Capítulo 26 "Un lucero"

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Sus pasos hundieron el suelo, dejando la marca de su fuerza y la lucha por huir lo más lejos que le permitieran sus pies. Sus puños estaban cerrados y de su boca salían respiraciones agitadas, que más allá de ser por la rápida caminata, se debían al ardor que sentía quemarle las entrañas. 
    El claro del bosque se extendía ante él, con una basta y sombría extensión de hierba húmeda y arbustos retorcidos. Las nubes grises y bajas parecían pesar sobre el paisaje, aplastando cualquier rastro de vida y alegría.
   El aire estaba cargado de humedad, y en aquel silencio las últimas palabras que le había dedicado la señorita Van Garrett tomaron tal fuerza, que lo pusieron de frente con los sentimientos que había luchado por ocultar en los últimos días.
   Cuando los cielos empezaron a escucharse, aquellos escalofriantes estruendos coincidieron con los latidos de su corazón y con lo arrasador de sus emociones.
   Al traer a su mente el recuerdo de la señorita Van Garrett, con esa mirada cálida y el tono susurrado de su voz, sus ojos tambalearon por encontrar un punto fijo. Se sentía tan perdido al pensar en ella, que poco a poco, sus rodillas se doblaron.
   Toda la madrugada anterior un solo escenario había habitado su mente: el cuerpo de ella balanceándose por entre los árboles, como una ninfa curiosa y escurridiza que dejaba asomar un rostro seductor en busca de aventuras.
   Un sentimiento de culpa, por haberla echo llorar, lo llevó a refugiarse esa noche en la soledad del granero. Y ahí, a la luz de una antorcha, los libros de poesía que había hurtado de la habitación de su hermana fueron la fuente de inspiración para describir su belleza en la intimidad de su corazón. Era tan radiante que apenas podía creer que sus ojos mortales hubieran tenido el privilegio de contemplarla.
   Desde el instante en el que la vio en la residencia de los duques, su figura se grabó en su mente como un cuadro vivo de perfección. Aquellos ojos grises brillaban con la suavidad de un crepúsculo en julio, momento en el que el mundo parecía suspender su respiración, que además estaban coronados por pestañas finas y delicadas que daban la impresión de estar pintadas por la mano divina; y esas diminutas pecas que había alcanzado a distinguir cuando se le plantó de frente, parecían un puñado de estrellas brillantes sobre el firmamento.
   De su piel blanca emanaba una luz suave y etérea que lo dejaba sin aliento. Y su corazón, ya rendido a su hechizo, latía con una pasión que no podía contener. Su alma anhelaba sentir su cercanía, su calor y su contacto.
   Su pasión fue abruptamente interrumpida cuando se dio cuenta de que estaba pensando en ella de una forma inapropiada.
   Ella era una dama de alta sociedad, y él solo un sirviente. No podía imaginar cómo alguien como ella podría sentirse cómoda en su humilde cabaña. Era como si un pájaro de plumas finas hubiera aterrizado en un establo sucio. Su mundo y el de ella eran demasiado diferentes. Además, Beth les había dicho que la señorita Van Garrett estaba enamorada. Seguro de alguien importante y no de alguien como él. Un caballero con título y fortuna tal vez, no un simple labriego.
   Se sentó bajo un árbol y se quedó allí un rato, luchando con sus sentimientos. Rosemund Van Garrett ocupaba sus pensamientos noche y día; la veía en sus sueños, sentía su aroma y la imaginaba caminando por su casa. Aunque quería olvidarla, no podía; ella lo tenía atrapado y solo ignorándola creía que podría tolerarla hasta que regresara a Londres.
   Al alzar sus ojos al cielo, William se dio cuenta de que había pasado horas sumido en sus pensamientos. La soledad y el silencio habían sido sus compañeros, pero ya era tiempo de regresar a la realidad.
   Se puso de pie, sacudiendo la hierba de su ropa. Tenía que dejar de lado sus sueños y enfocarse en lo que podía controlar. Las labores del día lo esperaban, y las mujeres necesitaban su ayuda, por lo que emprendió el camino de regreso a casa e hizo un alto en el granero para recoger provisiones de trigo y avena.
   Después de pasar horas caminando, aproximadamente cerca de las dos de la tarde, sus pies se escucharon pisar la tierra húmeda cercana a la cabaña.
Llevando a cuestas dos cajas cargadas, entró con dificultad a la casa y las colocó cerca de la mesa, pero una vez que recuperó el aliento, notó que la planta baja estaba vacía haciendo cada vez más evidente un silencio incómodo.

"Si tan solo quieres, ámame"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora