29.0 La profundidad...

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El corazón de Miguel estaba arrugado y fatalmente herido

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El corazón de Miguel estaba arrugado y fatalmente herido.

La imagen de Alan, desplomado en el suelo sobre ese pequeño, pero no por ello, menos alarmante charco de sangre, lo paralizó por completo.

Quería correr hacia él, lanzar a su tía a un lado y cubrirlo con su cuerpo de ser necesario; protegerlo de esa mujer qué, más que darle un correctivo, parecía dictaminar una sentencia a muerte que ella misma llevaría a cabo.

Los gritos de los mellizos, las maldiciones de Esther; los chillidos de su madre seguidos por la gruesa voz de su padre que trataba de imponerse ante el griterío mientras alejaban a su tía lejos de su primo...todo, lo hizo sentir de repente, dentro de una burbuja de aire. Ahí, nadie podía hacerle daño, pero también, el perdía el poder de ayudar a su primo.

   —Perdón...no sé qué me pasó — escuchó decir a Esther minutos después, después de Alan, cabizbajo y veloz, huyó directo a su cuarto.

La voz quebrada de su tía logró sacarlo de su ensimismamiento; viéndose a sí mismo, sentado en la sala, frente a esa horrible y viscosa mancha de sangre.

Los mellizos fueron llevados a su habitación, y Miguel, se suponía, debía hacer lo mismo. Pero sus piernas no le respondían y su mente, viajaba con velocidad entre múltiples caminos a seguir.

Uno de ellos, era descargar su ira sobre la mujer que decían, era su tía. Gritarle sus verdades a la cara y hablarle de lo grandioso que era su hijo; hacerle ver que con su comportamiento errático no conseguiría nada más que alejarlo.

Por otra parte, su mente le gritaba que debía correr junto a Alan, e intentar que abriera la puerta de su habitación para así, no dejarlo solo entre una fuerte marea de emociones que sabía, no podían ser buenas.

《Alan es muy orgulloso. Se tragaría su puño entero antes de dejarme entrar a su cuarto después de ver lo que vi. 》 Se lamentaba, buscando la manera en que sus acciones, pudiesen servir de ayuda.

Sin embargo, la voz de su madre lo arrancó de su ensimismamiento. Al parecer, no se había dado cuenta que su hijo mayor no acató su orden y se encontraba justo donde lo había visto la última vez.

Sentadas en el comedor del cuarto contiguo, ambas, Esther y Liliana, trataban de tener una conversación tranquila.

—Te desconozco Esther —confesó Liliana con la voz ronca por tanto gritar —; sé que la vida no ha sido benevolente contigo. No debe ser fácil...pero tampoco lo es para Alan, y él es apenas un niño...

   —¡¿Crees que no lo sé?! —chilló Esther, con la voz derrumbándose entre las lágrimas —, ¡ha sido tan difícil para mí tratar de llenar el lugar que dejó su padre!

   —Esther, ese es el problema. No tienes por qué llenar el lugar qué dejó Mateo. Eres su madre ¡Por dios!

   —No es tan fácil ser su madre, Liliana — espetó, clavando su verde y triste mirada, en su silueta, mientras con su dedo índice, se saba fuertes golpes en la cabeza, justo a la altura de sus ojos—. Las cosas aquí no están mejorando. Y sin Mateo, quien le ofrecía todo lo que yo no puedo, es aún más difícil.

No me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora