Capítulo 10 "Disculpas"

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“Señorita Van Garrett, me gustaría verla. Podemos limar asperezas de nuestro último encuentro. Por favor, no me niegue la oportunidad de darle en persona mis más sinceras disculpas”

                         Lord Callaghan. 


Rosemund arrugó el papel entre sus manos.
    Enviar aquella carta en horas en las que su padre solía estar en casa para revisar la correspondencia, había sido muy arriesgado. Si Anthony hubiera leído esa nota seguro que ahora estaría en camino al campo más inhóspito de Inglaterra.
    De manera discreta volvió a su habitación y se encerró bajo llave. Al llegar a la cama, se echó sobre ella sintiendo una fascinación por el mensaje que traía la nota entre sus manos.
   La noche anterior había sufrido la peor humillación desde su debut y, aunque nadie sabía que se había citado a escondidas con lord Callaghan, el orgullo de su corazón la llevó a pensar que la ofensa era lo suficientemente grande como para para dejar de hablarle para siempre. 
    Sin embargo, la nota que acababa de leer transformaba aquel acto en algo sin importancia. 
   Su madre le confirmó esa mañana que ella había dejado entrar a Callaghan por la puerta principal, al llegar casi media hora después del tiempo indicado. Aunque Anthony se incomodó, al final accedió darle el paso porque se trataba de un evento social. No le iba a negar la entrada a un caballero que recién estaba integrándose de nuevo. Le iban a llover criticas, lo cual no les convenía en vista de que estaban en la búsqueda de pretendientes para ella.
   Eso lo comprendió, pero lo que la mantuvo furiosa hasta ese momento fue el haberse sentido ignorada y rebajada por culpa de Luciana Forks. Ni siquiera sus primas eran consideradas más atractivas que ella. Nadie le hacía la competencia sin salir por encima de su posición. Nadie debía mantenerla en la oscuridad cuando estaba convencida de que era el lucero más grande de la temporada.

—¿Irás a la casa de los tíos? —interrumpió John desde el otro lado de la puerta.

Rose se levantó, escondió la carta bajo su almohada y se encaminó para abrirle.

—¿Todavía se sienten inclinados a socializar? ¿No sería más prudente retirarse y dejar de importunar a los demás con su presencia?

—Hey, ¿alguien ha osado contrariarte está mañana?

John la miró esperando su respuesta. 

—Estoy exhausta.

Él dudó.

—Anoche tu comportamiento se excedió.

—¿Ah, sí? —dijo como si no le importara.

—Has tenido una suerte extraordinaria, ya que nadie consideró que el asunto fuera lo suficientemente grave como para prestarle atención.

—Estás exagerando.

John se molestó.

—Saliste indemne de una situación que podría haber tenido consecuencias desastrosas. 

—No lo comprendo —fingió.

—Tuve que decir que lord Callaghan está cortejando a la señorita Forks para evadir su atención hacia ti.

Rose sintió que la sangre se le fue rápido a la cabeza.

—¿Qué?

—Y él no se molestó en corregirme.

—Vaya —soltó irritada —, ¿Quién se cree que es para venir a mi casa, a mi baile y dejarme pasar desapercibida? 

—Gracias a Dios que no llamó la atención de nuestro padre, hermanita. Si él hubiera notado un interés especial hacia ti, lo habría despedido de inmediato.

La muchacha se sacudió al oír aquello. La nota de Edward cobró sentido tras el comentario de John.

—¿Crees que te dio la razón para no ponerme en evidencia?

—No sé si fue algo planeado. Pero funcionó.

—Bien.

El silencio alertó a John.

—Estoy enterado de lo que planeabas hacer.

Rose, que estaba frente al espejo midiéndose joyas, se dio la vuelta para mostrarle a su hermano una mueca furiosa.

—Lisa me dijo que diste instrucciones para recibirlo afuera del salón —dijo él.

—Esa Lisa no recibirá nunca más algo de mi parte —respondió.

—Mejor agradece que me lo dijo a mí. 

—Gracias, hermanito.

El sarcasmo lo irritó.  Solo ella y su padre disfrutaban de hablarse en ese tono, pero para él era una completa falta de respeto a su inteligencia. 

—¿No te molesta que, ante todos, él haya mostrado sus atenciones a otra señorita?

—No, porque yo tengo la prueba de su verdadero interés.

—¿Eso qué significa?

Ella no contestó. 

—¿Qué esperas? ¿Por qué no te retiras? Ya no tengo nada que decirte.

John suspiró y seguido de eso salió. 
    Una vez a solas, Rose empezó a sentir una desesperación desbordante por salir a las calles y buscar a Edward. Quería que le expresara de nuevo, y con las mismas agallas, que no iba a someterse a sus caprichos luego de leerle en voz alta la súplica de su nota.

—Ya veremos —se dijo a sí misma.

De inmediato se dirigió hasta el guardarropa y sacó su vestido favorito. Abrió el joyero y seleccionó con cuidado un juego de collar y aretes en zafiros verdes. Llamó pronto a su ayudante y en menos de hora y media estaba más que lista para salir. Pondría de pretexto una visita social y entonces se escaparía. 

—¡Al campo! —expresó cuando le aclararon que tendría que posponer su visita ya que iría de viaje con su padre a la propiedad de los James.

—Tu tío quiere mostrarle algo a tu padre, algo con unos terrenos —informó Lucille.

—Entonces que vayan ellos. Yo no pienso ensuciar mi ropa en esa granja llena de lodo.

—Irás aunque no quieras.

Rosemund sospechó, pero después recordó que John le había preguntado si pensaba viajar a casa de los tíos. Seguro el viaje no tenía por qué guardar un motivo oculto que la involucrara a ella.

—Tengo mejores cosas que hacer aquí, por ejemplo visitar a las señoritas Langford.

—Irás tú y las gemelas. Es un viaje de tres días y te vendrá bien aventurarte con ellas en el campo.

—¡Madre!

Lucille la calló como a una niña pequeña y ordenó ajustar su próximo equipaje.
   Si le decía los verdaderos motivos del viaje estaba segura de que se negaría. Pero la noche anterior, tuvo que hacer uso de todo su arsenal para convencer a su esposo de no tener otro enfrentamiento con ella.
   Anthony había notado muchos comportamientos extraños y era tremendamente perspicaz. Si provocaba a Rose, ambos iban a decirse palabras hirientes y, como parte de su personalidad conciliadora, Lucille le sugirió a su marido que intentará algo diferente para conocer de verdad los sentimientos de su hija. Y después de muchos argumentos y algunos ruegos, al final accedió.
   Esa tarde, el coche salió directo a la residencia de los duques.
Era un viaje algo largo y tedioso, sobretodo por los caminos. Pero en esa ocasión, Rose terminó resignada. Al menos iba con sus primas, a las cuales podría platicarles sobre sus planes. 

—¿Qué te dijo lord Callaghan anoche? —quiso saber Belle.

Rose  suspiró.

—Dijo que él no se iba a someter a las órdenes de una jovencita caprichosa como yo.

Ady elevó las cejas sorprendida. No recordaba que nadie antes se hubiera atrevido a negarse frente a su prima. Era un caballero audaz, eso les quedó claro a ambas.

—Debes admitir que eso fue muy atrevido —respondió Ady.

—¡Claro que sí! —expresó divertida —,  pero ahora sé que guardó  sus sentimientos para evitar un escándalo.

Ady la miró irritada.

—¡Es un cobarde en público, pero es astuto! —se burló.

—¿Qué razones tienes para creer que le interesas? Ni siquiera quiso bailar contigo.

Belle miró a su hermana como si la motivación tras la pregunta fuera un suicidio.

—Acudió a la celebración.

Rose omitió dar detalles sobre la nota que había recibido en la mañana.

—Eso no significa nada.

—¿Tú qué vas a saber si son pocas las atenciones que te llegan?

A diferencia de Belle, Ady no buscaba en ningún momento favorecer a su prima. Si está le soltaba algún insulto o grosería, eran pocas las veces que no respondía.

—Ahora entiendo por qué prefirió bailar con la señorita Forks. Es mucho más agradable escucharla a ella que oír tus interminables quejas.

—Por favor, Ady. Ya basta —intervino Belle.

—No, Belle. Cállate. Y ahora tú —dijo dirigiéndose a Rose —, esta será la última vez que te cubro las espaldas. A la otra que me entere, te echaré de cabeza.

Rose se quedó callada, pero con la mirada estaba que hervía del enojo. El resto del viaje no se hablaron y para cuando llegaron, Ady se dirigió de inmediato a su padre.

—¿Cuánto tiempo estaremos aquí?

—Dos días, querida. Tu madre me dijo que aprovecharas a organizar dos maletas extras. Las necesita para los niños más pequeños.

Ady sonrió y se encaminó a efectuar la labor, mientras Belle se quedaba a lado de Rose.

—¿Qué van a hacer? —preguntó Anthony al verlas.

—Por el momento, comer —dijo Belle.

—En cuanto termines —le dijo a Rose —, ve al salón de recibimiento.  Tenemos que hablar.

Belle miró a su prima con preocupación.  Temía que su tío hubiera descubierto el ardid de la noche anterior. Ella la tranquilizó diciéndole que si eso hubiera pasado, no estaría tan sereno.

—Te tengo algo.

Belle miró a su prima con interés. Ya estaban solas en el salón.

—Me llegó antes de salir de la casa y fue una suerte.

Rose le entregó el sobre.

—¿Una carta?

—Edward Callaghan,  querida —su voz sonó coqueta, insinuante —. Quiere verme.

Belle ahogó un gritito de alegría y entonces volteó a mirar los alrededores del salón.

—¿En dónde?

—Aún no sé qué responder.

—¡Por Dios! No puedo creer que sus deseos hayan cambiado tan pronto.

—No seas ilusa, nunca cambió sus afectos. ¿No lo entiendes?

Belle era poco experta en cortejos, a diferencia de Rose que había sido entrenada por el libertino más popular de su época.

—Lord Callaghan está interesado en mí y, contrario a todos los jóvenes aburridos y complacientes que he conocido en este año, él sabe cómo tratar a mi padre.

—¿Engañar al tío Anthony? No lo creo.

—Lo demostró ayer al no exponerme. Sabe que si mi padre se entera de sus sentimientos lo va a despedir antes de que pueda expresarse.

—¿Por eso ahora te manda la nota?

—Si, es para que sepa que su indiferencia no es real.

—¿A ti te gustan está clase de juegos, verdad? —Belle estaba confundida.

—Por supuesto que sí.  Y pensándolo bien, no le daré respuesta aún. Tendrá que aprender a esperar.

Belle miró a su prima con una cara sorprendida.

—Si acuerdan un encuentro, ¿tienes alguna idea de dónde podría ser?

Rose se quedó pensativa.

—¡Lo tengo! La casa de soltero de Tim, es perfecta —soltó Belle.

—¿Cómo crees?

—Al menos para la primera conversación —sugirió —, ya después podemos encontrar otro sitio.

—El único lugar que se me ocurre es la casona de madame Barley.

La mención de aquella mujer hizo que Belle transformará su rostro en una mueca de desagrado.

—Necesitas un contacto con alguien influyente que te lleve a ella, de otro modo, no lo creo posible.

La marquesa Edith Barley, era una mujer refinada y diplomática.
Viuda, sin hijos que cuidar en la ciudad, y a cargo de un negocio clandestino que servía para desfogar las pasiones prohibidas de mujeres desdichadas e insatisfechas, que vivían aprisionadas en la jaula del matrimonio por conveniencia.

—Es parte de la sociedad, alguien debe de saber cómo registrarse para lograr ser su inquilina —dijo Rose en voz baja.

Sino hubiera sido porque el tío Anthony las interrumpió, Belle y Rose habrían encontrado alguna manera de llevar a caso su plan.
    Pero todo se frustró cuando padre e hija se reunieron en el salón de recibimiento. Anthony invitó a Rose a sentarse y a tomar un panecillo.
   Mientras echaba un vistazo a la ventana, la jovencita se sintió incómoda ante el silencio. Estaba esperando ser abordada con algún regaño o las típicas e infinitas palabrerías que involucraban temas como el honor y las expectativas. Pero lejos de eso, recibió algo que tenía años sin llevar a cabo.

—¿Una partida?

Anthony sonrió y señaló el tablero de ajedrez.

—¿Me llamaste para eso?

Su sorpresa fue más que evidente. Desde el día en el que se decidió que debutaría más rápido de lo que había pensado, se tomó la decisión de alejar de ella cualquier actividad que se involucrará con su intelecto, como los juegos de estrategia.
   Anthony suspiró y trató de acercarse a ella.

—Estoy seguro de que no lo has olvidado.

Rose sintió una punzada en el corazón. La frase de su padre la transportó hasta el tiempo en que ambos se divertían apostando partidas durante horas, y en donde no existía nadie que les arruinará la experiencia de sentirse cercanos.
   En su interior despertó un sentimiento de añoranza que le llenó los ojos de agua.

—Ya no tenemos tiempo para eso.

—¿Por qué no? —dijo él,  esforzándose por no perder el entusiasmo —¿temes que te gane?

La actitud juguetona de Anthony puso de malas a Rose, quien en su interior no dejaba de preguntarse sobre la verdadera naturaleza de aquel intento por convivir.
   Llevaban años, meses, días, sin poder sonreírse uno al otro. Ya se había acostumbrado y la sospecha de una posible manipulación, la irritó hasta el punto de ponerse de pie y hacer una breve pero firme reverencia.

—No lo deseo, mi lord.

Anthony tragó saliva y, aunque intentó maniobrar una forma de hacerla cambiar de opinión, al final se arrepintió y solo asintió en silencio.
   Cuando ella se retiró, miró el tablero de ajedrez y en un acto de frustración, lo arrojó al suelo.
   Se quedó en silencio y la única imagen que vino a su mente fue la de Rose, una niña sonriente jugando ajedrez a su lado, en contraste con la joven que ahora le enfrentaba con distancia y desconfianza.
    Lejos había quedado aquella niña que lo veía con ojos de admiración. Ahora su desprecio era un cuchillo que lo abría una y otra vez, y que en lugar de matarlo definitivamente, solo lo lastimaba dejándolo herido y en agonía.

"Si tan solo quieres, ámame"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora