Capítulo 14.

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2024

Donaueschingen, Alemania.

Sábado, 22 de junio.

— La última vez que estuvimos en un coche...

— ¿Estás seguro de que quieres hablar de la última vez que estuvimos en un coche? Porque yo no es que quiera recordar todo eso.

— Aquí seguimos después de tanto tiempo.

— No seguimos aquí, Robin, volvemos a estar aquí. — Lidia le hace un gesto a la bolsa en la que están guardados todos los regalos que el chico le ha ido dando esos días, no eran tantos visto con perspectiva, pero a la rubia le habían parecido demasiados. — Cuando quieras, ¿querías que te escuchase? A eso he venido. Habla.

— La verdad es que nunca pensé que fueras a acceder a esto. — El moreno suspira colocando la bolsa sobre sus piernas. — ¿Has traído una flor? — El chico sonríe levantando el pequeño girasol, Lidia observa ese gesto y se le aprieta el corazón, no puede ser tan débil.

— Nadie más sabe que me gustan los girasoles tanto, Robin, y te lo dije una vez, ¿cómo demonios te sigues acordando de eso?

— Porque te presto atención cada vez que hablas... — Murmulla colocando la flor en el salpicadero del coche. — ¿Estás enfadada por eso? ¿Porque te presté atención todo el tiempo que...?

— Estoy... — No sabe a quién engañar, no está enfadada, no con Robin al menos. Tiene un nudo en la garganta que se aprieta cada vez más. — Da igual.

Robin inspira profundamente, sabe que no tiene nada que decirle porque ella tampoco le ha dado pie a eso, decide sacar el siguiente regalo, el chico sonríe.

— ¿Te has enfadado por la camiseta? A mi me parece un muy buen regalo... — La deja en la bolsa casi al instante, a esperas de que ella diga algo.

— No estoy enfadada, Robin, ¿no te parece demasiado pretencioso? — Pregunta ella jugueteando con sus dedos nerviosa. — No somos nada, ¿qué intentabas?

— No me parecía tan difícil de entender, Lid... — Dice su apodo con algo de miedo, entrecierra los ojos al ver que no le dice absolutamente nada. — Quiero que lleves mi camiseta, sólo la mía, ninguna te va a quedar tan bien.

— Es igual que la de Ferran.

— No es igual, porque yo te... — Los dos se miran fijamente, Lidia alza una ceja, expectante, no puede decírselo. — Da igual, Lid, ¿qué quieres que te diga? ¿Qué estoy enamorado de ti? Enhorabuena, cariño, has descubierto América. — Robin resopla y saca el libro. — ¿Te molesta que me acuerde de que Victor Hugo es tu escritor favorito? ¿O te molesta que sea yo quien recuerda todas estas cosas, que no son difíciles de recordar, y no tu perfecto novio? — Saca las fotos, al borde de perder los papeles. — Somos esto, Lid, los dos críos que se besaron en un fuerte abandonado y ruinoso de una península de la bretaña francesa en unas vacaciones con mis padres, los que se hicieron las fotos más clichés de la historia besándose en un fotomatón... Somos todas las horas que hemos echado juntos en tu habitación del internado haciendo nada y siéndolo todo. ¿Qué quieres que haga, Lidia? Ya te lo he dicho, asegúrame que estás bien y que te cuida cómo te lo mereces, hazlo, y cuando lo puedas hacer, seré yo el que me vaya de tu vida sin hacer ruido, como la primera vez.

Robin abre la puerta del coche y sale del vehículo, Lidia no recuerda haberlo visto tan perdido nunca. La chica suspira y mira cómo llega a hasta el capó del coche, dónde se para. La rubia sale del coche y se para a su lado, en silencio.

— Esto no puede seguir así. — A ninguno de los dos le sorprende que sea él quién hable. — Lidia, yo no quiero seguir así. Porque sé que no estás bien, y sé que no te cuida cómo te mereces, y...

— Lo sé, joder, claro que lo sé. — La chica suspira. — Sólo quiero saber si es porque... ¿Robin por qué quieres estar conmigo si lo hago todo tan difícil? — El francés ríe levantando la mirada hacia el cielo azul del pueblo alemán.

— Ay, Lid, me encantaría explicártelo, pero tendría que empezar por entenderlo, y no alcanzo a entender que parte de todo tu mal humor es lo que me hace querer tenerte a mi lado siempre.

— No tengo siempre mal humor... — El francés ríe pasando una mano por sus hombros, la acerca a él y suspira.

— Si quieres ese espacio de verdad, te lo daré. Quiero esperarte, Lid, porque creo que nos merecemos una segunda oportunidad. — Ella suspira y asiente.

— ¿Y si no es el momento? — Robin ríe mirándola a los ojos, ambos los tienen brillantes.

— Cariño, ¿cómo no va a ser el momento? Llamaste a otro por mi nombre mientras te comía el...

— Ya vale. — Lo corta la chica roja cómo un tomate, Robin le acaricia la mejilla mientras se siguen mirando.

— Que sepas que me pone mucho saber que pensabas en mi. — Lidia traga saliva, y escucha cómo baja por la garganta.

— ¿Ah si? — Pregunta la rubia con una ceja alzada. — Eso es de un perturbado, Robin.

— He estado con muchas chicas después de ti, Lid, y todo el tiempo me vienes a la cabeza. Por eso me gusta saber que pensaste en mí, porque al menos... — El chico ríe. — Si es que tenías siempre razón, soy un gilipollas.

— Al menos me alegra que lo admitas. — Lidia no lo toca, porque sabe que rozar alguna parte de su piel por voluntad propia desencadenaría demasiadas cosas.

— ¿Puedo hacerte una pregunta más? Luego te prometo que no te vuelvo a mandar nada, ni a acercarme a ti, ni a hacer nada que tú no quieras. — Lidia asiente. — ¿Por qué no le dejas que te llame Lid, Lid?

— Porque no eres tú, Robin. — Susurra ella mordiéndose el interior de su mejilla. — No soporto cómo se escucha con la voz de otras personas, y no soporto lo mucho que me recuerda a ti. Y me he tirado ocho años de mi vida olvidándome de ti, cómo para que ahora Ferran, en cuatro, quiera deshacer todo mi progreso. — Cuando está nerviosa habla demasiado, y los dos lo saben. — Pero claro, llega el niño bonito. — Lidia se pone de puntillas, cerca de su cara, no lo hace a propósito pero las manos de Robin ya rodean su cintura con posesividad. — Y se entera de que me acuerdo de él en la cama. — Podrían besarse si ella quisiera, y si Robin no tuviese dos dedos de frente quizás lo intentaría. — Y de repente es el mejor chico del mundo, super detallista, super interesado y super... — Con cada super que dice, Lidia se va acercando un poco más al rostro del francés.

— ¿Y super qué, Lid? — Su voz ronca eriza la piel de la rubia, la cual siente un cosquilleo entre sus labios al notar el aliento del chico.

— Y super gilipollas. — Sentencia la rubia con el mismo tono grave que el chico.

— ¿Ah sí? — Pregunta él, bajando conscientemente la mano desde su cintura hacia su espalda baja.

Hace presión en esa zona para que los cuerpos de ambos se rocen sobre la tela, Lidia abre la boca por la sorpresa que le genera el gesto.

— Hasta que no lo dejes con Ferran, no pienso volver a acercarme a menos de medio kilómetro de ti. — Susurra el defensa observando los labios enrojecidos de la chica, perfectos para besarla.

— ¿Y si no lo dejo nunca? — Pregunta con un hilo de voz, Robin sonríe y se acerca un poco más a ella.

— Si no lo hago es porque no quiero que cargues con una infidelidad, Lid, no porque no quiera besarte.

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fatal, gracias

eighteen • Robin Le NormandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora