Capítulo 5 "Rechazo"

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Eran casi las cinco de la tarde. Hora del té.
  Edward bajó las escaleras esperando encontrarse con su madre. Desde que había quedado viuda, era una hábito común reunirse a esa hora para conversar.
  Al entrar al salón, sus narices aspiraron la fragancia del té negro aromatizado con bergamota, que a veces lo mezclaba con leche y en otras ocasiones disfrutaba de acompañarlo con pasteles de limón.
  Su madre, al verlo, extendió la mano para darle la bienvenida.

—Hijo.

Katherine Callaghan, a pesar de sus sesenta y tres años, aún conservaba la elegancia y dignidad que la habían caracterizado en su juventud.
  Su cabellera blanca y abundante contrastaba con los ojos verdes lúcidos que parecían retener la chispa de una época pasada. Sin embargo, su piel pálida y enferma delataba la lucha que libraba contra la enfermedad que la había consumido en los últimos meses.
  Aunque los médicos habían sido positivos al respecto, Edward sabía  que su madre no solo no abandonaría ese estado lánguido y parco, sino que además no podría caminar conforme pasaran los meses debido a la complejidad de sus malestares en los tobillos.

—¿Empezaste sin mí? —quiso saber. 

—Por supuesto que no. Apenas y pedí traer algunos terrones de azúcar —respondió ella.

—Gracias.

No pasó mucho entre el primer y segundo pastelillo, cuando el mayordomo se acercó y le entregó a Edward dos sobres. Uno tenía un papel elegante y fino mientras que el otro era ordinario y simple.
Decidió abrir primero el más sofisticado.


Si desea una aventura, véame en el balcón de los jardines de la familia que hará la próxima fiesta en la ciudad.
       R.VG.

Edward sonrió y volvió a doblar el sobre. La señorita Van Garrett debía estar desesperada por volver a verlo. Y no la culpaba, sabía que la pobre había estado bastante vigilada por su padre. Era normal que ansiara hacer alguna travesura.

—¿Una buena noticia?

—Algo.

Katherine sorbió el té.
  Durante años, la tendencia natural de Edward fue ser breve y conciso en sus palabras, sin embargo, en un giro reciente, había comenzado a hacer dos o tres preguntas más para complacer a su madre, lo que podría considerarse un paso adelante en su desenvolvimiento social; aunque todavía estaba lejos de ser considerado un conversador prolífico. Era como un libro sin páginas. 

—¿Qué tal estuvo la otra noche en el baile de los Giry?

—Bastante normal. Lo mismo de siempre.

—¿Señoritas desesperadas y caballeros insoportables? —dijo ella.

Edward deslizó sus labios en una sonrisa.

—No hay nada que pueda sorprenderme ya —contestó.

Katherine se irritó al oírlo.
  No quería que tuviera esos pensamientos negativos porque estaba convencida de que si continuaba con esa actitud, volvería a ponerse en  aislamiento, ese que había sido el resultado directo de los chismes y rumores que arruinaron su reputación.
  Con tantos años siendo la viuda de un barón, ella sabía que la sociedad podía absolver a un hombre que había sido engañado si este mantenía una actitud de reserva y desapego, pero no tenía piedad con aquellos que se sumían en la desesperación y se ocultaban para evitar la crítica.
  ¿Algo justo? Quizá no. Todo mundo sabía que la opinión pública era un tribunal implacable, y aquel que no podía enfrentar su juicio era condenado a una vida de soledad y repudio.
  Edward había cometido el peor error: esconderse. Pero ahora, después de tanto y conforme más vieja se hacía, para Katherine era común que se le cuestionara por el paradero del único hijo varón que podía continuar el legado de su título.
  Sino hubiera sido por la presión que había ejercido sobre él, Edward seguiría oculto, bajo las sombras del abandono.

—¿Cuándo vas a tomar esposa?

Él no contestó.

—Sé que has experimentado circunstancias adversas —se apresuró —, pero has conseguido recuperar un poco de tu buen nombre. Eso te hará más apreciable para la sociedad.

Todo siguió en silencio. Edward se mantuvo con un rostro ausente de expresión, y sus ojos evitaron dar con la cara de Katherine.
  Ya tenía muchos años escuchando lo mismo. Pero tras un prolongado período de reclusión y contemplación, Edward tuvo la oportunidad de reflexionar sobre los errores del corazón, y había llegado a la convicción de que los hombres enamorados suelen precipitarse en sus sentimientos, sin considerar las posibles repercusiones.
  Asimismo, había descubierto que una mujer, cuando se siente agraviada o desesperada, posee una capacidad asombrosa para idear y llevar a cabo planes de venganza o supervivencia, demostrando una astucia y determinación que supera con creces la de sus contrapartes masculinas.
  La señorita Marie Clare Stille era una visionaria de belleza, o al menos así la recordaba él, con una fragilidad que engañaba y una voz dulce como la de una niña inocente. Sin embargo, detrás de esa apariencia angelical, escondía una mirada que ardía con una intensidad que podía dejar atónito a cualquier mortal.
  Fue una cruel ironía del destino que él, a sus veintidós años, tuviera que soportar el escarnio público para descubrir con amarga desilusión, que ella no sentía por él ni la más mínima estima ni afecto.

—Los años te han vuelto menos sentimental, sé que en esta ocasión elegirás a alguien diferente y es apremiante que lo hagas —advirtió ella.

—No me interesa algo diferente.

Katherine se sorprendió.

—¿Qué quieres decir con eso?

Edward extendió la servilleta sobre sus piernas y sorbió el té antes de contestar.

—Si la única razón que tengo para volver a casarme es darte un heredero, da igual quién sea la dama.

Como si una fuerza ajena a ella misma hubiera tirado de su espalda, Katherine se irguió,  a pesar del dolor que sentía, y con los ojos fijos profirió un insulto silencioso.
  《Maldita sea 》 murmuró.

—No, no debería darte igual. Todo esto es por tu culpa, es tu deber sacarme de la situación marginada en la que está sociedad me tiene.

Edward agachó la cabeza en señal de agobio. Desde el dramático suceso con su esposa, su madre siempre le recordaba lo mismo. Palabras que componían frases llenas de insatisfacción por tener un hijo como él.

—Debes lograr que las señoritas te admiren.

—Lo estoy haciendo —respondió.

Katherine no estaba convencida de eso.

—La mujer se siente atraída por el hombre que exhibe fortaleza —echó los hombros hacia atrás y extendió los brazos —, poderío.

La respuesta cruel hizo que Edward terminara de sepultar sus ilusiones. Al menos esperaba que su madre defendiera un poco su postura, pero al oírla hablar se persuadió de que jamás podría arrancarle del pensamiento la idea de que era un hombre tan débil e inepto, que iba a requerir para el resto de su vida sus consejos.

—No te preocupes, madre. Tomaré esposa.

Katherine cambió de semblante y abrió los ojos llenos de entusiasmo.

—Puedo darte una lista de señoritas, o quizá algunas viudas. ¿Qué prefieres? —le dijo.

—Tengo la suficiente edad para hacer esto sin tu ayuda.

La mujer se sintió ofendida.

—¿Por qué esa postura?

—Porque ya sé quién será mi futura esposa.

—¡Lord Callaghan! ¿Es una señorita digna?

Edward no contestó. Él estaba mucho mas consciente que su madre de que necesitaba como esposa, no solo a una mujer capaz de darle hijos, sino a alguien lo suficientemente importante como para hacer que la sociedad terminara por olvidar su escándalo.

—¿Quién es? —insistió.

—¿Recuerdas a la que alguna vez fue la señorita Gray? ¿Lucille Gray?

Katherine volvió a abrir los ojos, pero está vez despavorida.

—¡Es una mujer casada! ¡Una condesa!

—Siempre fue una mujer tan hermosa, exquisita —suspiró —, que no puedo creer que se haya casado con lord Anthony.

—Edward, no lo hagas. Los Van Garrett tienen demasiada influencia como para que hagas algo tan malévolo en su contra y salir ileso.

—No es necesario que me involucre con una mujer que ya es ajena. Pero su hija mayor es un deleite para cualquier ojo masculino.

—¿La señorita Van Garrett?

Edward asintió.

—¿Ella corresponde a tus afectos?

—Por supuesto.

—¿Entonces piensas cortejarla?

El hombre asintió y terminó de beber el último sorbo de té.

—¿No crees que es muy pronto para que fijes tu atención en esa señorita? —dudó.

—Tú misma has dicho que esto ya no es algo que pueda esperar.

—A mí me parece que es demasiado joven —se quejó —, además, preferiría que tomaras a una mujer menos influyente.

Edward le sonrió, pero optó por no contestar. No iba a ponerse a discutir sobre algo que ya había decidido.

—Su influencia es lo que necesitas para salir de ese estado marginado del que tanto reniegas. 

Katherine se quedó muda.

—Soy muy capaz, créeme —aseguró.

Tantos años lejos del ámbito social habían sembrado dudas en su mente sobre su capacidad para seducir, aunque nunca se había considerado un seductor por naturaleza. Sin embargo, después de pasar los últimos años en lugares donde las mujeres se liberaban de las convenciones sociales y se mostraban tal cual eran, como en los burdeles, había llegado a una conclusión sorprendente: que todas ellas, independientemente de su origen o estatus, compartían una esencia común.
  La experiencia le había enseñado que la seducción no era cuestión de etiqueta o posición social, sino de algo más profundo y universal.
  Las mujeres, en su mayoría, se deleitaban con la idea de un caballero que reuniera las cualidades de ser culto, inteligente y cariñoso, capaz de despertar sus pasiones bajo las sábanas. La realización de una fantasía,  alejada de los hombres comunes y defectuosos que lamentablemente abundaban en todos lados, era lo que las mantenía interesadas.
   Pero, sobre todo, había descubierto que las damas de sociedad compartían además el defecto de poseer un orgullo irritable. Y si no hubiera sido por las constantes pláticas que escuchaba de cada sitio en donde se sentaba en silencio, no habría concluido que las señoritas más orgullosas y seguras de sí mismas disfrutaban de la emulación y competencia, y que, cuanto más hermosa y complaciente fuera su rival, más se esforzaban por obtener la aprobación y el favor del hombre que deseaban, en una especie de juego de seducción y conquista.
  ¿Por qué razón Rosemund Van Garrett iba a ser diferente?
  Edward ya se había convertido en un hombre paciente y cauteloso, cualidades que le ayudaron a examinar durante un año todas sus posibilidades.
  Desde antes de presentarse al baile de los Giry, la señorita Van Garrett ya era su objetivo. Había demostrado desde el primer día que sería endemoniadamente popular y alzada, en parte gracias a la posición de su familia y a su extraordinaria belleza. Sin embargo, después de haberla considerado por meses, a través de los constantes chismes y comentarios, dio con su debilidad: su padre. 
  Si sus planes se daban como hasta ahora, en menos de tres meses ya estarían comprometidos. Estaba convencido de que todo jugaba a su favor,  y de que eso sería suficiente para quitar la mancha que lo había mantenido fuera de la sociedad por quince años.

—¿No te preocupa lord Anthony?  —volvió a cuestionar Katherine. 

—Ella tiene el suficiente carácter para defender lo que quiere —respondió tranquilamente. 

—¿Estás asumiendo que eres el objeto de su deseo?

Edward no contestó. Se levantó de su lugar y se despidió de su madre en una reverencia, dejando a esta con la palabra en la boca.
  Aunque le pusiera todos los contras frente a sus ojos, está vez no dejaría que interviniera tanto como cuando había cortejado a su primera esposa. Ya no volvería a permitir que sus opiniones moldearan su mente hasta el punto de acceder a sus exigencias.
  Ahora sería un caballero distinto.

"Si tan solo quieres, ámame"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora