43 - Un extraño añorado.

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Miguel amonestó a Alan.

La casa estaba hecha un caos. Los mellizos no querían cooperar en la limpieza del hogar, alegando que no les interesaba que tía Esther fuese de visita.

Era evidente que no les agradaba y por ello, no consideraban necesario tener la casa limpia para ella.

Por otra parte, Mauricio trataba de arreglar el fregadero de la cocina, el cual, en mal momento comenzó a fallar. Lo que propicio que Mauricio, se dispusiera a repararlo lo más rápido posible. Sin embargo, en el proceso, rompió la tubería, ya bastante vieja y oxidada.

El agua pronto empapó el suelo. Y en un abrir y cerrar de ojos, las herramientas de Mauricio se esparcieron por doquier, haciendo de la cocina, el lugar menos grato para habitar en ese momento.

Liliana, con lo perfeccionista que podía llegar a ser, trataba de controlar sus nervios en tanto secaba el suelo de la cocina, dando órdenes a sus pequeños mellizos entre gritos.

Miguel por su parte, recogía los juguetes de sus hermanos, dispersos por toda la sala.

Sin embargo, cuando volvía del cuarto de los mellizos, donde dejaba el puñado de juguetes que había recolectado, veía aún más cosas que antes; arrumbadas por todo el espacio. Rompiendo así, los nervios del castaño, quien necesitaba la ayuda de su primo.

En casos así, cuando los mellizos se ponían necios, una mirada del pecoso, más una ligera amenaza por su parte, bastaban para que realizaran la tarea encomendada sin chistar. Pero por desgracia, esa mañana su primo se había marchado, abandonándolo en esa cruenta batalla.

—Alan, ¿dónde estabas? —un deje de alivio asomó por su rostro cuando lo vio entrar por la puerta.

Iba acompañado de Karla, quien, de la forma más natural, lo saludó con una simple señal de paz, descolocando con su presencia al castaño.

La joven, así como llegó, pidió permiso para entrar al baño. Esto con el propósito de que ese par hablara libremente en su momentánea ausencia.

—¿Qué hace Karla aquí? —preguntó Miguel, curioso. —¿Planeas presentársela a mi tía o qué?

Alan hizo un gesto de inconformidad, negando con la cabeza cuantas veces pudo. —Puag, ¡No, nada de eso! Ya te dije que es mi amiga. Solo eso.

—¿Entonces?

—Le prometí que le prestaría un par de tomos de un manga que quiere leer, para que se entretenga en las vacaciones.

—Entiendo. ¿Pero tenía que ser justo hoy? —y sin esperar respuesta, suspiró y continuó—. Como sea. Qué bueno que llegaste. Necesitamos tu ayuda aquí. La casa está echa un caos y este par de niños no ayudan mucho tampoco.

No me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora