8. Kuro

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Ante esas palabras, se hizo el silencio en el patio de la casa de los Shizaku. Solamente pudo escucharse el sonido de la pequeña púa de hielo cortando del aire, y el grito cargado de furia del joven intruso.

— ¡BASTARDO! —gritó Renku, con todas las fuerzas que su cuerpo le permitió.

El chico en tan sólo un instante se dio cuenta de lo que las palabras del anciano significaban. Supo que si Kuroka no se movía, iba a morir. Apretando los dientes para aguantar el dolor, Renku logró ponerse de pie y empujar a Kuroka a tiempo, quitándola de la trayectoria de la púa de hielo.

— ¡Cuidado! —exclamó él.

Por desgracia, sólo Kuroka había salido del rango de fuego. Renku no.

La púa voló tan rápido que pocos pudieron seguirlo con la mirada a medida que se acercaba a Renku.

Tras poco menos de un segundo, la púa impactó con su objetivo, empujando la cabeza del muchacho hacia atrás.

Kuroka soltó un grito ahogado cuando recuperó sus sentidos y vio el movimiento que hizo Renku. A la vista de cualquier persona, resultaba claro que la púa de hielo había impactado su rostro, y que lo que seguía era la caída de su cuerpo sin vida. No obstante, resultó una sorpresa cuando Renku, como si tan solo hubiera recibido un empujón, se reincorporaba y recuperaba el equilibrio para encarar nuevamente a Kunoth.

—I-increíble... —murmuró Kuroka, cuando se dio cuenta que, en el momento exacto, Renku había atrapado la púa con sus dientes.

Cuando recuperó el equilibrio, Renku escupió la púa y se dispuso a recoger su espada para poder defenderse. Por desgracia, su dosis de energía reservada se acabó tan rápido como apareció. Sin poder aguantar su propio peso, Renku cayó de rodillas, gruñendo de dolor.

— ¡Mendigo! —exclamó Kuroka, acercándose al muchacho y arrodillándose a su lado—. Lo lamento mucho... no creí que él fuera capaz de...

—No te disculpes... no hiciste nada malo —jadeó Renku, observándola de reojo y esbozando una sonrisa.

A pesar del enorme dolor y cansancio, Renku se esforzó para intentar calmar a Kuroka, quien parecía estar a punto de ser superada por sus emociones. Era claro que había puesto toda su confianza en lo que acababa de hacer, nunca pudo haber imaginado que su padre incluso sería capaz de atacarla. Luego de eso, Kuroka ya no sabía qué más podía hacer no sólo para ayudar a Renku, sino para salvarse a sí misma también.

Cuando ambos alzaron la mirada, vieron como Kunoth preparaba otra púa, sin importarle que el disparo anterior hubiera fallado. Estaba más que claro que el anciano atacaría incluso si Kuroka se interponía nuevamente.

¡Maldición...!, se quejó Renku, apretando los dientes con fuerza. Caer de esta forma después de todo... el maestro seguramente me regañaría y luego le escupiría a mi tumba... si es que llegara a visitarla...

Renku usó su cuerpo para empujar levemente a Kuroka, indicándole con discreción que se alejara de él. Así cabía la posibilidad de que la perdonaran y su castigo fuera menor; no tenía por qué poner su vida en riesgo, si se mantenía al margen era posible que pudiera salvarse.

Sin embargo, ella no se movió. Solamente apretó los puños contra el suelo, sin despegar la mirada de encima de su padre.

Esa clase de lealtad era admirable, pero usarla con alguien como Renku era solo un desperdicio. Kuroka demostró ser una persona bastante compasiva y fiel a sus palabras; ese tipo de valores eran algo que no había visto en muchos lugares. Le dolía que él, quien ya se habría rendido de no ser porque Kuroka intervino, fuera quien recibiera la bondad de esa chica.

Kurogami. Vol# 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora