Exigencias y más exigencias. Eso era todo lo que Rosemund había escuchado durante un año.
Pararse derecha, caminar con gracia, hablar con mesura, reírse ligera, no elogiar vagamente, agradecer los cumplidos, dar solo tres o menos bailes, no desperdiciar la atención.
Había aceptado la mayoría de ellas porque era palpable la experiencia de su padre, y entendía perfecto que todo tenía el propósito de ayudarla a ser aceptada en sociedad y así escoger marido, pero después de su conversación con Edward, todo lo que alguna vez consideró apropiado ahora pendía de un hilo.
Estaba tan furiosa mientras lo recordaba, que cuando por fin llegó a la residencia abrió las puertas del despacho de su padre esperando una confrontación.
—¿Dónde estuviste toda la mañana? —preguntó sin levantar la mirada. Sabía que se trataba de ella porque era la única que entraba a su despacho sin tocar.
—Estuve a solas con un caballero.
Anthony dejó de lado su actividad.
—¿Crees que por sonar engreída tendrás mi respeto?
—No puedes culparme, lo aprendí de ti.
Antes de proseguir, llamaron a la puerta. Lucille asomó el rostro.
—Que bien que estén juntos —entró.
La sonrisa de su rostro se esfumó al momento de ver la expresión de ambos.
—¿Sucede algo?
Rose tenía los labios apretados, la mirada apartada y los brazos cruzados. Su pecho estaba aspirando y exhalando con una fuerza inusual, como una olla a presión que busca liberar el vapor acumulado. Era como si el calor de sus sentimientos estuviera a punto de hacer estallar la superficie de su compostura.
—¿Se puede saber qué ocupa tanto tu atención como para ignorar que tu hija viene de verse con alguien? —atacó Anthony, tenía la mirada de un cazador. Fija, atenta y feroz.
—Sé generoso con tus modales —advirtió Lucille, luego miró a su hija —¿Qué está pasando?
—Llevo un mes escribiéndome cartas con un caballero y también doy paseos con él en la casona de madame Barley —pronunció Rose orgullosa.
Lucille se agitó, pero antes de pronunciar palabra alguna, suplicó para que Rose guardara en secreto el nombre de aquel caballero.
—¿Cómo te atreves a pasar por alto mi autoridad exponiéndote de esa manera? —exclamó Anthony —, ¿a ensuciar con tus actos mi apellido y la reputación de toda está familia?
Los ojos de Rose adquirieron la apariencia de un relámpago que se deja ver en una tormenta oscura. Con la misma fuerza destructiva y con la misma capacidad de atemorizar.
—¿A caso no hay nada más que te preocupe? —se esforzó en decir.
—Te crié para que fueras una dama de virtud, no para que te comportes como una mujer de mala reputación, escondiéndote y actuando con desvergüenza.
—¡Anthony! —exclamó Lucille.
Las lágrimas ya no pudieron esconderse. Rose estaba desesperada por gritar.
—¿Quién es ese hombre? —exigió.
—Eso no importa.
—¡Claro que importa! Ningún caballero se expone de esa manera ni involucra a una señorita en encuentros secretos.
—¡Tampoco ningún caballero seduce a una mujer comprometida, como tú lo hiciste!
Ambos, Lucille y Anthony, se quedaron estupefactos.
Cuando Rosemund nació, ambos se prometieron no volver a sacar a tema la vida y el recorrido que habían tenido que atravesar para estar juntos. Eso ya no importaba para ellos y al menos esperaban continuar así para siempre. Y aunque sabían que la sociedad podía ser cruel, en los últimos veinte años nadie se había atrevido a sacar aquellos temas como dominio de conversación.
—¿Te imaginaste que podrías mantenerme en la ignorancia mientras que tú mismo te entregabas a placeres y vicios inmorales?
—Rose, no es necesario que sigas. Basta —suplicó Lucille.
—No. Se acabó.
—Tú no sabes nada —respondió por fin Anthony.
—Por favor, padre. ¿Pensaste que nunca me enteraría de que mi madre estuvo comprometida con el tío Arthur? ¿De que ese compromiso se rompió por tu culpa? ¿O de que la involucraste en un escándalo al actuar con tan seria irresponsabilidad?
Tanto Anthony como Lucille se tensaron. Ella podía lidiar mejor con las provocaciones, pero sabía que su esposo no lograría mantener el control si su hija seguía insultándolo.
—¿Quién te dijo eso? —quiso saber Lucille.
La voz quebradiza de su madre no impidió que Rose dejara salir su furia.
—Lamento amargamente haber considerado digno de mi respeto a alguien como tú, que no posees la más mínima honorabilidad —le dijo Rose a Anthony.
—Mis errores son cosa que ya tuve oportunidad de enmendar. Tú no tienes por qué cuestionarme.
—Pues me rehúso, me rebelo, me desato del nudo que me has impuesto y te regreso tu apellido. Reniego de ser tu hija.
Anthony lejos de soltarse a los gritos, bajó la mirada. Lucille notó de inmediato el dolor que aquellas palabras le provocaron y, aunque se acercó para tratar de consolarlo como solía hacerlo mediante un apretón de manos, este se apartó bruscamente y luego suspiró.
—No volverás a salir el resto de la temporada —dijo en voz más baja, pero al mismo tiempo firme.
—No me importa.
—No me retes.
Rose se envalentonó.
—Lord Callaghan va a estar esperándome.
Los ojos de Anthony se encendieron al oír el nombre.
—¿Así que fue ese necio?
—Me voy a casar con él.
—¡Tú no te vas a casar con ese hombre! —volvió a su estado histérico.
—¿Crees que puedes impedírmelo? ¿Que tienes derecho a intervenir en su felicidad cuando fue un amigo tuyo el que sedujo a la que fue su esposa?
Anthony apretó los puños.
—He tolerado demasiado esta conversación. No pienso continuar.
—¿Crees que me intimidas con tus ínfulas de grandeza? ¿Qué puedo ignorar el hecho de que consentiste aquel romance inmoral solo porque involucraba a alguien apreciado por ti? —siguió.
Lucille escondió la mirada en el suelo. Ella estaba al tanto de todo eso y nunca imaginó que pudiera tener repercusiones tan fuertes como las que estaban sucediendo.
—Yo jamás apoyé a Louis en eso —le dijo Anthony a Lucille.
—Pero tampoco hiciste nada para reprobar su acción —afirmó Rose.
—No voy hablar de la vida de todas esas personas. Ninguna me importa.
—Rose, cariño, vamos a calmarnos –suplicó Lucille.
—No, madre. Estoy harta. Me voy a casar con lord Callaghan y no pienso permitir que se involucren.
—Él no es hombre para ti —le advirtió ella.
—¡Claro que sí! Es un caballero poseedor de una amabilidad y atención que rara vez se encuentra en estos tiempos, con carácter, dispuesto a asumir riesgos.
Anthony se rió burlón.
—¿Y por qué no está aquí, dándome la cara como un hombre?
—Porque yo se lo pedí —mintió.
—Yo conozco bien el carácter de un verdadero caballero. Y ese hombre no lo es.
—Ah —lanzó un burlón quejido —, que maravilloso que te jactes de ello cuando has demostrado ser lo contrario.
—Mi respuesta es no. Así tenga que enviarte fuera de Londres.
Lucille se alertó. Anthony nunca amenazaba en vano.
—¿Y cuándo será un sí? ¿Cuándo podrás decirme con satisfacción que he logrado tus requerimientos? —cuestionó Rose.
Aquellas cuestiones sacaron a la luz su impotencia, desnudando su vulnerabilidad y poniendo en evidencia la debilidad que había estado tratando de ocultar.
La verdad, incómoda y cruel, se abatió sobre ella como una sombra oscura, recordándole que no tenía el control que creía tener.
La sensación fue como un peso que la oprimía, y la dejó sin aliento, sin palabras, sin esperanza.
—Ese era y siempre será tu deber como hija. Fallaste en la única cosa que le daría orgullo a nuestra familia.
Rose se soltó en un llanto dramático.
Lucille quiso consolarla, pero está se enfureció a causa de las duras palabras de su padre.
—Lo intenté padre, muchas veces me esforcé por ser lo que querías. Pero hasta la fecha sigo sola —señaló — y no ha sido totalmente mi culpa.
—No te vas a quedar sola —respondió.
—¡Me voy a casar con lord Callaghan! ¡Tengo que casarme con él!
Sus exclamaciones alertaron a ambos progenitores, pero fue Anthony el que no pudo esconder que estaba mareándose a causa del enojo.
Si su hija defendía aquello como un deber, asumía que ya tenía motivos para dudar de su virtud.
—¿Ya comprometió tu honor, verdad?
Rose no contestó.
Anthony dio un golpe sobre el escritorio. Ambas mujeres se sobresaltaron.
—Te aseguro que yo me ocuparé de ese estúpido, pero tú, por tu parte, te embarcarás en el primer navío que zarpe hacia Irlanda.
Lucille intervino.
—Anthony, no.
—¡No te lo voy a permitir! —advirtió Rose.
— Te beneficias de mi hospitalidad y te alimentas de mi bolsa, no puedes pretender que te otorgue libertad para hacer lo que te plazca.
—¿Es tu objetivo amedrentarme?
—Mis recursos son los que te permiten vivir en comodidad, y mi apellido es el que llevas con orgullo. Por lo tanto, es justo que estés sometida a mi autoridad y que yo tome las decisiones que afectan a nuestra familia.
—Madre, por favor.
Ella negó con la cabeza.
—No tienes la menor noción de lo que deseas.
—Te has burlado de mi inteligencia. Negándote a darme un voto de confianza.
—Eres arrebatada y demasiado terca. El caballero que esté contigo debe ponerte en cintura antes de que te vuelvas despreciable —le advirtió él.
—Lo que necesito es a uno que me aleje totalmente de ti. Eres una pesadilla.
Las lágrimas, como gotas de lluvia suaves y silenciosas, comenzaron a brotar en los rostros de ambos, reflejando la intensidad de sus emociones.
Rose, que nunca antes había presenciado una muestra de vulnerabilidad tan profunda en él, se sintió conmovida por la visión de sus lágrimas. Sin embargo, a pesar de la conmoción que sentía, se mantuvo firme. Su determinación y fortaleza interior la sostenían, incluso en medio de la tormenta de sentimientos que la rodeaba.
Mientras las lágrimas continuaban fluyendo, como un río que no cesa, Rose se mantuvo erguida.
Anthony, por su parte, ignoró el dolor que estaba cubriendo cada rincón de su cuerpo: punzadas en la cabeza, una palpitación agitada, pequeños estirones en el brazo izquierdo. Sus ojos desorbitados a causa del mareo y la sensación de que pronto vomitaría.
Suspiró y agarró fuerza para soltar sus últimas palabras.
—Señorita Van Garrett, puede que no sea el modelo de virtud que deseas, pero sigo siendo tu padre.
Tras esa declaración, salió.
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"Si tan solo quieres, ámame"
Storie d'amore-Anhelo que mi sufrimiento por usted sea igual de efímero que el amor que me prometió -dijo. En el corazón de la época victoriana, durante su segundo año en el mercado matrimonial, Rosemund Van Garrett, una joven valiente y determinada, huye de las...