Morbius escarbaba un agujero.
Gotas de sudor escurrían por su frente, deslizándose por la curvatura de su nariz hasta caer al vacío y fundirse en la tierra bajo sus pies. El sol de la mañana brotaba sobre sus cabezas, iluminando con su halo naranja el resto del valle; silencioso e imponente. Sin embargo, la zona donde estaban ubicados, permanecía en tinieblas; gracias al muro de piedra y musgo, que los cobijaba de la luz directa.
La protección de dicho muro, no los libró de los vapores que el calor arrancaba del suelo, disipando de a poco el frío de la noche que había concluido.
Dentro de aquella enramada, oculta entre los caminos traicioneros del bosque, se cernían los fieles protectores de su pecado. Una fila de enormes y densos arbustos que portaban entre sus hojas, similares a filosas lanzas de un verde profundo y oscuro, la tóxica y femenina belleza de las adelfas; bañadas en el color de la sangre.
Eran como bellas damas carmesíes que creaban con su perenne, incansable y siempre atenta belleza, un muro impenetrable a la razón de cualquier curioso que tratará de cruzar, empecinado, esa vereda.
Morbius, habiéndose despojado de su pesada chamarra minutos atrás, se limpió el sudor con el antebrazo, cansado y con la espalda dolorida.
Resopló y lanzó la pala al suelo, mientras sus pesadas botas, arrancaban a esos suelos inmaculados, cientos de lamentos que resonaban en la eternidad del bosque.
Caminó hasta Ariel, quien, sentado sobre una prominente y torcida raíz, guardaba en una bolsa transparente, una de tantas máscaras que poseían. Siendo en ese momento, la del mandril.
—¡Que mierda! Ya me duele la espalda y apenas comencé —se quejó Morbius, realizando varios estiramientos que hacían a su columna, tronar en un rápido y esquelético chasquido—¿A qué hora vendrá el idiota de Furcio?
—Le dije que fuera puntual —observó Ariel, quien sacaba el aire de la bolsa destinada a proteger la máscara de Furcio—. Hasta le di el horario mal, para ver si llegaba a tiempo.
—Bueno, pues te aviso que yo no moveré un solo dedo hasta que llegue. No es justo que yo haga el trabajo pesado solo.
Morbius hizo un par de estiramientos más y tomó asiento junto a Ariel.
—Como quieras, hoy estaremos un buen rato de este lado. Hay que hacer el hoyo, taparlo y de aquí, ocultar las palas. Que yo creo, esto será en la segunda cabaña.
—Que hueva. De solo escucharlo ya me cansé —admitió Morbius, tomando una de las mochilas y acomodándola detrás suyo—. Aun así, se me hace exagerado que nos cítaras tan temprano.
—Tenía que ser así. De otra forma ¿Cómo íbamos a traer las palas y las mochilas? Era salir antes de que levantaran el toque de queda para evitar toparnos con chismosos.
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No me olvides
Random🍀Alan es un niño problemático de escasos 13 años qué es obligado a ir a vivir una temporada a Montesinos, un pequeño pueblo remoto. Donde conocerá otro estilo de vida gracias a un jovencito marginado bastante peculiar, que le mostrará más que los m...