— ¡Ay! —exclamó la niña al sentir ardor en una de sus heridas.
— ¡Perdón!, trataré de ser más cuidadoso —dijo Kuroka—. Avísame si te duele mucho, ¿sí?
La pequeña asintió tímidamente. Kuroka se avergonzó por su brusquedad, pues no quería asustar a la niña ahora que parecía haberse calmado. Aquella chiquilla pareció estar en un pequeño trance luego de que la salvaran, y sólo reaccionó unos veinte minutos después.
Por petición de Renku, Kuroka se encontraba a orillas del río lavando las heridas y suciedad de la niña. Por fortuna no tenía cortes muy profundos o que pusieran en riesgo su salud. La mayor parte de la sangre encima suyo al parecer no era suya, y su ropa rasgada daba una percepción peor de lo que en realidad era su estado. Unos minutos después, la niña ya estaba lo más limpia que podía estar en esas condiciones, y ahora Kuroka la estaba vistiendo con unas mantas que ella guardaba para el viaje; era algo grande, pero servía.
En el tiempo que estuvieron juntas, Kuroka logró averiguar un par de cosas sobre la niña, quien pudo abrirse un poco y responder las preguntas. Su nombre era Kururu, tenía nueve años de edad y venía de una modesta familia plebeya. Sólo eran ella y sus padres viajando en una caravana junto a otros turistas. Provenían de la ciudad de Inglidh, y ahora estaban volviendo a su hogar luego de un corto viaje a Hoytt.
Kururu no fue capaz de dar muchos detalles de lo sucedido, pero no fue necesario; Kuroka pudo deducir más o menos qué había pasado con lo poco que escuchó. Al parecer, la caravana fue repentinamente emboscada por un grupo de bandidos, quienes asaltaron y asesinaron a todo aquel que opuso resistencia, entre ellos los padres de Kururu. La niña, entre todo el caos, pudo pasar desapercibida entre los cadáveres, quedando inconsciente antes de que todo terminara.
Según Renku, los osos pelirrojos, pese a su apariencia, son animales más carroñeros que cazadores, así que debió verse atraído por la peste a sangre, encontrándose con Kururu.
—Lamento mucho lo que te pasó, sé que debe ser duro —murmuró Kuroka, secando el cabello de la niña con un trapo—. Entiendo lo que se siente estar solo, pero ahora estás conmigo y con mi maestro, y no dejaremos que nada malo te pase, ¿sí?
Kuroka le sonrió tras decir eso, a lo que la niña respondió bajando la mirada y asintiendo suavemente. Ese comportamiento le hizo recordar de cierta forma a ella misma cuando era pequeña. Sus situaciones eran muy diferentes, pero aquella imagen melancólica y cargada de pena le recordaba bastante a la cara que ella solía poner en su infancia, bajo el techo de los Shizaku. No estuvo segura de qué hacer o decirle para animarla más, hasta que recordó a su madre, quien solía estar con ella y animarla siempre que lo necesitaba.
Armándose de valor y siguiendo el ejemplo de su difunta madre, Kuroka levantó con suavidad el rostro de la niña, usó su dedo para limpiarle la mejilla y, con la otra mano, acarició suavemente su cabello.
—Eres una niña muy bonita —le dijo, ofreciendo la mejor sonrisa que pudo—. Eres muy valiente y especial, y por muy terrible que sea, no es el final. Te prometo que todo estará bien.
Kururu, con los ojos bien abiertos, pareció sonrojarse con esas palabras. Volvió a bajar la mirada, pero esta vez Kuroka pudo notar una leve sonrisa en sus pequeños labios.
—Usted también es muy bonita, señorita.
Kuroka también se ruborizó al oír eso, pero no trató de no demostrarlo.
—Puedes llamarme por mi nombre si quieres. Soy Kuroka —dijo, a lo que niña asintió—. El chico que está conmigo se llama Renku... y ahora que lo pienso, creo que está tardando bastante. Espero que no le haya pasado nada.
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Kurogami. Vol# 1
FantasyCuando los dos grandes países del continente oriental se unieran bajo una sola bandera nació el imperio de Sacrath: un país rico en variedad de culturas, razas y sociedades que lograron coexistir. En este mundo seguimos a Renku, un joven vagabundo q...