30 - La Feria del Diablo

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A lo largo de su vida, Joel fue aprendiendo que, tras un abrazo, un mundo de palabras e intenciones se manifestaba entre el silencio y la acción

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A lo largo de su vida, Joel fue aprendiendo que, tras un abrazo, un mundo de palabras e intenciones se manifestaba entre el silencio y la acción.

La preocupación, protección, alegría y cariño. Memorias, perdón, y gratitud, eran los sentimientos y emociones que, hasta entonces, fue brindando con ese simple y necesario gesto que el ser humano poseía para decir aquello que no podía expresar en palabras,

Sin embargo, después de esa tarde rojiza y difusa, Joel descubrió que el temor, la desconfianza, la manipulación y la traición, también eran capaces de esconderse en una acción tan humana y piadosa como esa.

Y el, en su inocencia, firmó un pacto en blanco con ese simple abrazo, ante el cual, decidió cerrar sus ojos grises para no ser herido por la terrible verdad que, hasta entonces, presa de engaños, estuvo ignorando.

Ariel, ese niño ácido como un limón, que, ante él, demostraba ser de un carácter dulce dentro de sus caprichos, de repente, se transformó en otra persona; retirando de su tez, capas de piel que se llevaron consigo todo vestigio de esa dulce amistad, sostenida hasta entonces, en las manos de un extraño.

Los cambios en su amistad no se hicieron esperar. Afectando en un inicio, las amadas excursiones de Joel, las cuales, dieron un abrupto fin gracias a Ariel. Éste, repentinamente, mostraba deseos de conocer una zona en específico de Montesinos y de la que todos, parecían hablar.

La zona se ubicaba en las orillas.

Un área básicamente abandonada por la colonización del pueblo, que dejó esa zona destinada a un pequeño deshuesadero, ubicado frente a un muro de piedra que se extendía a lo largo, marcando con su imponente imagen, el límite de Montesinos.

Ahí, junto al deshuesadero, se divisaban algunos lotes baldíos, siendo la siguiente finca visible, una fila de bodegas que se rentaban cada cierto tiempo.

A los ojos de Joel, era un lugar indeseable; carente de calidez humana y belleza. Además, llegar a ese sitio fue una tortura para ambos.

Caminar sobre el duro suelo era mucho más cansado que rondar por el suave manto que la tierra del bosque ofrecía a sus pies ligeros. Además, la falta de árboles que tenían esas calles, convertía su andar en un horrible castigo visual y sensorial.

Nada en ese "paseo", por llamarlo de algún modo, resultó cómodo para el moreno que, al ver el largo callejón al que se adentrarían, tomó aire y tragó saliva. Llegar a la "Tienda del diablo'', esa de la que tanto le hablaba Ariel, le estaba resultando cada vez más tedioso.

No podía comprender como fue que cambiaron los senderos frescos; sinuosos, salvajes pero piadosos que les ofrecía aquel bello y verde reino de gigantes sabios, por ese horrible infierno caluroso, austero, gris y despiadado.

Por instinto, Joel buscó la mano de Ariel. Esa mano que había sostenido muchas veces en el pasado, para tranquilizarse.

   —¿Qué haces? —le preguntó Ariel, alejando su mano como si le hubiese caído una olla llena de aceite hirviendo—, aquí no podemos hacer eso, Joel. ¿Estás loco? ¿Quieres que nos tachen de maricas?

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