22. El valor de una vida

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Tomoro sabía que cuando sus oponentes tenían la mirada perdida y comenzaban a retroceder en lugar de luchar, era porque el terror había invadido sus corazones. Pese a su apariencia imponente siempre había alguien con el valor de plantarle cara, pero no pasaba mucho hasta que la realidad los golpeaba y se daban cuenta de que no había nada que pudieran hacer. Eso se había repetido un sinfín de veces y el resultado no cambiaba.

Siempre era él quien observaba entre risas como sus oponentes se derrumbaban. Pero esta vez era diferente. No tardó en darse cuenta de que esta vez era él quien estaba retrocediendo.

Su vista se había dividido en dos; en un lado había oscuridad, y en el otro estaba aquel que había provocado esa oscuridad.

Empapado en sangre y con heridas de pies a cabeza, ese muchacho lo había hecho sentir dolor... un auténtico dolor que era completamente nuevo para él. Nunca en su vida había llegado a sangrar tanto, y cuando retiró su mano de su cuenca vacía y notó que la sangre no dejaba de brotar, sintió miedo por primera vez en su vida.

Ese miedo se convirtió en pánico cuando el responsable, con ojos fríos, comenzó a acercarse. Ante eso cayó contra sus nalgas en el suelo y empezó a retroceder.

Cuando Kuro lo notó supo que su plan salió a la perfección. Intuyó que era poco probable que alguien tan fuerte y resistente como Tomoro hubiera sido severamente lastimado alguna vez, y por ello no estaría acostumbrado a ese tipo de dolor. Por ello supo que tenía que hacerlo sangrar y cortarlo no sería suficiente, pues su espada apenas podría penetrar su piel. La herida debía ser profunda y precisa. De todas sus opciones decidió que debía apuntar a la zona blanda que, sin importar la fuerza física, todos los hombres compartían.

Tras arrancarle su ojo Tomoro perdió el espíritu que tanto lo hizo desear luchar.

— ¿Qué sucede, Tomoro? —escuchó decir a Kuro—. ¿Tienes miedo?

Esas palabras retumbaron en su cabeza, y mientras más las repetía más fuerte parecían sonar. En medio de su pánico, el jefe de los bandidos alzó la voz.

— ¡ATAQUEN!

Sus subordinados voltearon a verlo y todos compartieron la misma expresión de asombro.

— ¿A-atacarlo? —dijo uno—. P-pero... usted dijo que...

— ¡MÁTENLO! ¡AHORA!

Ya lo tengo, pensó Kuro. El pánico se había apoderado de él, y sin duda enfrentarlo sería mucho más sencillo. Los demás bandidos parecieron dudar ante esa orden, pero no tardaron en posicionarse para resguardar a su líder. Eran al menos diez; algunos temblaban y otros aún no terminaban de desenvainar sus armas. Eso sería una ventaja, pero Kuro no estaba del todo recuperado. Era cuestión de tiempo para terminar desplomándose por el cansancio y dolor.

Debía ser inteligente al atacar y preciso en cada uno de sus movimientos. No podía darse el lujo de perder energía en vano, ni tampoco podía malgastar tiempo enfrentando a los esbirros de Tomoro. El gigante era la única prioridad; con él fuera del camino ya no importaría si se desplomaba y el resto de los bandidos le daban el golpe de gracia.

El verdadero peligro era Tomoro, y sin él los bandidos no eran más que polillas las cuales habían perdido su luz guía. Una vez muerto la villa estaría a salvo. Eso era lo único que importaba.

Son doce en el camino, pero están asustados. Si tomo la iniciativa se tardarán en reaccionar... puedo abrirme paso sin preocuparme por dar un golpe fatal. Sólo debo avanzar. Seis metros hasta Tomoro, diez hasta Ciel... una oportunidad.

El plan estaba hecho, el resto era actuar.

Kuro volvió a empuñar su espada y corrió hasta los bandidos. Como intuyó, ellos no estaban preparados para esa carrera; algunos incluso retrocedieron por la impresión. Eso creó las aberturas que Kuro necesitaba para alcanzar a su objetivo.

Kurogami. Vol# 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora