Capítulo 22 "Reflexiones del corazón"

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Empapado, lleno de lodo y totalmente agitado fue como William entró a la cabaña mientras cargaba dos cajas con víveres.
    Elizabeth se acercó rápido y con un pañuelo le limpió el rostro.

—¿No tienes algo más grande? —le dijo él, mientras se miraba escurrir el agua por todo el cuerpo.

—Iré por algo arriba.

Una vez solo, Will comenzó a zafarse poco a poco de su vestimenta húmeda. Empezó por las botas, el abrigo y finalmente la camisa. La demora de Beth lo hizo impacientarse y entonces, con esa última prenda, se secó el pecho y luego la arrojó con descuido a un lado. Al tener las manos desocupadas, se pasó los dedos por el cabello para quitarse del rostro los mechones húmedos que le estorbaban la vista.
    Mientras se recargaba en el respaldo de una silla con total abandono, adoptando una pose que delataba su fatiga, su mirada comenzó a vagar por la habitación, como si buscara algo que lo distrajera de sus pensamientos. Fue entonces cuando algo captó su atención.
    Sus ojos se deslizaron hacia el pequeño desastre que descansaba sobre la mesa. Había platos, cubiertos y una copa que aún no habían sido lavados, además de restos de comida que ya habían atraído a las suficientes moscas como para hacer aún más desagradable el aroma. Todo aquello le resultó extraño ya que su madre no acostumbraba a dejar semejante desorden.
    Se puso de pie y se acercó a observar. 

—¿Por qué no te aseas? El agua está caliente y...

La voz de Beth se apagó en cuanto vio a su hermano merodear por la cocina.

—¿Quién lo hizo?

—Ya estaba a punto de limpiar, no es necesario que te irrites.

—Llámala.

—¿A quién?

—A la señorita. Ni tú ni mi madre dejarían este desorden durante tanto tiempo. Así que más te vale que vayas por ella, o lo haré yo.

—Will, mi madre sintió un repentino dolor de cabeza y se retiró antes de que la señorita Van Garrett terminara el desayuno. Yo le dije que me encargaría.

—Eso no me importa. Ve por ella.

Elizabeth se cruzó de brazos y se mantuvo quieta.
    Will notó que no tenía la mas mínima intención de acatar su orden. Fue entonces que le sonrió de forma retadora y,  tan solo en cuatro pasos, se adelantó hasta las escaleras.

—No lo hagas —advirtió ella —, por Dios, por lo menos vístete. ¡Will!

El muchacho la ignoró y, con la agilidad de un ciervo, trepó las escaleras para adelantarse hasta la habitación de Rosemund.
Beth quiso detenerlo y se fue detrás de él, pero fue demasiado tarde.
    Cuando llegó a la puerta, Rose ya había abierto y estaba escandalizada al ver el torso desnudo de William frente a sus ojos.
    Beth se quedó alejada observando la escena.

—¿Qué sucede? —preguntó Rose mientras luchaba por apartar la vista.

—Señorita, ¿podría acompañarme abajo? —le dijo extendiendo su mano.

El tono de voz amable confundió tanto a Beth como a Rose, quien estaba tan espantada que a continuación no pudo siquiera construir una frase completa que saliera audible por su boca.
Nunca antes había observado un cuerpo masculino con tan tremenda y descarada exhibición. 
    Will tenía un torso que fácil Rose calificó, a salvo dentro de su mente, como radiante, ancho y atemorizante. Era como una fiera salvaje que se abalanza sobre una débil presa a la cual pretende devorar.

—¿Por qué motivo debería obedecer a su causa?  —dijo por fin, rechazando la opción de tomarle la mano.

Su voz se atragantó durante un momento, pero luego carraspeó con suma delicadeza. Sus ojos se mantuvieron en su sitio, luchando por mirar a los ojos de William y no a su reluciente pecho. 

"Si tan solo quieres, ámame"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora