Capítulo 19 "La lluvia que nos trajo aquí"

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—¿Por qué te la vives encerrada?
Lottie estaba cansada de la actitud de Rose. A pesar de los esfuerzos de la mayoría por atenderla, desde su ultima conversación, tenía dos días sin bajar de su habitación.

—No hay nada qué hacer —respondió.

—Tengo algo que podría interesarte.

Los ojos de Rose brillaron. Lo que más podía ilusionarla en ese momento era el hecho de volver, o en caso de que no era fuera así, por lo menos una carta de Edward la animaría lo suficiente como para aguantar los siguientes meses.  

—¿De qué hablas?

—No has visitado el lago de los prados, es hermoso.

Rose apagó la esperanza en su rostro.

—Detesto el campo. Me ensucio con demasiada facilidad.

Lottie sonrió al escucharla. No podía creer que aquella niña que se metía por los charcos de lodo durante la temporada de lluvias, ahora estuviera quejándose de ello.

—No pienso dejar que te aísles aquí. Anda, ve a la entrada. Le diré a Givents que te solicite un guía.

La muchacha hizo un puchero digno de una chiquilla de brazos.
Lo último que quería hacer era salir a pasear. Prefería estar encerrada a cuatro paredes preguntándose por qué Edward no le había escrito. Ya tenía varios días pensando lo mismo y su mente no podía dejarla en paz.  
    Tenía que encontrar una respuesta que le otorgará la tranquilidad necesaria para aguantar aquel exilio.

—¿Dónde está Beth?

La relación entre ambas había crecido un poco tras las conductas amables de Beth, lo que provocó que Rose quisiera tenerla a su lado, en especial en algo planeado por la tía Charlotte.

—En un momento sube —respondió Lottie.

Rose se levantó de la cama, se tomó el tiempo para asearse y se preparó para la salida.
    Al bajar las escaleras se paró cerca de la puerta, lista para avanzar en cuanto Elizabeth y el guía estuvieran ahí.
     El día prometía estar soleado y, si se negaba a complacer a la tía Lottie, de todos modos terminaría obligada.
   《Mejor lo hago por mí misma 》 pensó.
     Mientras esperaba, volvió a pensar en Edward.
Su cuerpo entero sintió una sacudida. Era como una llama poderosa que se alzaba y abarcaba cada rincón. Con una fuerza capaz de provocar que cada músculo vibrara en la esperanza de fundirse de nuevo bajo los efectos embriagadores sus caricias.
     Al alzar la vista hacia los prados, Rose se sintió atraída hacia ellos como si la vastedad y misterio que los rodeaba le recordara la presencia de su amor. El bosque, con su extensión infinita y senderos sinuosos, parecían un reflejo de la personalidad de él: libre pero difícil de explorar.
     La idea de recorrerlos sin encontrar un final, de dejarse llevar por sus curvas y giros, la envolvía en una sensación de embeleso y nostalgia. Era como si aquel bosque hubiera capturado la esencia de Edward, y al caminar por ellos, Rose se sintiera más cerca de él.
     Sin darse cuenta, comenzó a caminar hacia los prados, con pasos llevados por la fuerza de sus pensamientos. No esperó a Beth ni al guía, simplemente avanzó, como si una fuerza invisible la atrajera hacia el corazón del campo. Pronto la distancia entre ella y el umbral de la puerta se fue extendiendo hasta que, al girarse, ya no pudo divisar la finca de sus tíos.
     El paisaje era hermoso y, aunque el cielo estaba despejado, Rose sabía que las lluvias ya habían comenzado a caer en la región, y era bien sabido que las primeras tormentas anunciaban la llegada de otras más intensas.
    Por un momento, se detuvo a pensar en lo que pasaría con ella si el agua de la lluvia la acorralaba. La idea de mojarse era inaceptable, pero estaba disfrutando bastante del aire fresco y la sensación de libertad que le proporcionaba alejarse de la residencia, que aunque solo fuera por un breve momento, decidió que no le daría importancia.
    Mientras caminaba, abriéndose paso por entre los árboles de gran follaje, pudo sentir un viento fresco que le arrancó el sombrero de su lugar. La fuerza arrastró también parte de su cabello, dejándola en un aspecto descuidado que la puso de mal humor.

—¿Cómo llegaré al lago? —se cuestionó.

Sus ojos se alzaron para tratar de distinguir un sendero que la obligara a ir por el camino correcto a su destino, pero no encontró nada eficiente para su necesidad; excepto filas largas de árboles que cubrían su pequeño cuerpo, dejándola ver como alguien insignificante y frágil.
      Su piel sintió la frescura de la tierra húmeda conforme avanzaba, y eso le dio esperanzas de que no estaba muy lejos del lago. Después de todo, siguiendo la humedad de la zona era como planeaba llegar.
      El canto de algunas avecillas tranquilizó sus pensamientos inquietantes y el silbido que hacía sonar el follaje mientras el viento lo acariciaba, tuvo un efecto de paz que creyó no conocer hasta ese momento.
      Sin darse cuenta del momento preciso, el aire que inhalaba le provocó una sensación de fatiga inusual. Era como si el lugar mismo estuviera extrayendo de su ser algo opresivo y tenso que había estado durmiendo en lo más profundo de su interior, algo que luchaba por permanecer oculto y que ahora castigaba a su cuerpo por querer sacarlo. 
     Sin saber por qué, se sintió conectada a ese lugar, como si su propio ser estuviera ligado a la esencia misma del espacio que la rodeaba, reclamándola. Y está vez no pensó en Edward. Sino en otra cosa.
     Por sorprendente que le pareciera, la tía Lottie tenía razón.
     Aquel sitio era algo total y absolutamente diferente a lo que conocía en Londres. La ciudad era caótica, llena de ruido y estímulos que solo causaban tensión y donde con frecuencia su único sentimiento era la frustración.  
    Nunca había disfrutado del silencio. En casa no había tiempo para ello. Si no eran confrontaciones con sus padres, las había con sus hermanos. Y en sociedad tampoco había descanso ya que, si no escuchaba chismes de parte de sus primas, le llegaban en cualquier momento gracias a las señoritas y a sus madres. Ahora todo se sentía diferente.
    La fatiga de su cuerpo trajo consigo un alivio sorprendente, como el que experimenta alguien a quien se le ha retirado una loza de la espalda.
     Estando ahí, en soledad, Rose experimentó por primera vez el alivio de no sentirse observada. Se sentó sobre una roca, sin preocuparse por arrugar el vestido, y se quedó mirando el paisaje sin reparar en el lodo de sus zapatillas y en sus mejillas enrojecidas a causa del sol.
   《 Por fin, sola 》 se dijo a sí misma.
    Era evidente que estaba sola. No se refería a la compañía de otras personas, sino a sus pensamientos. Esos que la habían cubierto en los últimos dos días y que llevaban una pesada carga entre culpa, remordimiento y añoranza.
    El aire fresco le dio la capacidad de pensar con una claridad que no imaginó que llegaría a tener. Y eso le permitió sentirse libre.
   《Tal vez no sea tan malo, todo se arreglará 》pensó.
    Estaba tan admirada por la sensación de paz, que no reparó en el tiempo que había estado quieta, hasta que notó que la sombra de los árboles ya no estaba. El cielo se había ennegrecido y la oscuridad parecía haber cobrado vida, como si los árboles y las sombras se hubieran unido para rodearla.
     Se puso de pie de forma abrupta, y un escalofrío recorrió su espalda alertando sus sentidos. Su corazón latió con fuerza mientras su cuerpo giraba para mirar a su alrededor, y entonces su respiración se agitó al darse cuenta de que estaba perdida y sola, sin saber cómo encontrar el camino de vuelta.
    Avanzó un tramo, pero cada paso que dio parecía llevarla más lejos, y la sensación de desorientación la abrumó. Se detuvo, rodeada de la nada, y se dejó caer al pie de un arbusto, derrotada. La idea de que nadie sabía dónde estaba la aterrorizó, y más lo sintió al pensar en la posibilidad de pasar la noche sola en el bosque. El aire que anunciaba la lluvia la hizo temblar, y las lágrimas de desesperación comenzaron a brotar de sus ojos.
    De pronto, se sacudió como un animal que se esconde de su depredador, al oír crujir las hojas de los árboles.
    Alguien se estaba acercando.
    Sus ojos se alzaron y la figura que alcanzó a notar la llenó de esperanza. Su grito desesperado alertó a quien estaba atravesando el sitio, y entonces, se giró para mirarla.
    La sonrisa de Rose se desvaneció al ver de quién se trataba.

—¿Cómo llegó usted aquí?

William alzó las cejas y dejó entreabiertos sus labios. No pudo entender cómo es que alguien como la señorita Van Garrett estaba en esa zona tan espesa del bosque y a esa hora tan tardía.

—Salí a dar un paseo —respondió ella con aire orgulloso.

—Por eso es importante esperar a los guías, señorita.

Rose se percató de que William era el hombre que su tía había seleccionado para que la acompañara, junto a Beth, en aquel recorrido.
    Lo que le causó intriga fue considerar la razón por la que él estaba ahí. ¿A caso lo habían enviado a buscarla? ¿Cuánto tiempo había pasado desde su salida?

—Llegué perfecto aquí sin su ayuda —dijo ella.

Will se rió con aspecto burlón.

—¿Y qué busca en el bosque, señorita? ¿Un lugar para esconderse?

Rose frunció los labios y se cruzó de brazos.

—¿Qué busca usted, señor? ¿Alguien a quién rescatar?

Aquel comentario provocó que Will se acercara a ella de forma atrevida. A una proximidad que le permitió sentir su respiración. 
Rose día un paso para atrás.

—Me parece sorprendente que avanzara hasta aquí —elogió —. Ahora, puede regresar así como llegó. Buena suerte.

Se giró con lentitud y luego sus pasos tomaron fuerza al ir caminando, dejando a Rose a merced de un cielo que anunciaba una tormenta.
    La muchacha se agitó ante la respuesta y entonces salió disparada en dirección a él.

—¡Estoy perdida!

La exclamación hizo que Will se detuviera y se soltara a reír.

—Eso es evidente. ¿Quién le dijo que podía navegar por el bosque sola?

—¿Podría brindarme su ayuda, por favor? —dijo mientras se frotaba los brazos a causa del aire fresco.

El muchacho se acercó a ella con una sonrisa burlona.

—Vaya, sus peticiones se suavizan cuando está en apuros.

Rose agachó la mirada. Sabía lo que él y todos en la residencia pensaban sobre ella.

—Bien, no lo necesito. Regresaré sola.

El orgullo de sus palabras supieron amargas. Por dentro quería continuar llorando, pero su vanidad la superó e ignoró su temor.
    Will la observó y se cruzó de brazos.

—Adelante.

Rose alzó su vestido y le pasó por delante para avanzar en la caminata mientras Will se reía a sus espaldas.
    Ella siguió avanzando segura de que encontraría de nuevo el camino hasta la residencia, pero su soberbia le cobró factura al toparse con el mismo sitio desde donde había salido.

—¿Qué pasó, señorita? ¿Se perdió de nuevo en el bosque o en su propia mente?

Rose suspiró.

—Por favor, debo regresar a casa. Mis tíos se alarmarán por mi ausencia.

Rose habló con una urgencia contenida, sin atrever a volverse hacia el caballero que sabía se encontraba detrás de ella. Era consciente de que el joven Will la escuchaba con atención. 

—¿Quiere saber algo gracioso?

Hastiada, soltó un suspiro más fuerte.

—No, no quiero. Quiero volver.

Will se adelantó y se le puso al frente. La miró enrojecida, con los brazos cruzados, un puchero y la vista hasta el suelo. Parecía una niña.

—Quiero volver —repitió.

Él sonrió de forma amable y le extendió la mano.

—Sígame.

Aunque se negó a tomar su mano, se fue caminando detrás de él sin decir más palabras.
     Will notó el cambio en la actitud de la señorita Rose.
    Ahora parecía frágil y vulnerable, especialmente con ese vestido rosa que resaltaba el gris de sus ojos y también gracias a la luz tenue del bosque que hacía que su piel pareciera aún más pálida. Se preguntó qué la habría llevado a ese estado, ya que la última vez que la había visto, había sido bastante enérgica.
     Lo cierto era que se había alejado tanto de la propiedad, que llegar les tomaría demasiado tiempo. No lo lograrían si tomaban en cuenta que la lluvia ya estaba próxima a derramarse.

—Señorita, le tengo dos noticias.

—¿De qué habla?

—La lluvia no nos dejará llegar a la residencia, conozco los tiempos y el campo.

—¿Y qué? ¿Pretende que me quede aquí con usted?

—¿Le gusta la idea? —dijo en tono divertido.

—¡No! Exijo que me lleve a un refugio seguro.

Will se encogió de hombros.

—La otra noticia es que mi familia tiene una pequeña finca más cercana. Tal vez pueda quedarse ahí hasta mañana.

—¿En la casa de unos sirvientes? —dijo horrorizada.

—Si se porta bien hasta que lleguemos, le dejaremos la cama más cómoda —aseguró.

Antes de que Rose pudiera contestar, la lluvia se desató agresiva y pronto el camino se convirtió en un lago lleno de lodo que le cubrió los pies hasta los tobillos.

—¡Me voy!

Will se dio la vuelta y empezó a esforzarse por andar entre el barro del estrecho camino. Rose ya estaba empapada y un temblor la hizo reconsiderar. No podría soportar más tiempo bajo el frío del agua.

—¡No! ¡Espere!

Salió detrás de él y se enganchó de su brazo para poder tener el vigor de sacar los pies del charco en el que se había hundido.

—Venga conmigo.

William la asió con fuerza y la tranquilizó para que pudieran avanzar a través de la tormenta hasta llegar a la finca donde dormían él, su madre y su hermana.
     Para cuando llegaron, Elizabeth les abrió la puerta. Se quedó boquiabierta al ver entrar a Will trayendo consigo a la señorita Van Garrett empapada y cubierta de lodo.

—Señorita —se aproximó a ella y la ayudó a entrar.

Rose suspiró aliviada y alzó la mirada.

—Beth, ¿Qué haces tú aquí?

—Es mi casa, señorita.

La sonrisa de Elizabeth hizo que Rose mirara a Will tratando de encontrar el parentesco entre ellos.

—William es mi hermano —aclaró.

Rose se quedó callada.

—Bienvenida, es una pena que tenga que estar aquí sin todas las comodidades disponibles —disculpó Beth.

Will se sentó en la primer silla que vio y pasó a sacarse las botas llenas de lodo.

—¿No va a ayudarme? —reclamó Rose.

—Ya la traje hasta aquí —respondió sin mirarla —. Beth, ¿Qué hay de cenar?

Rose tragó saliva, sorprendida por su tono.

—Hermano, debemos acomodar primero a la señorita Van Garrett —respondió avergonzada.

Mientras ellos hablaban, Rose no pudo evitar mirar a Will.
     El agua le escurría por entre los mechones rubios de su cabello, y la ropa que traía se transparentaba, dejando ver su pecho y la forma bien definida de sus brazos. Pronto se dio cuenta de que era un hombre robusto, de buena estatura pero de muy malos modales.

—Ya tiene el refugio que lloriqueaba hace un rato. ¿O qué? ¿Necesita que la desvistamos?

La lluvia golpeaba contra las ventanas, creando un ritmo constante que parecía aumentar la tensión en la habitación.
     Rose se estremeció, no solo por el frío, sino por la forma en la que Will la miró al soltarle la pregunta, con una sonrisa burlona en su rostro.
     El olor a comida caliente que se expandía por la estancia, era un contraste agudo con el hambre y la ira que sentía en ese momento.
     Beth, intentando aliviar la situación, se apresuró a entregarle algo con lo que pudiera secarse, pero Rose apenas si pudo mirarla, su atención estaba fija en Will, quien parecía disfrutar de su incomodidad.

—Ignórelo, señorita. Mi hermano es insoportable.

—Ya lo noté.

—Venga conmigo, advertiré a mi madre de su presencia y le obsequiaremos ropa seca y lo más cómoda posible.

—Te agradezco, eres muy considerada.

Will se rió. 

—¿Y a mí no me va a agradecer?

—Usted es un engreído.

—Como usted.

Rose sintió como si le hubieran dado un golpe en el estómago. Su rostro se sonrojó por la ira y su corazón latió con fuerza. Quería responderle con algo mordaz, pero se contuvo, sabiendo que estaba en clara desventaja.

—Vamos —animó Elizabeth.

Cuando ambas subieron a una segunda planta, Rose percibió una calidez maravillosa.
     La chimenea estaba en la parte de abajo, y como la casa era muy pequeña, alcanzaba a cubrir todos los espacios. Sin embargo, no fue ese calor el que la reconfortó, sino el hecho de entrar a una habitación con detalles y decoraciones vívidas y coloridas. 
     Era pequeña y sencilla, con paredes de un blanco desvaído y un suelo de madera gastada. La cama, estaba cubierta con una manta de lana tejida a mano,  y en una esquina, una pequeña mesa de madera servía como tocador, con un espejo roto y una jofaina de loza para el aseo personal.
     En las paredes, algunas estampas baratas de flores y pájaros añadían un toque de color y alegría al espacio. Un par de sillas de madera, desgastadas por el uso, estaban colocadas en una esquina, y la ventana, con cortinas de muselina blanca, dejaba entrar una luz tenue y difusa, iluminando el espacio con una suavidad melancólica.

—Esperemos que la lluvia se calme. Sino será imposible salir de aquí —dijo Elizabeth.

Rosemund la miró preocupada.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Si la lluvia continúa, los caminos se cerrarán.  A veces tarda hasta tres semanas para que alguien pueda atravesar ese prado.

—¿Me quedaré aquí todo ese tiempo?

Rose se sintió ansiosa al pensar quedar atrapada en esa casa durante tres semanas, pero Elizabeth le sonrió tranquilizadora.

—No se preocupe, la vamos a atender muy bien.




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