S de ser miserable

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—Han pasado tus días.

—Lo hicieron.

— ¿Sigues enojada conmigo?

—No, fueron las hormonas.

Si digo lo que en realidad pienso, sería yo en el lugar de esa mujer. En mi mente se reproduce la grotesca escena.

—Disculpa aceptada, amada.

Odio con fervor su tono cálido que me hace suspirar como una tonta, él es todo lo que debo de odiar no amar.

— Que bueno que lo haces...

—Tengo un contrato que quiero que tengas.

Dios no, por el ángel que no sea lo que estoy pensando.

— ¿Contrato?

—Si, es el contrato para mis compañeros —el entusiasmo en su voz, es como una puñalada.

—Ya, quieres que lo lea o algo por el estilo.

—No es necesario, solo quiero que veas que ya lo firme.

Me tiende los papeles, no había notado que estaban con él, porque toda mi concentración estaba en su cara.  Los he tomado, escaneo el documento pasando las hojas con calma. Es demasiado específico.

—Es lo suficientemente bueno.

—No hay razón para que no lo sea.

— ¿Los tengo que llevar conmigo?

—Si, tendrás al menos tres copias contigo en todo momento.

— ¿Qué pasa si alguien lo nota?

—Sera tu problema amada, desde hace un tiempo es tu responsabilidad.

Cabron. Disfruta haciéndome pasar malos ratos.

—Y si no puedo hacer esto.

—Vas a poder amada, lo tienes en ti.

Le regreso los documentos, cuando veo su firma prolija en el final de las hojas. Las náuseas me invaden, la miseria me llena.

—Amada, noto que estás un tanto triste. ¿Quieres hablar de ello?

—No, es que me siento un poco cansada.

—No me mientas—el rico tono en su voz, envía escalofríos que me bajan por la columna.

—No quiero acabar como esa mujer—le suelto lo que me angustia. Si le miento las consecuencias no me van a gustar.

—Amada, no va a suceder. No seas tontita nena.

—Eso...bueno yo no...es decir...

—Termina las oraciones amada, una dama en tu posición no debería de dudar tanto—me amonesta con ese cariño empalagoso suyo.

—No quiero que dejes de amarme. —eso es lo que tengo que decir, aguanta, no seas tonta. Dale lo que quiere...y lo que deseas...no, ya dije que no...por favor, te aterra perder su amor...mentira, no quiero morir eso es todo...falso, eso es falso.

Su sonrisa, ahoga todo lo demás en segundos estoy en sus brazos.

—Te amo. Eres mi preciosa esposa, mi amada. Jamás dejaré de sentirme así. —la miel en su voz, acelera mi corazón. Las palmas de mis manos sudan.

—Te amo. —le susurro escondida en su pecho, aspirando su perfume.

—Toca, escucha lo que mi corazón te dice.—los latidos de su corazón se disparan, él también está inhalado mi perfume.

Siento como camina conmigo en brazos, directamente a la cama.

—S de ser miserable. Porque la miseria me invade si no tengo tu amor. —le digo en un intento de convencerle, necesito que crea en mis sentimientos.

—Mi amor lo tienes, mi cuerpo, mi alma, todo lo que soy y seré.

...

Estoy a la deriva, mi cuerpo entrelazado al suyo, saber que está en mi interior. Esta noche no me han cogido como un animal, no le he sacado la mierda a golpes. Me hizo el amor con pasión, mi alma lloraba, el dolor de saberme suya. Estaba intranquila, su ternura, su suavidad y la sensualidad con la que me trató fue una bola de demolición.
Mis musculos internos se aprietan, su falo parece estar en su hogar, le escucho suspirar y moverse.

—Mmm te sientes celestial.—habla ronco. La bilis quiere subirme por la garganta, porque suena como sexo crudo, sexo alucinante.

—Te sientes enorme —le aprieto, ahogando una exclamación, ante las sensaciones.

—Te gusta. —murmura—amas que este aquí, contigo. Dentro tuyo. —me da una embestida perezosa.

Mi boca se abre, no sale sonido alguno, no está haciendo más que eso, dejarme sentirle. Disfrutando de su calor.

ABC del controlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora