27 - La dualidad del bien y del mal.

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Al haberse ido casi la mitad de la población, la escuela, igual que las calles, no fue la excepción y sus pasillos, aulas y jardines, se sumieron en una especie de silencio inquietante; albergando ya a muy pocos alumnos por turno e incluso profesores

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Al haberse ido casi la mitad de la población, la escuela, igual que las calles, no fue la excepción y sus pasillos, aulas y jardines, se sumieron en una especie de silencio inquietante; albergando ya a muy pocos alumnos por turno e incluso profesores. Por ende, mediante votación con los padres de familia, se tomó la decisión de crear un solo turno mientras las cosas volvían a la normalidad.

Era una medida drástica, sin duda, pero necesaria; además, de que contribuiría con la seguridad y la educación de los alumnos del turno vespertino, ya que así, no tendrían que verse afectados sus tiempos debido al toque de queda; por el cual, se les había acortado una hora de clases para permitirles volver a casa.

Era extraño para todos toparse con rostros nuevos y otros, no tan nuevos. Algunos parecían felices con este nuevo cambio, pero otros, aborrecían tener que cambiar su rutina.

El primer día donde esta unión de turnos se llevó a cabo, la escuela parecía cobrar un atisbo de vida perdida; sin embargo, aun con la presencia de ambos turnos, el vacío era evidente.

Montesinos pasó de ser un pueblo en crecimiento, a un pueblo estancado en un mínimo de habitantes que buscaban la forma de abandonar el lugar lo más pronto posible.

   —Mi papá dice que chance nos vamos a vivir con mi tío a Guanajuato —escuchó el pecoso decir a alguien durante la hora del receso, mientras se lavaba las manos en el baño de varones.

   —¿En serio? —Preguntó un segundo. Parecía ser amigo de aquel muchacho por el desanimo en su voz—, mi mamá también quiere que nos vayamos, pero no tenemos con quien ir. Todos nuestros conocidos viven aquí.

   —Yo no quisiera irme, la verdad. Pero como están las cosas, pues...

Ambos jóvenes, de tercer año, abandonaron el baño entonces, continuando con aquella conversación en las afueras.

El pecoso, quedándose solo esperó a que se marcharan, mirándose al espejo y reconociendo en su rostro el estigma de la preocupación.

A esas alturas, no habían dado con sus captores. Algunos sospechosos fueron interrogados antes del asesinato de aquellos dos pobres niños que encontraron flotando en las aguas. Sin embargo, con la mayoría de las familias abandonando el pueblo y cediendo a su libertad, la posibilidad de dar con los culpables se había deteriorado en su mente.

Si bien, no lo demostraba, cuando andaba solo por los pasillos de la escuela, no dejaba de sentir la mirada de un depredador atento.

Tal vez era la paranoia. La madre de Joel le había insistido muchas veces con hacerle una limpia para eliminar las malas energías que le provocó aquel trauma.

Pero, como era de esperarse en un jovencito citadino que ni siquiera poseía religión alguna, se negó de la mejor manera que pudo. Aunque, a estas alturas, comenzaba a cuestionarse si lo mejor, no habría sido dejarla hacerle la dichosa limpia y tratar de fluir con la sugestión.

No me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora