le hará llegar una dirección, esto debido a que no considero apropiado exponer nuestro encuentro.
R. VG. “.Belle proporcionó la coartada perfecta. Se había enterado que las hermanas Langford estaban de visita en casa de sus abuelos, lo cual quería decir que se pasarían la tarde entera tomando té y hablando chismes. Eso era justo lo que Rose necesitaba.
—¿Por qué no llevan a John? —cuestionó Lucille al oír el plan.
—Madre, por favor, es una tarde en medio de señoritas. Iremos al lago de Lady Langford.
—¿Y qué hay de Ady?
—Enfermó en el viaje de regreso. No puede salir conmigo y tanto Rose como yo estamos aburridas.
Lucille entendió la situación y otorgó su consentimiento. Anthony seguía fuera de Londres en un viaje con Arthur, y Rose aprovechó que su madre era menos estricta a la hora de los permisos.
Ambas salieron de la residencia con la inocencia de niñas pequeñas, pero una vez alejadas, Belle dejó a Rosemund en el primer sitio que ya le había sugerido: la pequeña estancia de soltero que tenía su hermano Timothy cuando viajaba a la ciudad.
La casa era sencilla, amplia y bastante cómoda. Había pocos sirvientes y recibirla fue una orden que Belle escribió de parte de Tim.A los pocos minutos de llegar, Edward Callaghan fue recibido en el mismo saloncito donde estaba ella.
Al verlo entrar, el corazón de Rose dio un ligero brinco. Se encontraban solos, libres de la mirada inquisidora de los demás, sin el peso de los juicios silenciosos ni el susurro de comentarios cargados de malicia que parecían seguirlos a todos lados. Era un alivio palpable, un respiro de la opresión social que los rodeaba.
Edward se acercó a ella con una mirada fija. Aunque pretendiera no enamorarse, tampoco podía negar que Rosemund le parecía una criatura exquisita, una joya rara y preciosa. Su juventud y audacia eran un imán irresistible.
Aún se maravillaba de que se hubiera arriesgado de tal manera para obtener una audiencia con él. Era un gesto osado, uno que pocos se atreverían a realizar.
El cabello rubio de Edward relucía suave como el sol de un amanecer, y en sus ojos verdes había una intención deliciosa por mostrarle a esa jovencita la cantidad de escenarios que, sin duda para ella, eran desconocidos.—Buenas tardes, señorita Van Garrett.
Edward le hizo una reverencia que duró más de lo habitual. Rose se levantó de su asiento, y el vestido azul que envolvía su esbelta figura se desplegó como una flor que se abre a la luz del sol. Su cabello estaba peinado con elegancia, lo que permitía apreciar con mayor claridad las delicadas facciones de su rostro: su sonrisa era como la de un ángel, radiante y celestial, iluminando todo su ser con una belleza que parecía casi divina. Era como si la propia luz del cielo se hubiera posado sobre sus alargadas pestañas, dándole un brillo que hipnotizaba a quien tuviera la suerte de contemplarla.
—Mi lord —correspondió.
—Luce encantadora.
La joven se sintió irresistiblemente atraída a inclinar su rostro unos centímetros más cerca.
—Le agradezco —contestó con suavidad.
—Lamento mucho si la estoy poniendo en una situación comprometedora —Edward bajó la mirada en un gesto de disculpa.
—Espero sepa recompensar mi audacia.
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"Si tan solo quieres, ámame"
Romance-Anhelo que mi sufrimiento por usted sea igual de efímero que el amor que me prometió -dijo. En el corazón de la época victoriana, durante su segundo año en el mercado matrimonial, Rosemund Van Garrett, una joven valiente y determinada, huye de las...