Capítulo 19.

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2024.

Bad Lippspringe, Alemania.

Martes, 2 de julio.

La imagen que tiene delante parece completamente irreal. Más aún por la presencia de todas las personas que están en ese momento en el jardín.

Robin Le Normand estaba tocando el piano, delante de ella.

De todos los años que lo había conocido, nunca había sucedido eso. Sí que había visto a Théo tocando el piano, varias veces, alguna que otra lo había acompañado a recitales cómo la novia trofeo que Théo le dijo que quería que fuera. Pero nunca al mayor. Lo había escuchado tras las paredes de la casa familiar de los Le Normand, pero poco más.

— No pienso bajar. — Murmulla desde la ventana.

El chico observa sus ojos grises en la distancia, iluminados por la luz del atardecer. Robin suspira levantándose del banco del piano y mira en dirección a los tres amigos de la rubia.

— ¿Cuál es?

— La 760.

— Gracias.

No espera ni un minuto para meterse en el interior del resort y subir en dirección a la segunda planta. Escucha su respiración agitada sobre el silencio del pasillo, rítmico por sus pasos.

No está cansado, pero siente que se le va a salir el corazón por la boca. Lidia lo busca con la mirada, pero rápidamente se percata de lo que está haciendo.

Va a ir a buscarla.

El moreno se para en la puerta de la chica, que observa la madera desde el interior con los labios apretados. Cierra a sus espaldas la ventana, y las cortinas, aún siendo consciente de que las paredes son de papel.

Robin se mantiene mirando el pomo de la puerta, ¿llama? ¿Entra? Todas las dudas que nunca había tenido se le aparecen de repente.

De nuevo, la misma canción que estaba tocando el chico vuelve a sonar. Lidia se queda paralizada, la ligereza con la que suena le sirve para saber que se trata de Théo.

Y que probablemente quiera darles esa intimidad que necesitan.

Robin cierra los ojos en el pasillo, agarra el pomo de la puerta y empuja hacia dentro sin llamar. Lidia sigue quieta, sin ser capaz de moverse.

Observa la figura de 1,87 entrar en silencio, buscándola con la mirada castaña. Lidia humedece sus labios, y traga saliva.

— Tenía preparada otra sorpresa, pero en vista de que no ibas a bajar le he dicho a los chicos que la recogiesen.

— ¿Qué sorpresa?

— Ibamos a volver a ver Mouline Rouge, sin público añadido, pero por cambiar el recuerdo que tenías de ese autocine. — La chica siente su estómago apretado. — No nos desviemos del tema, estás soltera. — Lidia asiente, observando cómo el chico se acerca despacio hacia ella. — ¿Y cómo estás?

La rubia se encoge de hombros, ha pasado el duelo durante la parte final de su relación y es plenamente consciente de ello. Le sorprende y agradece la distancia que el chico mantiene entre los dos, y la calma con la que están llevando la situación.

— Supongo que bien, no sé, sabía que no iba a durar demasiado. Ya me parecía mucho tiempo. — Robin frunce el ceño mirándola desde la distancia, la chica se sienta en la cama y le hace un gesto. — Nunca te he hablado de mis padres, ¿verdad? — El francés niega, acercándose con lentitud. — Mejor.

— ¿Cómo estás, Lid? — Insiste el defensa.

— Bien, de verdad, sabía que esto iba a pasar más pronto que tarde. Ferran y yo... supongo que no tenía mucho futuro. Él quería, no sé, alargar esto sin... — No sabe qué decir, porque nunca le han enseñado a hablar de sus sentimientos.

Por mucho que de pequeña fuera una niña sin pelos en la lengua, cuando se trataba de mencionar sus sentimientos siempre vuelve a su cabeza lo molesta que era por querer atención de su familia.

— ¿Por qué has mencionado a tus padres? — Lidia suspira y agacha la mirada, el chico se mueve en un movimiento rápido hasta llegar al lado de ella.

No se sienta a su lado, pero se acuclilla frente a su cuerpo y posa sus manos en sus rodillas. Está ahí, y ambos lo saben.

— Me dieron en adopción poco antes de cumplir los diez años. — Robin siente un escalofrío recorrer su espina dorsal. — No sé cómo acabé en una familia de acogida que acabó decidiendo, con financiación del estado, que yo acabase yendo a un internado de Francia. Mis padres repetían constantemente que yo era... — Lidia ríe amargamente, ese sonido eriza la piel del futbolista de la peor forma posible. — Que nunca me querrían porque nunca los dejaba hablar, siempre quería ser el centro de atención y siempre había cosas más importantes a las que prestar atención en casa. No era un mal hogar, tienen, o bueno, tenían un piso en la zona cara de Santander. — La chica suspira y niega. — Mi madre era modelo, la recuerdo siempre con comidas poco apetecibles y que rozaban lo insano, mi padre era periodista, le encantaba la política.

Robin la escucha en silencio, Lidia lo mira esperando que diga algo, pero la falta de comentarios no hace más que ponerla nerviosa, y hacer que siga hablando.

— En el internado hacía todas esas cosas porque quería llamar la atención, pero nadie me echaba la bronca, excepto tú cuando nos pillabas. — Lidia ríe suspirando.

— Nunca se me dio mal eso de ser hermano mayor.

— Bueno... — La chica ríe, esta vez de verdad. — El caso es que... nunca han vuelto a querer saber nada de su hija, y mira que yo no me fui muy lejos cuando me acogieron. La familia que me acogió también tenía más chicos, ellos se hacían cargo de nuestros gastos mientras que, con ayudas, financiaban nuestra educación.

— O sea, ¿acabaste en Francia cómo podías haber acabado en Irlanda? — Lidia asiente buscando la mano de Robin, que la acaricia sin darle demasiadas vueltas. — ¿Y por qué me cuentas esto?

— Pues...

La frase queda en el aire y los ojos de la rubia bajan hasta sus piernas, el defensa espera una continuación que, a cada minuto que pasa, ve menos probable tener.

— Da igual, Lid. — El chico se levanta y la agarra de la mano, tira de ella hasta que la pone en pie. — Ven aquí.

La abraza con cariño, con la fuerza exacta que sabe que necesita. Lidia recuesta la cabeza en su pecho y suspira, ni una sola lágrima.

— ¿No vas a decirme nada de que debería estar ya contigo o este rollito insistente con el que llevas dos semanas ya se te ha pasado?

— Cariño. — El chico pasa una mano por su pelo y la deja en su nuca, enredada. — Me encantaría hacer tantas cosas contigo... Pero no es el momento. — Besa la frente de la chica con una sonrisa, tira de su pelo hacia atrás levantándole la cabeza; Robin se percata de que con ese gesto, ella ya tiene sus labios entreabiertos.

— ¿Cómo que no?

— Yo sé que no tienes tu corazón roto por dejarlo con Ferran, pero sé que hoy no estás bien, y no voy a ser tu sexo de consolación.

— Me debes una después de dejarme tirada después del autocine. — Robin se acerca un poco a ella, lo suficiente para que sus alientos se entremezclen.

— Y tú me debes una por todo el autocontrol que he demostrado desde que me enteré de que llamaste a Ferran por mi nombre.

— A ti no te debo nada. — Un tirón un poco más fuerte, Lidia nota su corazón latir en su garganta y la respiración demasiado pesada.

— ¿Ah no? — Ella niega, el chico roza sus bocas, él tiene el control, el beso no llega a nada por mucho que ella lo intente. — Nos debemos ocho años, Lid, porque fui gilipollas, acuérdate de eso.

El corazón de la chica se rompió al escucharlo, pero cómo ya estaba roto de antes, esa frase sólo supone un reto más para ella.

eighteen • Robin Le NormandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora