La mañana de aquel día, cerca de la hora del almuerzo, las envejecidas manos de la marquesa de Barley, tomaron los más recientes papeles que revelaban los nombres de las damas de sociedad que habían asistido a su casona en los últimos meses.
Al leerlos, no se sorprendió de los primeros veinte, pero sus ojos se detuvieron repentinamente en el nombre de una en especial. No podía entender por qué estaba ahí.—Rosemund Van Garrett —dijo en voz alta.
Una de sus ayudantes entró al despacho para dejarle un refrigerio, y al mirarla tan pálida, se preocupó.
—¿Madame?
La mujer levantó la mirada de la hoja que aún sostenía en sus manos.
—¿Quién autorizó la entrada de la hija del conde Van Garrett?
—No lo sé, mi lady.
—¡Te das cuenta del problema que eso nos traerá!
Su enojo se evidenció en la manera en la que se puso de pie para arrojar de su escritorio la bandeja de comida.
—Tal vez fue Alice, ella registró las entradas mientras usted estuvo de viaje en Gales.
La marquesa se detuvo en seco, su mirada se perdió en el vacío mientras procesaba la información. Sacudió sus manos y se acomodó con suavidad las mangas del vestido, como si necesitara recomponerse antes de enfrentar la realidad. Una vez que se acicaló, tomó asiento mientras el servicio limpiaba el desorden.
Debía pensar, y en una forma rápida y segura, para salir del problema que representaba el hecho de haber tenido como inquilina a una señorita casadera con tremenda reputación y peso social.—¿Con qué varón registró su estancia?
—Lord Callaghan, mi lady.
Un suspiro le arrebató el poco aire en sus pulmones.
—¿A qué horarios y durante cuántos días?
—Cuatro semanas, por las mañanas.
—Retírate.
La muchacha se escabulló temerosa, abandonando la estancia antes de ser víctima de algún insulto más.
Edith Barley era famosa por tener un espacio abierto a la pasión desenfrenada, pero que no estaba diseñado para señorita casaderas, como Rosemund Van Garrett.
La sociedad era arrasadora con las debutantes, cuidando hasta el más mínimo detalle para no perjudicar su honor, cosa que no aplicaban en mujeres casadas cuya vida matrimonial sólo les traía insatisfacción.
La casona era el refugio ideal para todas aquellas damas aburridas, que deambulaban con una marca de olvido de parte de sus maridos. Hambrientas de atención, diversión y un poco de aventura.
Orgullosa de haber creado un sitio para mujeres relegadas, con los fondos de su marido muerto, también era participe al ocultar sus identidades para patrocinar sus diversiones y, en casos extremos, sus escandalosas aventuras. Un sueño que ella misma hubiera querido vivir cuando era una jovencita ilusa que en el algún momento había creído en el amor.
Sin embargo, la estancia de una señorita como Rosemund ponía en peligro aquel establecimiento. Así que, decidida a defenderse, con una dignidad propia de la realeza, se acomodó el tocado en su cabellera y salió con toda la disposición de ser trasladada a la residencia Van Garrett.
Pocos minutos le tomó llegar a su destino, pero rápido fue informada de la situación de lord Anthony, por lo que no tuvo otra opción mas que cambiar su discurso para poder hablar con la condesa.
Lucille accedió a recibirla, pero cuando la vio deambular por los pasillos antes de entrar al salón, no pudo esconder su expresión incómoda.
Aunque ella no había salido a ningún evento social a causa de la salud de Anthony, su hijo John, a lado de Timothy y las gemelas, ya habían sufrido una indiferencia bastante insultante en el último baile de los Darren; negándose a darles siquiera el saludo. Ady se quejó de ello con John, y le reveló que Rosemund había organizado junto a Belle una escapada con lord Callaghan, y que no dudaba ni un poco que alguien los haya visto.
John no estuvo de humor para soportar más tiempo los desplantes sociales, y una vez en casa, habló con Lucille de lo sucedido. Ambos sabían que en ese baile no habían trascendido los chismes a tal grado, sino que fue a días de que Rose desapareciera de Londres. Además, la mención de la casona de la marquesa agregó un toque aún más escandaloso, y Lucille no había querido salir para arreglar el asunto. Con la salud de Anthony y la desaparición de su hija, era suficiente para soportar.
Por lo que, en silencio, agradeció que aquella mujer se presentara en su casa. Y por supuesto, no es que odiara a Edith Barley, pero su dedicación a una causa escandalosa destacaba sus diferencias en la forma de ver la vida. Aún así, fue cordial y le ofreció té mientras ambas se sentaban en el recibidor, después de todo, sabía que lo que iban a hablar tenía que ver con Rose.
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"Si tan solo quieres, ámame"
Romance-Anhelo que mi sufrimiento por usted sea igual de efímero que el amor que me prometió -dijo. En el corazón de la época victoriana, durante su segundo año en el mercado matrimonial, Rosemund Van Garrett, una joven valiente y determinada, huye de las...