—No puedes, madre. Necesitas descanso —escuchó decir Beth desde el otro lado de la puerta.
La voz de Will sonó rígida.—¿Will, qué ocurre? —preguntó una vez que se adentró a la habitación.
—Mi madre tiene fiebre y dolor de cabeza —contestó él.
Ella se acercó a la cama y, con suavidad, tocó la frente de Lucy.
—Por dios, madre, necesitamos traerte agua fría. Will —señaló —, en mi habitación hay mantas, debemos traer una antes de ponerle compresas.
El muchacho asintió y se adelantó hasta la puerta, pero Lucy lo detuvo con un quejido fuerte que salió de su boca.
—Son para la señorita, no la molestes.
William se sintió agredido. No podía creer que Lucy antepusiera sus necesidades a las de una señorita que no había echo nada por ella.
—Ella puede resistir el frío, tú no.
Al oír el portazo, Rose, que seguía frente a la chimenea, giró la mirada hacia la segunda planta y notó cómo William entraba a su habitación sin siquiera pedir su permiso.
Se levantó y, con pasos rápidos y decididos, subió las escaleras para preguntarle qué hacía allí sin su autorización.—¿Qué ocurre? —le dijo.
Will sacó del baúl que estaba bajo la cama una frazada sencilla, luego como pudo metió el resto de ropa y se levantó, ignorando por completo a Rose.
Esta, indignada ante su silencio, se plantó frente a la puerta y no lo dejó salir.—Exijo que me diga qué es lo que sucede. Entra a está habitación que sirve como espacio para mi comodidad…
—No tengo tiempo para sus formalidades —interrumpió.
Rose enardeció. Sus mejillas se pintaron de un color rojo intenso y pronto su respiración se agitó. Nadie antes había osado interrumpirla.
—Es usted el hombre más grosero y mandón que haya tenido la desdicha de conocer —alzó la voz.
William alzó las cejas sorprendido y, adoptando una postura erguida y con los brazos por detrás de su espalda mientras sostenía la manta, inclinó el rostro.
—Oh, disculpe sin entrar sin su permiso, señorita. No quise interrumpir su sesión de contemplación del fuego —se irguió con una mirada desafiante.
El gesto irónico que delató su intento de reverencia, dejó a las claras su burla. Rosemund se sintió como si hubiera sido abofeteada.
—¿Por qué me trata con tanto desdén? ¿Qué le he hecho?
No podía comprender a qué se debía tanta repulsión de parte de Will hacia ella. Desde que lo había conocido, su actitud arrogante y su falta de respeto, la colocaron en una posición inferior que no correspondían a su estatus, debía ser lo contrario.
Pero había algo en él, una mirada fija y confrontativa, la que le hacía sentir que era objeto de un odio desconocido.
No pudo recordar ninguna ocasión anterior en la que haya ofendido tanto el orgullo de William, como para que ahora recibiera ese trato de su parte.—¿Cree que debo estar feliz por tenerla aquí, haciéndome sentir como un sirviente en mi propia casa? —acusó.
—Pues usted no es un dechado de virtudes —su protesta volvió a elevar el tono de su voz —. Desde que lo vi por primera vez, lo único que ha demostrado es un completo desconocimiento de lo que es el respeto.
—¿A una señorita como usted, mimada y orgullosa?
—No le tengo miedo —respondió desafiante.
ESTÁS LEYENDO
"Si tan solo quieres, ámame"
Romance-Anhelo que mi sufrimiento por usted sea igual de efímero que el amor que me prometió -dijo. En el corazón de la época victoriana, durante su segundo año en el mercado matrimonial, Rosemund Van Garrett, una joven valiente y determinada, huye de las...