6. El intruso

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Después de lo sucedido, Kuroka no pudo dormir bien el resto de la noche.

Pese a que había logrado relajarse, ahora sentía incluso más preocupaciones que antes. Para cuando salió el sol y se hizo un nuevo día en Hoytt, Kuroka supo que ya no podía aplazar más su situación. No tenía mucho apetito así que tuvo un desayuno ligero. Pudo ver a Renku en algún momento, y aunque sus miradas se cruzaron algunas veces, no se dirigieron la palabra ni compartieron más que un saludo a la distancia.

Al mediodía, Kuroka decidió que era momento de partir. Pagó una cifra adicional por haber usado la piscina y se despidió cordialmente de la señora Melinda; en ese momento notó que Renku ya no estaba por ahí. Hubiera querido tener una última conversación con el chico antes de volver a casa. Con cierto malestar, terminó por pedirle a la dueña de la posada que le dejara un mensaje:

—Dígale que... lamento todas las molestias.

No se quedó para explicar a que se refería, y sin decir más, volvió a las calles de su ciudad; una ciudad que a simple vista era siempre brillante y animada. Le costaba creer que debajo de todo eso había gente que moría de hambre y enfermedad. Quería creer que Renku se equivocaba, pero algo en su corazón le decía que en lo más profundo de Hoytt la gente sufría de formas que nunca habría podido imaginar.

Pensó en la posibilidad de, tal vez, visitar los barrios bajos y confirmarlo con sus propios ojos.

Pero de pronto, una voz familiar a sus espaldas le llamó la atención. Al voltear se encontró a alguien que no esperaba ver en esos días. Se trataba de un hombre mayor, quien aunque rozaba la vejez mantenía una postura serena e imponente. Tenía el cabello canoso peinado hacia atrás y una barba en forma de candado que decoraba su rostro. Vestía un uniforme militar negro y azul, con dos espadas colgando desde su cintura.

El hombre sonrió cuando sus miradas se encontraron.

— ¿General Zen? —soltó Kuroka, inclinándose rápidamente para mostrar respeto—. No esperaba verlo por aquí en estas fechas... ¿hace cuánto...?

—Acabo de llegar... y por favor, no seas tan formal. Dada tu posición, yo soy quien debería inclinarse ante ti.

El general Zen era un alto mando perteneciente a la guardia real, siendo además un veterano muy experimentado y con muchas relaciones en distintas ramas del ejército de Sacrath. Aun así, tenía una relación amistosa con Kuroka, a quien conocía desde su niñez. Aquel hombre siempre podía animar al noble, fuera el momento que fuera, pues cada vez que estaba de visita lo sorprendía con algún obsequio, y lo maravillaba con historias del mundo más allá de los muros de Hoytt. Eso alimentaba su deseo de salir de la ciudad, por lo que desde joven solía pedirle muchas veces que lo dejara acompañarlo en alguno de sus viajes; por desgracia, sin el permiso de su padre no podía salir incluso si Zen estaba de acuerdo.

Lo que es más, Zen incluso tenía buenas relaciones con la orden de los erradicadores imperiales, quienes actuaban de forma casi independiente del ejército y se mantenían ocultos a la vista del ciudadano común. Para muchos, aquella orden era una leyenda urbana, y sus miembros, que abandonaban sus nombres y ocultaban sus identidades, eran conocidos por pocos. Debido a eso, Zen también contó muchas historias que involucraban a algún erradicador imperial, y las historias sobre el conocido como Kurogami fueron especialmente conmovedoras para Kuroka.

Luego de saludarse, ambos se dirigieron hacia una banqueta para conversar más calmadamente, después de todo, Zen se había escabullido de su escolta para tener un momento para despejarse del trabajo.

—No luces del todo bien —mencionó el hombre—, ¿te aprieta mucho la faja? Ya te he dicho que deberías dejarlo.

—Por favor, sabe que no quiero tocar ese tema... además, no es eso.

Kurogami. Vol# 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora