22 - Decisión suicida.

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Alan despertó con un frío viento susurrándole al oído

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Alan despertó con un frío viento susurrándole al oído.

Los primeros rayos de sol le dieron la bienvenida colándose entre aquellas ventanas rotas y empanizadas en polvo añejo acumulado tras años de abandono. Miró a su alrededor. Estaba solo. Y por desgracia, seguía ahí sentado, amarrado a una columna de concreto en aquella habitación carcomida por la humedad y el moho.

Quería orinar, pero con las manos y el dorso fuertemente atados a dicha columna, no había otra opción más que masticar el orgullo y hacerse encima para saciar esa necesidad biológica tan inconveniente; algo que no planeaba hacer próximamente.

Trató de zafarse nuevamente, pero sus muñecas ya estaban muy maltrechas y las fuerzas se le habían agotado durante la noche. Tragó saliva, mientras miraba el agujero sobre su cabeza, oscuro e inmenso ante su mirada.

   —Trágame tierra —Chistó molesto.

Odiaba su creciente y molesta curiosidad, siempre lo había dicho: sin embargo, esa característica heredada de su madre jamás lo había llevado a vivir una situación así. Aunque cierto era que lo habían tomado por sorpresa, muy a pesar de que se aseguró de ir con cautela.

Trató de mover sus miembros entumecidos y como pudo, estiró un poco su espalda, encontrando un efímero alivio que en esa situación, era suficiente para él.

Hacía frío, sin duda, y el hambre atormentaba su estómago de vez en vez. Quería gritar, para ver si alguien allá afuera lograba escucharlo; pero por desgracia, estaba sumido en las entrañas del bosque; unas entrañas enramadas, frías y salvajes en las que nadie entraba ya fuese por el miedo que despertaban los rumores de una bruja que habitaba el bosque, o porque en tiempos de frío, solo un demente iría a dar una vuelta aun sabiendo que podría morir de frío si se perdía en el trayecto.

Alan suspiró, recordando a los 5 tipos que lo habían llevado hasta ahí.
Todos llevaban máscaras e iban básicamente uniformados en prendas negras. Casi no hablaron con él, y cuando lo hacían, procuraban fingir la voz cuanto podían, haciéndola exageradamente chillona o grave. Además, apenas lo ataron al poste, no pasó mucho tiempo para que abandonaran la cabaña y se fueran del lugar. La noche había caído para entonces, y todos llevaban consigo linternas y se hablaban en un idioma "secreto" el cual se asemejaba al ulular de las aves, esto, para no llamar la atención de posibles merodeadores.

   —¿Que haces? —Preguntó uno de ellos poco antes de que abandonarán la cabaña.
Era alto, y su máscara era la de un vampiro de colmillos ensangrentados y rostro fiero.

   —Morirá de frío si no lo cubrimos —Observó el otro, cuya máscara era más agradable, ya que tenia la forma de un perro.

   —Como quieras —Chistó el otro ligeramente hastiado, abandonando la habitación.

El silencio los absorbió entonces, siendo el murmullo de la cobija mullida el único que tenia permitido perturbar dicho silencio.
Alan lo miró detenidamente, deseando ver cualquier vestigio de humanidad en su persona para poder tener a quien señalar si salia de esa. Pero ni la piel, ni un cabello, ni el color de ojos...sobresalía de esa persona. Solo le quedaba su voz, su altura y sus gestos corporales. Nada más.

No me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora