Dieciséis horas eran las que Anthony había experimentado bajo tensión cuando Lucille dio a luz a su primogénita.
Sabía que su dolor no podía compararse con el sufrimiento de su esposa, pero fue un alivio para ambos cuando a medio día en una mañana de invierno, se logró escuchar el llanto de una nueva vida.
Su corazón estaba latiendo como el galope de un caballo y en sus manos temblorosas estaba acumulada la fuerza que no había podido sacar mientras esperaba afuera durante más de una noche.
Estaba tan ansioso, desvelado y hambriento, que lo único que logró calmarlo fue la sensación de calor que cubría la habitación a pesar de que afuera estaba nevando.
Cuando se acercó a la cama y miró a su esposa, entre sudor y lágrimas, esta le sonrió y le entregó a su pequeña.
—Es niña.
Anthony no pudo evitarlo más. Su pecho se agitó y mientras exhalaba como si alguien le estuviera sacando el aire a golpes, se puso a llorar. La miró y su fragilidad despertó en él el deseo por acariciarla. Era tan pequeña, tan hermosa. Si hubiera podido meterla a una caja y guardarla ahí para siempre, no habría dudado, ahora seguiría ahí; igual de frágil, inocente y bajo sus cuidados.
El nombre no estuvo a discusión, fue la misma Lucille la que sugirió ponerle Rosemund, y su esposo no pudo menos que sentirse agradecido.
Era el nombre de su madre y ahora su hija tendría el privilegio de darle un resignificado, y recordarle que las rosas no solo se marchitaban con el tiempo, sino que también florecían, embellecían y daban vida a quién las recibía.
Mientras recordaba ese evento, ahora veinte años después, Anthony se bebió el último sorbo de su copa.
La botella de whisky estaba vacía y sus ojos estaban a punto de cerrarse. No había dormido siquiera una hora en toda la madrugada. Estaba todo decidido. Eso lo sabía.
—¿A Irlanda?
Charlotte se sorprendió cuanto Lucille terminó de contarle lo ocurrido.
—Anthony está sumido en una ira que desconozco. Ni siquiera me percaté cuando salió de la habitación.
—¿Dónde está ahora?
—Encerrado en la galería.
Lottie suspiró.
—Pero, ¿por qué enviar a tu hija tan lejos? ¿A dónde va a llegar?
—No lo sé.
—¿Entonces estará sola?
Lottie rememoro la época en la que tuvo que salir también de Londres a causa de un escándalo. Si no hubiera sido por la compañía de Lady Brigton y de Arthur, habría muerto de tristeza.
—En estos momentos no puedo siquiera sugerir una opción distinta. No me va a escuchar —lamentó.
—Deja que Arthur y yo hablemos con lord Anthony.
—¿Ustedes, por qué?
—¿Querías que me llevara a tu hija de Londres, no?
—No creo que persuadan a Anthony.
—Contigo es firme, pero con los extraños uno siempre se ablanda.
Lucille terminó accediendo, de todos modos, eran pocas las opciones disponibles.
Cuando Anthony por fin salió de la galería, estaba serio, con ojos melancólicos y un tono de voz acabado. Se notaba que había llorado gran parte de la noche.
—Querido.
Lucille se acercó a él y le palpó el rostro con las manos.
—Ya tomé las decisiones necesarias —dijo él.
—Mi hermana y el duque están en el estudio, quieren ofrecer su ayuda. ¿Por qué no los escuchas?
Sorprendentemente dijo que sí.
—Sus excelencias —saludó al entrar.
Hizo una leve reverencia, y seguido de eso estrechó la mano de Arthur y luego besó a Lottie.
—Si lo deseas, podemos abstenernos de detalles —le dijo Arthur.
Anthony lucía extraño. Estaba serio, como si alguien le hubiera arrancado la capacidad de hablar.
—Mi hermana me comentó que deseas enviar a Rosemund a Irlanda. ¿Sabes con quién va a llegar y cuánto tiempo estará ahí? —dijo Lottie.
—No tengo familiares. Lo ideal sería que se quedara ahí el resto de la temporada.
Ocho meses, aproximadamente.
—Mi lord —Lottie sabía que su cuñado estaba triste y se esforzó por hablar con cierta compasión —, cuando el corazón está roto lo ideal es no dejarlo en soledad. Rose, aún y con su carácter, necesita cariño y comprensión.
—¿Y qué sugieren?
Arthur miró a su esposa.
—Lottie y yo queremos apoyar ofreciendo nuestra residencia en Derbyshire, nosotros estaremos ahí durante el verano y puede servirle a Rose saber que está en familia.
Anthony negó con la cabeza.
—No se ofendan, pero ya he notado que su hija Belle cubre muchas situaciones comprometedoras y no quiero de nuevo su influencia.
—Por supuesto, lo entendemos. Ella y Ady se quedarán aquí al cuidado de Timothy. El resto de la familia irá al campo.
Anthony asintió y cuando Lucille vio que no estaba dispuesto a seguir hablando, despidió a los duques.
Cuando por fin estuvieron solos, lo miró compadecida. El hombre estaba quieto, como una fría escultura que carece de movimiento, pero en sus ojos relucían las lágrimas.
—Ella no te odia —aseguró Lucille.
—No necesito que me quiera, pero sí que me respete.
—Anthony, cariño, ambos se dijeron palabras duras e hirientes.
Aquel comentario incrementó su culpa.
Rosemund era la luz de sus ojos, su hija favorita, aunque lo negara frente a los demás. De todos, era la más parecida a él y, cuando aún rondaba por la edad de los doce o trece años, todavía se sentía orgulloso de que fuera autoritaria y necia. El problema se volvió serio cuando, como padre, pudo percatarse de que aquellos defectos serían cuestionables ante una sociedad que esperaba otra clase de virtudes.
Lucille también tenía un marcado espíritu libre y rebelde, pero con el paso de los años se había logrado amoldar un poco más al ideal de cualquier madre de familia. Y Anthony estaba satisfecho con ella. Situación que no sucedía con su hija.
—Debes dejar que el río se calme, retome su curso y que poco a poco vuelva a ser ese maravilloso lugar lleno de vitalidad y belleza —suavizó ella.
Anthony miró a su esposa.
Era tan hermosa como el día que la había visto por primera vez, aunque ahora más que nunca desplegaba un atractivo sorprendente que sólo podía atribuir a la inversión de sus últimos veinte años.
Su presencia tenía la poderosa fuerza de mantener unida a una familia completa, que a diferencia de él, hacía uso de su cariñosa comprensión para equilibrar las personalidades opuestas y suavizar las aristas de los caracteres más difíciles.
Anthony sabía que aunque él era el jefe de familia, en la mirada de su mujer, en sus ojos grises románticos y aún llenos de viveza, se vislumbraba una autoridad y firmeza que le recordaba que, en aquel hogar, ella era la que mandaba con sabiduría y determinación.
—La amo, Lucille. Desde que nació.
—Ella tiene buen corazón, esto se va a arreglar. Dale tiempo —le dijo con dulzura.
—No quiero que se vaya —confesó.
—¿Y por qué no desistes? Podemos encontrar otra solución.
Anthony negó con la cabeza.
—Si no soy capaz de honrar mi palabra, nunca va respetar mi autoridad. Aunque me duela.
Lucille entendió su posición.
No podían hacer nada más con una jovencita que se empeñaba en darles la contra todo el tiempo.
Mientras ellos buscaban su propio consuelo, Rose estaba recibiendo la noticia de que iría al campo con los tíos.
—¿Lograron que papá cambiara de opinión?
Un surcado de arrugas le cubrían la frente, tenía tensos los labios, los ojos sin un rumbo fijo moviéndose de un lado a otro, y con una marca constante sobre sus cejas que reflejaban a la perfección el grito desesperado que estaba conteniendo. No quería irse.
—Logramos que cambiara de destino, que es distinto. Pero igual no podrás seguir en Londres.
Rosemund se soltó a llorar.
Lottie se percató de que en las venas de su cuello y frente, hinchadas y palpables, se podía confirmar la ira que latía en su interior.
—Yo estoy segura de mi decisión, tía Lottie —luchó por decir —, ¿a caso no ha sido suficiente con que me sometiera a las convicciones y expectativas de mi padre?
Charlotte se mantuvo seria.
—¿Cómo puedes sugerir siquiera que te permitan casarte con alguien que te ha deshonrado de está manera? ¿No ves que su falta de integridad y respeto es un reflejo de su verdadero carácter?
Rose no podía creer que la tía Lottie estuviera reprendiéndola. Eso quería decir que su madre no había dejado escapar ningún detalle sobre lo que había echo.
—Él me ama —afirmó.
—El amor auténtico se distingue por su capacidad para ser paciente y buscar la armonía del objeto de su afecto. ¿Puedes decir, querida, que ese caballero ha mostrado tal devoción hacia ti y los tuyos?
Rose tragó saliva al oírla. El tío Arthur estaba presente y eso la hizo sentir aún más avergonzada.
—¿Qué va a hacer mi padre?
El tono de voz asustadizo reflejó una preocupación poco usual. Nunca antes se había angustiado tanto por lo que su padre decidiera hacer.
—Con ese hombre no lo sé. Contigo ya te lo expliqué.
Al verla llorar, fue Arthur el que se conmovió más. Se acercó a ella y se arrodilló para poder levantarle la mirada del suelo.
—¿Qué objeto tiene ese llanto? —le preguntó con suavidad.
—Mi padre no me quiere.
Arthur le entregó un pañuelo para que se limpiara el rostro y decidió esperar a que se tranquilizara para poder hablar.
—No hagas juicios desde tu posición.
—Tío, no hay nada de lo que esté más persuadida en este mundo que el hecho de que mi padre me odia.
La frase recorrió los pasillos.
Anthony estaba a un muro del salón y puesto que la residencia estaba sin los gritos de niños pequeños, pudo oír con facilidad la conversación sin ser visto.
—No es así —insistió.
—¿Por qué mi padre no puede ser como tú? Eres calmado, sabes escuchar y no haces una lista interminable de exigencias como las que él me hace, ¡Que me agobian y me asfixian!
Arthur tragó saliva. No era una pregunta fácil.
En lugar de responder, levantó el rostro de su sobrina con sus manos y le sonrió tratando de mostrarse comprensivo.
—Él te ama. A su forma y medida, pero te ama.
Anthony se acercó a la entrada pero se cuidó de no ser visto.
—Tiene su carácter —continuó Arthur —, es un hombre algo duro, pero como padre lo entiendo. Él se preocupa más de lo que tú crees.
Rose se quedó callada durante unos segundos.
—¿Cuánto tiempo me iré?
—Tu padre quiere que te quedes allá hasta que finalice la temporada —informó Lottie.
—¡Y se atreven a decir que no me odia! ¡Eso va a coincidir con el retiro de toda la sociedad a los campos!
Lottie cerró los ojos y suspiró. Haciendo cuentas, Rosemund tendría que estar bajo ese retiro cerca de año y medio. Para ella también era demasiado tiempo.
—Tal vez en realidad no se prolongue tanto —animó.
Al término de la frase, Anthony huyó del lugar antes de que alguien pudiera advertir su presencia. Caminó de nuevo hasta su despacho y, echando llave, impidió que alguien más pudiera consultarlo o siquiera verlo.
Lucille se resignó a ello y esa misma tarde preparó el equipaje de su hija, se despidió de ella y al final le aseguró que todo aquello terminaría pronto.
Cuando se acercó para abrazarla, esta se apartó.
—Lo entiendo. Estás resentida, pero no podrás estarlo toda la vida.
—Dile a mi padre que si lo que quería era que lo despreciara, lo logró.
Lucille los vio alejarse.
Mientras el coche desaparecía en la distancia, se sintió atrapada.
La tranquilidad que Lottie le había ofrecido era solo un bálsamo temporal, ya que la realidad de la situación seguía siendo la misma.
Con un suspiro, se dio la vuelta y regresó al interior de la casa, sabiendo que debía enfrentar las consecuencias de aquella decisión. La impotencia que sentía era casi abrumadora, pero también sabía que no podía rendirse. Tenía que encontrar una manera de tomar el control de su familia, aunque eso significara verse en la obligación de apoyar la decisión de alejar a su hija.
ESTÁS LEYENDO
"Si tan solo quieres, ámame"
Romance-Anhelo que mi sufrimiento por usted sea igual de efímero que el amor que me prometió -dijo. En el corazón de la época victoriana, durante su segundo año en el mercado matrimonial, Rosemund Van Garrett, una joven valiente y determinada, huye de las...